El asunto Rajoy, ya que él no quiere nombrar a Bárcenas, es un espejo en el que puede mirarse la sociedad española y el sistema político que hemos construido. Doy por sentado que es un sistema que no gusta a nadie, ni a los que lo disfrutan, pero, por alguna razón, se mantiene, aunque sea literalmente incompatible con cualquier modelo ético de democracia liberal, de estado de derecho y de igualdad ante la ley. Tal vez esa incompatibilidad sea lo más interesante para las minorías que mejor lo estrujan, para los empresarios que han hecho sus fortunas al calor del dinero público, incontrolable porque el sistema se encarga de que se administre con suficiente opacidad, y para los jefes de partido sin ninguna idea en la cabeza, que son los que más fácilmente pueden llegar arriba, porque con la cabeza pesada se trepa muy mal por la resbaladiza cucaña del «sí señor», del «lo que mande» y del «aquí no pasa nada».
En fin, que vamos a poner a prueba como funciona aquí aquello de que «se puede engañar a todos algún tiempo, a unos pocos siempre, pero no a todos siempre» (atribuido a Lincoln), lo que nos permitirá comparar a don Abraham con don Mariano, sin ánimo de ofender. Me temo lo peor, o casi lo peor. ¿Qué sería el «casi»? Que en el PP no hubiese reacciones vigorosas hasta que se haga evidente que con este equipo se va al desastre, pero puede ser peor.
¿SGAE?
¿SGAE?