En las películas americanas hay policías corruptos, pero siempre ganan los buenos, y si no ganan es porque los malos han sido muy listos, lo que no es poca moraleja. En las películas españolas, salvo excepción, los policías suelen ser torpes y horteras, así los imaginan los genios que han llevado a nuestro cine a la cumbre. Pero ahora la realidad, en manos de un ministro sorprendente, por decirlo suavemente, empieza a parecerse a esas caricaturas: resulta que los manifestantes pegan a los policías, y luego dicen que aquí no inventamos nada. Algo huele a podrido cuando los policías son las víctimas y cuando los agresores pretenden defender lo que realmente atacan, a la democracia y al pueblo. Estoy con la policía hasta cuando me multa, aunque en este caso, lo reconozco, un poco a disgusto, y por eso me parece lamentable que se deje a los policías a merced de los bárbaros, que los jueces se la cojan con papel de fumar ante los que han descalabrado a guardias y que esto pueda volver a suceder en cualquier momento, tal es el prestigio y el honor que se ha reservado a la violencia política en España. Es hora de acabar con eso y de que la policía sepa que puede confiar en todos nosotros porque actúa en nuestro nombre y para defendernos.