Veo que abundan los que creen que la ausencia de una verdadera democracia interna en los partidos no tiene nada que ver con la corrupción. Sus razonamientos para sostenerlo son variados, pero remiten siempre a la idea de que ese ideal es un imposible, al parecer porque una supuesta ley que han descubierto ciertos teóricos hace bastantes décadas lo impide. Puede que no les falte razón, pero, de vez en cuando, no está mal fijarse en la experiencia, y es un hecho que en sistemas de partido no tan ajenos a la democracia como el nuestro, la corrupción es menor. Hay gente que no cree en la democracia, y otros que creen que está bien en teoría, pero es inaplicable, especialmente en España. Nunca estaré de acuerdo con esa manera de ver las cosas. Sé muy bien lo difícil que es organizar democráticamente un partido de masas, pero peor es renunciar a hacerlo y conformarnos con el caudillismo, da igual que sea el de Mariano, el de Esperanza o el de Pablo o Pedro.
Cuando hay competencia interna, hay menores posibilidades de que los gobernantes hagan cosas de las que nadie se pueda enterar, y no siempre serán muy admirables. La democracia no admite otra frontera que el respeto a la ley, y los partidos son una tierra sin ley en la que toda corrupción puede tener su asiento. Es urgente acabar con esto, tanto como garantizar la absoluta independencia de la Justicia, ausencia que ha dependido, históricamente, del crecimiento del poder interno y sin control alguno de los líderes políticos: verde y con asas.