Publicado en Disidentia el 31 de octubre de 2020
Cualquiera que recuerde, aunque no sea de un tirón, el muy sarcástico soneto de Quevedo (“Quien quisiere ser culto en sólo un día,/ La jeri (aprenderá) gonza siguiente: / Fulgores, arrogar, joven, presiente / Candor, construye, métrica armonía/…”) se asombrará de que las palabras que el genio de Quevedo consideraba ridículas, se han incorporado, con pocas excepciones, al lenguaje común, lo que produce algún temor, porque vendría a significar que en asuntos de voquibles, como los llamaba Sancho, los pedantes le han ganado la batalla al enorme poeta madrileño. Es como si en un par de décadas términos como resiliencia, gobernanza, fake, asap, call, influencer, edil, expertise, o empoderar hicieran desaparecer del habla común, palabras tan transparentes y útiles como mentira, buen gobierno, conversación, concejal, gilipollas, pericia o reconocimiento, ya me entienden, que tampoco quiero faltar a nadie.
Usar palabras rimbombantes, esdrújulas o inusuales, suele servir para aparentar un saber especial, un dominio de las cosas al que no alcanza el común de los mortales, o haber hecho cursos de extrañas materias transversales en algún garito de prestigio. Por otra parte, el habla evoluciona y no tiene mucho sentido empeñarse en detener la evolución del lenguaje, eso que ha hecho que ya no hablemos latín, pero no debiéramos dejar de advertir en el manejo del lenguaje, en especial en manos de los políticos, ciertas trapacerías y una clara voluntad de controlar a los ciudadanos pretendiendo imponerles expresiones de su preferencia. Como ejemplo me bastará mencionar el tono, humilde y sentido, con el que Pedro Sánchez rogó a los españoles que no llamásemos toque de queda, a lo que, según él, era una restricción de movilidad nocturna, expresión cuya ridiculez muestra con elocuencia que ha sido diseñada en alguna covachuela dedicada a conseguir que llamemos a las cosas con el nombre que quiere el presidente. Déjenme anotar lo consolador que resulta comprobar que los asesores de Moncloa se lo curran y son astutos, porque visto que no saben qué hacer con la pandemia han apartado a su señorito de la brega contra el virus, y le están cubriendo con astucia y maestría las espaldas en el laberinto lingüístico, porque saben muy bien que la lengua es compañera del imperio y Sánchez, que ya dio muestras de enorme dominio de diversas lenguas en su afamada tesis doctoral, no se va a conformar con menos.
Así pues, tenemos un presidente resiliente, un tipo muy capaz de ausentarse del Parlamento (al que él tal vez querría llamar trono discursivo del presidente o lar de peroratas) cuando le va a responder el líder de la oposición, con la misma elegancia que lo hizo Rajoy cuando se fue de copas a celebrar el final feliz de su mandato con tanto bien para todos. Resiliente es la forma influencer de decir capacidad de recuperación, es un préstamo latino que aparece recuperado en inglés por Francis Bacon (en este enlace se puede ver su historia) y que tiene una doble ventaja para políticos con ganas de figurar, el ser de muy escaso uso en español y proporcionar al que lo escucha una vivida sensación de que no sabe, y debía saber, de qué le están hablando. Es claro que a Sánchez le gusta bastante, lo ha escrito en inglés en las paredes que le sirven de fondo para presentaciones muy cool, pero no se sabe si es porque piensa que él mismo es muy resiliente, o porque está convencido de que lo vamos a tener que usar con abundancia cuando tengamos que recuperarnos del desastre al que nos está llevando, eso sí, con muy buenas maneras. El hecho de que el DRAE ya lo registre con una doble acepción, adaptarse a la adversidad, y que un material o un sistema pueda recuperar el estado inicial cuando cese la perturbación a la que se ve sometido, me hace pensar que el presidente está velando por nuestro bienestar futuro.
Volvamos al toque de queda que no agrada a la fina sensibilidad, democrática, por supuesto, del inquilino de la Moncloa (o de La Mareta en Lanzarote en períodos de asueto). Hay que notar que esa expresión habría cuadrado muy bien con la primera ola del virus, cuando Sánchez nos convocaba valientemente a una guerra contra el bichito de la que saldríamos vencedores, como salimos y Sánchez proclamó con garbo. Ahora es distinto, estamos en tiempos de cogobernanza y Sánchez no quiere restarles protagonismo a los diecisiete presidentes, que son más y tienen los medios adecuados para una segunda ola de la hispandemia que ya no es épica sino casi rutinaria, en la que no se necesitan aires marciales sino pequeñas y delicadas restricciones de la movilidad, nocturnas, por supuesto, que hay que administrar con tacto y de la manera más civil que se pueda. Sánchez no quiere robar protagonismo a nadie, y no se va a poner a discutir menudencias con ninguna Ayuso que quiera crecer a costa de su resiliencia, su prestigio inmarcesible y la fama universal de su capacidad de liderazgo. Esta claro que el presidente no quiere que dramaticemos, que está dispuesto a que esta nueva normalidad que nos regaló en abril con desescalada y control de contagios no se nos convierta en un motivo de tormento. Ahora ya no toca marcialidad, sino un discreto estoicismo.
Ha habido desescalada, pero me preocupa lo que pueda pensar Sánchez sobre lo que significa control de contagios, porque de eso no ha habido ni media mitad de lo prometido. Sánchez dijo que habíamos vencido al virus, y tiendo a sospechar que estuvo un poco descuidado, que su bonhomía le llevo a pasarse de optimista. Abascal piensa que el virus es comunista, no creo que Sánchez llegue a tanto, sobre todo después de dormir con Podemos, pero me temo que esté muy disgustado con este espécimen que le ha hecho faltar a su palabra de manera tan descortés.
Pese al resbalón que ha supuesto una victoria tan poco consistente y duradera sobre la hispandemia, estoy convencido de que la legislatura con Sánchez en Moncloa nos reserva todavía jornadas de gloria, porque un tipo que, además de resiliente, es tan cuidadoso con las expresiones y los vocablos, y se muestra tan persuasivo y modesto a la hora de corregir nuestras tendencias a la exageración y al dramatismo, conserva en plenitud la posibilidad de un brillante porvenir. Además, se puede marchar del Congreso cuando le dé la gana con la seguridad absoluta de que nadie le va a montar una censura que le obligue a trabajarse un poco el cargo, y que ni Calvo ni Iglesias van a depositar el bolso en su escaño. Puede que tenga algunas dudas de lo que le pueda caer por el frente norte, es decir por Europa, que lo otro lo tiene amarrado, pero es bastante probable que esté muy convencido de que podrá encontrar la manera de atar esas moscas por el rabo.