Al leer el artículo de Antonio Camuñas sobre Pedro Sánchez, sentí que todavía quedaba algún adarme de inteligencia en la derecha española, alguien capaz de elogiar las dotes que adornan a un político en las antípodas. Hasta ese artículo me he sentido en una casi absoluta soledad defendiendo a Pedro Sánchez de las ridículas invectivas de buena parte de los comentaristas que se suponen expertos en política y, al tiempo, presumen de ser liberales o cosas parecidas. El caso es muy simple, yo podré enfadarme con los goles de Messi, porque soy madridista hasta los huesos, pero ser madridista no implica ser idiota, y de idiotas sería no reconocer que Messi es un futbolista de calidad excepcional.
Ahora empezarán a recular todo ese atajo de expertos ante la evidencia del éxito, bastante impensable incluso para los que le suponíamos cabeza, y lo harán reconociendo su audacia, cosa en la que, al parecer, no habían caído antes de la semana pasada. Pero ese reconocimiento es tacaño, miserable incluso, porque el éxito de Sánchez no es el del llanero solitario que triunfa de manera impensada. Mucho más importante que su innegable audacia, es su constancia y su capacidad de saber captar el momento, eso, justamente, que una casi infinita colla de pelotas le reconocían a hora y a deshora a Rajoy, aunque estuviese de siesta.
El éxito de Sánchez resulta espectacular, por lo improbable e imprevisto, pero es más que eso, es el premio a una estrategia correcta, se diga lo que se diga. Como reconoce Ignacio Varela, unos de sus críticos más constantes desde la orilla izquierda, «en una semana y con un solo golpe de audacia extrema, ha llevado a su partido del melancólico foso de las encuestas a un Gobierno monocolor […] ha obligado a sus rivales a pasar una temporada en talleres (PP), reconocer y expiar sus errores de marzo del 16 (Podemos) o perder la atención de los focos y el estrellato de la función (Ciudadanos). En términos de efectividad, no se puede pedir más». Pues cuando una audacia resulta tan certera parece conveniente pensar que hay una inteligencia detrás, un oficio, ciertas virtudes muy necesarias al caso.
Ahora se supone que va a comenzar un calvario para Sánchez, pero digo yo que será más llevadero que la prisión del ninguneo en el que se le había querido maniatar. Puede equivocarse, como cualquiera, pero apuesto a que tendrá muchas posibilidades de hacer un trabajo bueno para España y bueno para su partido, bueno incluso para esa derecha perdida entre los inverosímiles elogios a la infinita capacidad de Rajoy, esa derecha que ha jugado absurdamente a echar las culpas de lo que le pasa a quienes, en el pasado, supieron vencer y convencer. Espero que sepan reencontrar el sentido de la política que se necesita que hagan, pero no sé si tendrán pronto la suerte de encontrar un político como Pedro Sánchez, capaz de abreviar la travesía del desierto a la que han ido a dar por su mala cabeza. No creo que nunca vote a Sánchez, nunca lo he votado, pero espero no perder del todo ese mínimo de objetividad que me permita apreciar las virtudes del político que las tenga, aunque todo lo que diga me suene a charanga desafinada, que tampoco es el caso. Pero esa es otra historia.