El negro asunto de los millones suizos del tesorero del PP se ha puesto al rojo, porque hace falta tener un alma de cántaro para aceptar que esos euros no tengan nada que ver con el PP y se deban únicamente al genio para los negocios, en ratos libres, del muy avispado gerente, que en función de sus largos méritos fue ascendido a tesorero, nada menos. No tiene nada de extraordinario que quienes hacen las leyes tiendan a sentirse por encima de ellas, ni tampoco el que, al final, queden con las posaderas a la intemperie. Lo que sería del orden de lo milagroso es que los demás aceptemos explicaciones que son imposibles de tragar. Por muchísimo menos que todo lo que ahora se sabe, el PP tuvo que hacer una limpia espectacular hace ya muchos años, pero se ve que se trató de una operación cosmética en la que acabaron pagando algunos que pasaban por ahí, y se quedó dentro el secreto de la esfinge que se dedica a producir y distribuir unos euros que no manchan ni se notan, como las mejores compresas.
No cabe descartar que ese dinerito sea la parte que se quedaba para sí el untador del tinglado, porque lo de la financiación de los partidos es una excusa perfecta para el trinque, pero urge conocer la fuente y los beneficiarios del maná. En realidad, lo que es absolutamente necesario es que exista una norma específica que obligue a los partidos a ser transparentes y a mostrar respeto a la legalidad, a tomarse en serio la democracia sin prostituirla con prácticas que enrojecerían a cualquier mafioso. Para beneficio de los sindicatos no existe ley de huelga, y para solaz de las cúpulas de los partidos no tienen ninguna ley que cumplir, al parecer porque ellos se encargan de aplicarla a los demás en su reino de Jauja. O acabamos con esto, o esto se acaba.