El mayor atentado de la historia de España sigue siendo un misterio envuelto en un enigma. No es fácil hablar de aquello porque la dureza del caso, y el dolor insoportable que implica, se acentúa con la inverosimilitud de las supuestas explicaciones. Hay una cosa que me parece clara, que hay quienes pretenden que no se sepa qué pasó, o que creamos una hipótesis ciega, incapaz de entender nada, y hay quienes reclaman que se prosigan los esfuerzos por averiguar la verdad, una verdad razonablemente creíble. Lo sorprendente es que la losa judicial, con el beneplácito del poder en su conjunto, ha caído sobre el caso de forma notoriamente incompleta e impide que se pueda reconsiderar razonablemente todo lo que sabemos que ocurrió, y lo mucho que no sabemos, una imagen coherente del diseño, la causa, la intención y el procedimiento que se pusieron en píe para infligir ese terror. Esta circunstancia favorece, en cierto modo, una de las hipótesis más terribles al respecto, pero no la menos verosímil. Creo que es verdad lo que dice Gabriel Moris, padre de una de las víctimas, que si este espantoso crimen terrorista no se esclarece, «España no podrá levantar cabeza nunca, porque está claro que tenemos unas clases dirigentes que nos tienen a todos subyugados». Tal vez eso pase también en otros lugares, pero aquí ocurre en forma excesivamente obscena.
Secretos obvios
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