La tendencia a la utilización política del deporte es tan vieja como la humedad; además es casi inevitable, pero debiera resultar siempre penosa, de vergüenza ajena. Todo ello no obsta para que los éxitos deportivos de españoles nos deban servir de ejemplo, precisamente, de lo que podríamos ser y no somos. El coraje de Nadal, la inteligencia de Iniesta, la perseverancia de Alonso, o la profesionalidad de Casillas son virtudes que escasean, pero que, cuando se cultivan, hacen que el éxito y, sobre todo, el honor y la gloria, sean más asequibles, merecederos. Tal vez aprendamos, porque seguir siendo unos torpes en política y en democracia es muy triste. Ellos no ganan por ser españoles, sino por ser como los españoles debiéramos ser.