Siempre he pensado que el bipartidismo es algo más que un efecto del sisema electoral. De hecho existe el bipartidismo en los EEUU, en Inglaterra, en Francia y en Alemania, por citar países con sistemas electorales suficientemente diferentes. En España esa tendencia de los electores a formar dos grandes agrupaciones opuestas se ha visto fortalecida por un sistema electoral que prima bastante al partido con el mayor número de votos en cada circunscripción, y, aunque algo menos, también prima al segundo. Lo que ahora parece que podría pasar es que el primero y el segundo fuesen otros, o que hubiese, que es a lo que apunta la encuesta de ayer en El País, cuatro partidos con un resultado muy similar y, entonces, el poder discriminador del sistema podría dar una sorpresa.
La noticia, sin embargo, no sería esto, sino la inaudita incompetencia de los dos grandes partidos al dejarse arrebatar un privilegio discutible pero muy efectivo. Lo gracioso del caso es que sería precisamente ese privilegio sistémico lo que habría llevado a los grandes partidos a confundirse sobre los límites de su poder y los de sus obligaciones.