De las peores cosas que ocurren cuando una democracia no funciona es que el juego político se convierte en un telón que tiende a ocultar los males del sistema, el hecho de que los gobernantes se sienten como una especie aparte y se olvidan de que su gobierno tendría que ser el del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, de que debieran estar, y no lo están, al servicio de la sociedad cuya legitimidad les ampara. La legitimidad de la democracia se convierte así en un escudo de la arbitrariedad, del egoísmo y de la corrupción, y los gobernantes empiezan a ver a los gobernados como una colonia a la que dominan y a la que tienen derecho a explotar. La política se convierte entonces en el arte del disimulo, en conseguir que los gobernados no caigan en la cuenta de las mil formas en que son explotados, olvidados y burlados por un mal gobierno, y en eso estamos.
Vox existe para recordar cosas absolutamente elementales, que no se trata de aumentar los impuestos sino de disminuir el gasto improductivo e inútil, que los gobernantes no tienen ninguna legitimidad por sí mismos, que el Estado no sirve para que unos cuantos puedan forrarse sino para servir eficaz y decentemente a objetivos comunes, y un sinfín de cosas que se han olvidado en la democracia española. Hay que rehacer por completo este edificio, y hay que empezar desde abajo, con Vox.
Vox existe para recordar cosas absolutamente elementales, que no se trata de aumentar los impuestos sino de disminuir el gasto improductivo e inútil, que los gobernantes no tienen ninguna legitimidad por sí mismos, que el Estado no sirve para que unos cuantos puedan forrarse sino para servir eficaz y decentemente a objetivos comunes, y un sinfín de cosas que se han olvidado en la democracia española. Hay que rehacer por completo este edificio, y hay que empezar desde abajo, con Vox.