La inmediatez del verano y el nuevo Gobierno, que juega a la normalidad, y hace bien, permiten que se preste una cierta atención al espectáculo que está suponiendo y va a suponer la lucha por la presidencia del PP.
El PP es un partido abrasado, por haberse olvidado de sus electores y por haber consentido una corrupción sistemática sin hacer el mínimo esfuerzo por distinguir la verdad de lo que pasaba de unas supuestas campañas en su contra. Es ya un partido sin votantes, y aunque lo deseable sería que eso cambiase, no hay nada que indique un intento serio de rectificar. Lo único que saben decir los candidatos, con la excepción parcial del exministro de Exteriores, es que quieren “ganar”, son tan rajoyanos que podrían repetir el testamento de su idolatrado líder: “he hecho esto porque es lo que me conviene a mí, a mi partido y a España”, naturalmente que sin alterar el orden. Pensar en serio que el happening congresual, esa mezcla de sangre, oscuridad y basura que se adivina, servirá para que los votantes que han ido a parar a otras siglas o se han quedado en casa se lo piensen es hablar de lo excusado. Me encantaría equivocarme, pero temo lo peor.
Es un error de calibre monumental suponer que la “renovación” del PP pueda llegar de la mano de políticos en activo que han sido testigos y apologetas de todo lo que ahora dicen querer cambiar. Solo faltaría que se presentase Arenas para darle más color al cuadro, pero seguro que se reserva para hacer de balancín final en un sorteo tan viciado.
El cambio que el PP necesita es una auténtica revolución, algo que no puede hacerse con los actuales capitostes al frente. Alguien debería empezar a no engañar de nuevo, hablando con claridad de cuáles son las causas del disparate político que ha supuesto la destrucción del gran partido que llegó a la victoria en 1996, una autocrítica que no se puede hacer mientras se siguen encendiendo velas, aunque sean retóricas, a Rajoy. Tal vez Pablo Casado lo intente, pero seguramente se lo comerán sus colegas, solos o con el auxilio de otros.
Pedro Sánchez ha sufrido para obtener el poder en el PSOE, pero estos capitanes del PP pretenden llevar a cabo una mera simulación: les espera el desastre, nos espera a todos. Mi confianza está en el segundo movimiento, tras lo que seguramente será un Congreso fallido, algo que abrirá definitivamente el partido a un debate hasta ahora inexistente, y con ello, a poder ser una fuerza política que de verdad tenga importancia para todos, con vocación mayoritaria, ¡y mira que me gustaría equivocarme!