¿Que nos está pasando?

El resumen más breve, para votantes del PP, es el siguiente: Primero, ¿se puede consentir que nuestros dirigentes roben y mientan con tal de que sean los supuestamente nuestros y no los adversarios? Mi respuesta es que no. En segundo lugar: ¿Hay alguna razón para que sea preferible que un programa que no es el que nos gusta, aumento de la deuda, subida de impuestos, aceptación de los acuerdos bajo cuerda con ETA, desmembramiento progresivo de la unidad nacional por la vía del consentimiento o  de la promoción, etc. sea administrado por los «nuestros» (serían nuestros traidores) a que sea administrado por los que sí creen que es lo que hay que hacer? Mi respuesta vuelve a ser negativa.  Tercero, ¿creemos en la democracia como un juego de ideas y un sistema de gestión de conflictos que solo puede vivir en la libertad o creemos que la democracia es dar el voto a aguien para que haga cuanto le parezca de su estricta conveniencia, al margen de cualquier consideración de fondo? Yo creo en lo primero y detesto lo segundo que no conduce sino a la corrupción y a la oligarquía partitocrática, que es en lo que estamos. Por último, ¿estamos dispuestos a confundir un partido democrático con una mafia que vela, por encima de todo, por sus intereses, se olvida del bien común, del patriotismo y de la libertad? Yo no, desde luego. 
La verdad es que quienes pensemos así, tenemos un panorama complicado, pero una obligación ineludible: hacer que el partido se mueva hacia las posiciones que lo legitiman y que los dirigentes indignos, mentirosos y corruptos abandonen la tarea. Es difícil, pero no imposible. No está en juego la victoria del PP, sino la pervivencia de una democracia de la que no tengamos que avergonzarnos.