Entendámonos, ETA ha mentido siempre, porque su propósito y su acción sólo pueden concebirse en medio de una gigantesca mentira sobre la historia, el poder y la violencia. Pero fuera de eso, ETA solía decir la verdad, era fiable. Es evidente que ya no lo es, que su decadencia o agonía, que no desaparición o disolución, ha hecho que se contamine del feo vicio de mentir que inunda la política española. Miente, evidentemente, al decir que entrega las armas, pero miente como miente el político que dijo que hay brotes verdes, o el que dice que estamos saliendo de la crisis sin haber hecho realmente nada por conseguirlo, sin haber actuado sobre las causas que la provocan, o como miente el corrupto que dice que perdía dinero con la política, o el que dice ser liberal y sube impuestos, o el que juega a manipular votos con la innoble excusa de la legislación sobre el aborto.
La mentira es un arma poderosa, pero no puede ser la única arma, y es, sobre todo, el arma de quien no cree lo que dice, de quien se sabe, en el fondo, vencido. Se miente porque se desprecia al elector, al ciudadano y se seguirá mintiendo mientras la gente no castigue a quienes nos desprecian y nos humillan con mentiras tan gruesas y burdas que nadie medianamente sensato podría nunca creer, mentiras como las de ETA.