Un juez español

Andan muy errados los que creen que en España escasea la invención. No es verdad, lo que pasa es que hay mucho envidioso. Repárese, por ejemplo, en el fulgor de una figura mítica, una singularísima creación del genio de la raza, lo que podríamos llamar, exagerando un poco por el entusiasmo que nos produce el hallazgo, un juez español. Tal Pedraz, un imposible si no hubiese existido previamente el gran Garzón, esa luminaria  a la que la envidia organizada de los mediocres y grises magistrados, esos que se creen que han de limitarse a aplicar las leyes, quiso confundir con un delincuente. Pero Garzón ha sido algo más que un antecedente: es un ejemplo, un paradigma de lo que puede llegar a ser un juez español. 
Fijémonos en Pedraz, en su insólito valor para hacer justicia, en la  capacidad de advertir la verdad profunda por debajo de las apariencias que entontecen a las masas incultas. Parecía haber existido un intento organizado de asalto al Congreso: no y mil veces no.  Lo que ha ocurrido es que unos políticos decadentes han ordenado a una policía bárbara que reprima injustamente a unos civilizados ciudadanos que se habían reunido a dialogar platónica y pacíficamente en los alrededores de una plaza. 
¡Que gusto, qué seguridad! No cabe exagerar la magnitud del invento. Garzón y Pedraz son a la ley como Newton y Einstein a la Física, puro esplendor. Gracias a ellos sabemos que las leyes no están para ser aplicadas, eso es una vulgaridad. Los jueces españoles han descubierto que las leyes sirven para hacer lo que a uno se le ponga, sobre todo si es juez. ¡Viva la libertad, la gracia y el ingenio de estos jueces españoles!
El destino