Margaret Von Trotta se ha atrevido a mostrar a Hannah Arendt en la gran pantalla, y, a parte de enterarnos que fumaba de manera ininterrumpida, ha conseguido hacer un retrato de la filósofa en su momento de mayor notoriedad, y no está nada mal. Sean cuales fueren sus defectos, que los tiene, tiene el mérito de presentar a alguien que se atreve a pensar, a no dejarse llevar por las olas de decencia e indignación a las que somos tan proclives. No hace falta estar de acuerdo con el diagnóstico que hizo de Adolf Eichmann, basta con admirar su temple para decir lo que se atreve a pensar: un homenaje a la universidad americana, muy merecido, sin duda.