Lo que Botín no dice

Con gran aparato, digno de su significado, se ha reunido el todavía presidente Zapatero con los cuarenta grandes empresarios del país, designados por Moncloa, en un acto que, a los que peinamos canas,  nos recuerda, inevitablemente, los saraos del franquismo y, muy en especial, a esos cuarenta de Ayete que el dictador designaba directamente durante su veraneo en San Sebastián, para que defendiesen con denuedo los intereses generales de los españoles, es decir, lo mismo que habrá hecho cualquiera de estos cuarenta que se haya  atrevido a alzar su desinteresada voz ante un cónclave tan selecto.
Según la prensa, el señor Botín, presidente del Banco de Santander, le sugirió al señor presidente del gobierno que se dejase de embelecos sucesorios, que agotase la legislatura y que siguiese el calendario de reformas. Es difícil que un hombre tan importante como es el banquero cántabro se vaya a meter en berenjenales sin tener muy claro lo que está en juego. Lo que ya no está tan claro, es que los españoles alcancen a comprender con nitidez lo que significa esta clase de aquelarres, un síntoma más, y particularmente elocuente, de que en nuestra Monarquía constitucional la democracia está muy embarrancada.
¿Se pueden sentir los españoles representados por el señor Botín o por cualquiera de los muy ilustres capitanes que compartieron la mesa de reuniones con Zapatero, Rubalcaba y Salgado? No parece. ¿Es razonable pensar que lo que allí se sugiera al presidente suponga un beneficio general, especialmente si estuviere en abierta contradicción con los complejos intereses allí arracimados? Tampoco es razonable suponerlo.
¿Qué imagen trasmite una reunión de ese porte? Muy sencillamente, la de que en España todo se cuece al margen del Parlamento, y ello, sobre todo, porque lo que, según este gobierno tan singular, está en juego, es el marco de estabilidad de las grandes empresas, y, muy en especial de la Banca, que hay que mantener a todo trance, y ello aunque se masacre a los pensionistas, se rebaje el sueldo a los funcionarios, se suban los impuestos de manera inmisericorde y se aumenten sin contemplación alguna los gastos y tarifas con que se benefician ese selecto grupo de empresarios, la luz, los teléfonos, el gas, los negocios de los constructores, o los márgenes bancarios.
Técnicamente, esa reunión es la viva imagen de la plutocracia que gobierna España, mejor dicho de cómo esa plutocracia está dispuesta a lo que sea, incluso a mantener a un gobierno notoriamente incompetente, con tal de que se le asegure la obtención de las ventajas que necesitan para mantener en píe negocios no siempre bien gestionados pero admirablemente cobijados bajo el paraguas protector del poder político, en especial cuando, como es el caso, ese poder tiene bien sujeto al movimiento sindical.
Esa es la realidad que explica que en España se aplique sistemáticamente la más desconsiderada ley del embudo para defender los intereses de las grandes empresas, mientras se aplican políticas financieras y fiscales muy lesivas para las medianas y pequeñas, para los autónomos y para toda clase de personas dependientes de un empleo. Que un Banco, por poner un ejemplo del día, pueda indemnizar a un directivo por supuesto despido con millones de euros, y que ese mismo directivo llegue a otro Banco para reducir de manera brutal su plantilla, sin ninguna clase de indemnizaciones, es algo inconcebible en una sociedad mínimamente acostumbrada a aplicar las leyes de manera equitativa, pero aquí todo es harina para los grandes y poderosos, y todo es mohína para los más indefensos. Este es el calendario de reformas que, con toda razón, defiende Botín, porque sabe muy bien lo que  le interesa a su Banco, una institución que puede ganar miles de millones mientras España se arruina, o lo que interesa a Telefónica, o casi a cualquiera de esos cuarenta principales.
Lo que no dijo Botín, porque no le interesaba, es que esa reunión fue un acto obsceno de ostentación de poder y de desprecio a las instituciones, pero fue obsceno no tanto por los empresarios, de los que hay poco que esperar, sino por los políticos que parecían presidir el pretencioso evento, naturalmente sin prensa ni taquígrafos. Es un auténtico misterio que haya quienes piensen que se puede seguir votando a tales sujetos sin tener un interés personal a cambio; solo se comprende, a medias, si se hacen ejercicios de política comparada, pero ni con esas, la verdad.
El lema político de esa reunión bien podría haber sido algo así como “a Dios rogando y con el mazo dando”, el señor Zapatero ofreciéndose como gestor de los intereses de los grandes de España, no confundir con los grandes intereses de España, y dispuesto a seguir atizando estopa a los que no se enteran, a los que no irán nunca a esos salones, a la carne de cañón que quiere seguir creyendo que sólo un tipo tan versátil como Zapatero les puede defender de la codicia de los poderosos.

Gratis total

La actitud de una gran mayoría de altos cargos socialistas frente a las privatizaciones es de total oposición, como se sabe, aunque se trata de una disposición que admite una excepción muy clara en lo que se refiere a utilizar los medios que la administración pública pone a su servicio, como los coches oficiales, los ujieres o el personal de su entorno inmediato. En este caso, el servicio público y el provecho personal y privado se ven forzados a la armonía, y los jerarcas no pierden el tiempo poniéndole puertas al campo, ya que todo vale para el convento, según reza el dicho popular. Ya se sabe, lo dijo Enrique Barón, que un ministro es un bien público, de lo que cabe deducir que una ministra ha de ser, sin ningún género de duda, aún algo más precioso. Parapetados tras esta presunción, que nadie les discute en el momento del abuso por la cuenta que les pueda traer, son muy abundantes los altos cargos, y las altas cargas, que utilizan servicios que se les ofrecen para cumplir sus funciones públicas como si fueran los señores de una gran casa, viejos aristócratas o plutócratas que no necesitan llevar ni billetes ni monedas en el bolsillo.
Los lectores de La Gaceta han podido enterarse, no sin cierto asombro, de la desenvoltura con la que algunas personas confunden su cargo público con un servicio universal en régimen de gratis total, si leen el reportaje que se publicó el domingo sobre los usos que ciertos mandamases y mandamasas hacen de los parques móviles, y es solo un ejemplo. ¿Qué la ministra quiere bombones? Pues que el chófer se acerque a la pastelería. ¿Qué la responsable de igualdad trasnocha? Pues ¿para qué están los turnos de noche? ¿Qué la vice tiene prisa? Hombre… no vamos a andarnos con respetos al código de la circulación cuando está en juego el porvenir del socialismo, y el del feminismo, si se nos aprieta.
Esta conciencia de exención, esta convicción de poder obrar con impunidad y no solo porque no se sepa, sino por estar por encima de la norma, es uno de los grandes tesoros psicológicos de quienes creen estar en la vanguardia de la ética universal, porque son tan grandes sus servicios a los grandes ideales que están seguros de que ni siquiera un el más escrupuloso rigorista moral podría poner en duda la legitimidad de sus aparentes excesos. En este asunto, como en todos, el ejemplo que han dado los de más arriba ha sido decisivo para disipar las ligeras nieblas de duda o vacilación que pudieran afectar a los de conciencia más exquisita. Desde que Felipe González usó el Azor sin pudor alguno para irse de pesca con sus cuates, o Guerra mandó llamar el Mystere a Portugal para no llegar tarde a una corrida sevillana, los socialistas han entendido bien el mensaje de que los vencedores merecen su recompensa, y de que sería un desperdicio de su tiempo, que tanto apreciamos todos, dedicarse personalmente a los menudos menesteres que ocupan la jornada de las gentes del común, a desgastarse en tareas menores.
Pues bien, frente a esos ejemplos de hipocresía y abuso, hay que decir bien claro que tal clase de conductas es rotundamente inmoral y políticamente intolerable en cualquier caso, pero más aún cuando los poderes públicos están desangrando a los ciudadanos con impuestos cada vez más altos, y haciendo que la deuda pública crezca hasta límites realmente insostenibles y enloquecidos. Este gobierno miente por hábito en lo que dice, pero su mentira más hiriente es lel comportamiento de quienes lo encarnan.
[Editorial de La Gaceta]