Categoría: Alberto Ruíz Gallardón
Esperanza Aguirre
Que la política es el intento de hacer gastronomía con sapos, se sabe desde hace tiempo, pero siempre es desagradable comprobarlo. Tras la convención del PP en Barcelona muchos insinúan, y algunos, como, por ejemplo, Anson, lo dicen abiertamente, que Rajoy podría descabalgar a Esperanza Aguirre de la cabecera de las listas madrileñas. Otros comentaristas no tan proclives al marianismo, como el gran Cesar Alonso de los Ríos, han hecho notar que el liderazgo de Rajoy parece consistir en una eliminación progresiva de cuantos pudieran inquietarle, con la excepción de Gallardón que, sin que se sepan muy bien las razones, goza de una aparente predilección entre los marianistas, tal vez porque crean que es progre y leal. Como se ve, no se trata de pronósticos contrarios, sino convergentes.
Yo no puedo creer que los errores de Rajoy puedan llegar hasta ese punto, aunque estoy casi seguro de que muchos de sus asesores no soportan a la presidenta madrileña. El caso es que a Esperanza le ha tocado comerse un sapo para poner buena cara en Barcelona, pero pudiera pasar que sobre ella se cernieran amenazas más graves. No se me alcanzan las ventajas que pudiera tener una nueva victoria del PSOE en las generales, pero en los aparatos hay gente capaz de cosas muy ingeniosas
Doña Esperanza Aguirre es una persona de firmes convicciones, alguien que no tiene miedo a pensar como lo hace ni, menos aún, a que se sepa lo que piensa. Esto les da un poco de cosa a muchos genoveses, que creen que si se logra un buen montaje, las ideas están muy de más. Por curioso que pueda parecer, esto de tener ideas y de hablar de ellas, resulta ser un rasgo raro entre políticos, especialmente entre los que, siempre dispuestos a triunfar al precio que sea, confunden el afán de victoria con la aceptación de las premisas de sus contrarios. Gallardón es un caso claro de esto último, y de ahí el que les parezca un líder muy conveniente a quienes nunca votaron ni votarían al PP, más que nada, supongo, por razones estéticas, pues se trata de gentes muy miradas.
La valentía en la defensa de las propias convicciones es una condición inexcusable del liderazgo auténtico, algo que tiene Esperanza, y de lo que otros, estén donde estén, carecen profusamente. Quevedo satirizó el falso liderazgo al decir que «para que se anden tras ti todas las mujeres hermosas… ándate tú delante de ellas». La lideresa madrileña no es de las que tratan de ponerse al frente de la manifestación, sino de que la gente se le una porque llegue a convencerse de lo que ella piensa, cosa que se dedica a explicar de la mañana a la noche, con notable eficacia, porque cree que el liderazgo político no está reñido con la pedagogía, sino con el oportunismo y la mangancia.
No sé sino serán demasiadas tachas como para soportarlas en una misma persona, como tampoco sé si Rajoy llegará hasta las elecciones generales (tal vez decida no convocar el congreso que habría que celebrar), ni, menos aún, si será capaz de ganarlas; lo que sí sé, es que si intenta desestabilizar a Esperanza Aguirre, cometerá el error de su vida, causará un daño irreparable al PP que conocemos, y, desde luego, no ganará las elecciones. Así que el tándem Gallardón/Botella que promueve el escritor monárquico pudiera llegar a ser la última ocurrencia de Rajoy en el reino de la política.
El miedo de Cobo
Hay gente que dice que la política es aburrida, pero yo tengo un antídoto contra esa dolencia. La solución es Cobo, el de los vómitos, un hombre, al parecer, muy valiente que ha tenido el cuajo de reconocer que pasa miedo, “por él y por sus hijos”. No me digan que no es desternillante que un tipo que se pasea rodeado de una cohorte de seguratas, y que no se ha apeado del coche oficial desde hace lustros, nos diga que se asusta de las cosas que le pasan. Cuando leí las declaraciones pensé que pudiera referirse al riesgo que corre cuando los madrileños le quieren agasajar debidamente como responsable de un gasto fastuoso, perfectamente conforme a los planes de ZP y de Salgado, pero pelín distinto a las recetas de Rato, Pizarro y Montoro; pero no, no iban por ahí los tiros, porque al parecer se refería a una supuesta organización siniestra que él y su señorito montaron cuando estaban en la Comunidad, haciendo amigos, como siempre, justo un poco antes de ampliar las becas sindicales para conseguir que Aguirre tenga siempre quién la aplauda.
Este Cobo es una mina: imagino que Rajoy le hará, como mínimo, portavoz nacional porque hay que ver la audiencia que ha conseguido diciendo un par de tonterías. El razonamiento está al alcance de cualquiera: si con dos chorradas ha logrado más portadas y minutos que el líder máximo, imaginen lo que será cuando pregone las ventajas del partido, con la gracia que tiene.
El árbol del poder
En una de las mejores novelas de Pío Baroja, El árbol de la ciencia, Andrés Hurtado, su protagonista, un trasunto del propio escritor en los años previos al desastre de 1898, dice lo siguiente: “La política española nunca ha sido nada alto ni nada noble”. Me acordé inmediatamente de esta sentencia tan pesimista al conocer, reconozco que atónito, las declaraciones de uno del alter ego del alcalde de Madrid, a propósito de Esperanza Aguirre y loando, supuestamente, las virtudes “del partido de Mariano Rajoy”. Esta especie de portavoz del ventrílocuo alcalde acaba de proferir una de las expresiones más brutales y zafias que haya visto jamás en la política española, no tanto por la forma, impropia, en cualquier caso, de un caballero, como por la obscenidad con que pone de manifiesto lo único que parece preocuparle. El vicealcalde no usa su voz para tratar de explicar nada a los madrileños, a esos pacientes vecinos que van a soportar el déficit delirante en que ha incurrido su gobierno, que han de afrontar una subida de impuestos y que son brutalmente cazados por la legión parapolicial que se dedica a multar por cualquier causa y sin el menor arrobo, sino que se suelta el pelo para insultar gravemente a la persona que le ganó limpiamente las elecciones en el PP madrileño.
El auténtico y cobarde autor de la entrevista no parece tener los modales de su kamikaze y, como se reserva la escasa inteligencia del caso, recomienda, more jesuítico, que se lea la entrevista con calma para reconocer la magnificencia de la idea que la alumbra. La cosa no tendría otro interés que el anecdótico, de no poner dramáticamente de manifiesto dos cosas realmente graves, una de carácter general, y otra sobre el PP.
Sobreabundan en la derecha los políticos a los que lo único que importa es el poder, y el dinero que siempre acompaña, y se pueden reconocer por sus modales, por cómo tratan a quienes tienen por súbditos. Una forma segura de identificarlos es su lenguaje: hablan “del partido de Rajoy” como antes se hablaba de “la España de Franco”, como pudieran hablar “del polígono de mi padre”, o de “las fincas del abuelo”. Son políticos que creen en la propiedad, y que no soportan a los rivales, sobre todo si les han sabido vencer. En cuanto a ideología, son de lo que se lleve, de lo que más venda, y lo mismo pueden defender la unidad de España que la independencia de Cartagena: siempre lo que convenga.
La deposición del sustituto ha puesto de manifiesto, de forma dramática, que en una parte decisiva de la dirección del PP se ha renunciado a algo distinto del mero paso del tiempo. Por muchas que sean las diferencias que se tengan con Rajoy, no se puede menos que sentir simpatía ante los arrumacos que le prodigan estos elementos. ¡El partido de Rajoy! ¡Ja, ja! Habría que leer, más bien, “cómo pienso comerme a Rajoy mientras parece que combato el nacionalismo madrileño”, un epíteto, que, por cierto, parece salido de las covachuelas del viejo fascismo refugiadas en el estéril posibilismo de Fraga y de los suyos, repletas de personajillos cobistas y violentos que parecen ver ahora la posibilidad de lograr, por fin, el asalto al árbol del poder.
Independientemente de los méritos y deméritos de Aznar, habrá que anotar en su favor que esta suerte de matonismo político de la vieja derecha estuvo absolutamente sometido durante sus años de mandato, algo que nunca le perdonarán quienes creen todavía que el PP se entregó a unos débiles de centro y, tontos como son, aspiran ahora a que el público se crea que ellos son el centro, que ellos son la modernidad, que ellos son los dueños de la mayoría silenciosa, porque ellos son ellos, y parece ser que Cobo lleva la cuentas.
¿Quién manda en Caja Madrid?
Llegado el momento de la finalización del mandato de Miguel Blesa al frente de Caja Madrid, se discute mucho sobre la persona del próximo presidente. Al parecer quien tiene más posibilidades de hacerse con el cargo es Ignacio González, actual vicepresidente de la Comunidad, quien cuenta con un apoyo mayoritario de la asamblea que, de acuerdo con la legislación vigente, tiene la facultad de nombrar presidente. Parece lógico suponer que González cuente con el apoyo de Esperanza Aguirre, puesto que, además de ser su vicepresidente, son los partidos políticos quienes mayor fuerza tienen en la asamblea de la Caja, y el PP parece haber obtenido un pacto para apoyar esa sucesión con el apoyo del PSOE y de los sindicatos.
Así las cosas, cabría desear un mayor grado de independencia y de despolitización de la gestión de las Cajas, de manera que se pudiese escoger con facilidad a gestores idóneos, pero lo que no cabe, porque es de traca, es reclamar esa supuesta despolitización única y exclusivamente para este caso. Es absolutamente evidente que, mientras no se cambien las cosas, son las fuerzas políticas quienes, de una u otra manera, gobiernan las Cajas. Quizás fuere mejor privatizarlas, yo así lo creo, pero mientras sigan siendo el tipo de entidades que de hecho son, lo lógico es que sean las fuerzas políticas quién las gobiernen.
En el caso de la candidatura del señor González, que tiene tanta o más experiencia que la que en su día tuvo el señor Blesa, por ejemplo, para llegar al cargo, lo que se ha emprendido es una batalla para lograr que Caja Madrid se convierta en un poder absolutamente al margen del control de doña Esperanza Aguirre, lo que, sic rebus stantibus, carece de cualquier justificación.
Lo que ocurre es que el puesto de Blesa es muy goloso, y hay muchos que aspiran a hacerle un lío a doña Esperanza, a ver si no se entera y, puesto que es persona educada, se deja manejar al antojo de cuatro listillos, sin levantar mucho la voz. Me temo que no lo vayan a conseguir.
¿Quién tiene mayor legitimidad que la presidenta del PP para influir o decidir en esta cuestión, en la medida en que los políticos tengan que hacerlo? ¿Nos imaginamos al señor Rajoy pretendiendo pactar con ZP la presidencia de las cajas andaluzas o de las catalanas? ¿Nos imaginamos al alcalde de Barcelona diciendo que el presidente de la Caixa tiene que decidirse entre Zapatero y Rajoy? Pues cosas tan absurdas como esas se están diciendo estos días, aparentando una neutralidad encomiable y un desinterés más allá de cualquier duda. ¡Qué cara dura tienen algunos!
Yo creo que, efectivamente, habría que cambiar el sistema de control de las Cajas y, a ser posible, privatizarlas en todo o en parte para que entren seriamente en el mercado de servicios bancarios y financieros sin favoritismos y sin trapacerías. Pero pretender que eso haya que hacerlo con Caja Madrid y ahora, sin tocar a fondo el sistema, es de una hipocresía admirable, y supone despreciar olímpicamente la inteligencia y la voluntad de los madrileños y de nuestras instituciones; hay personajes que se han acostumbrado a eso, van de progres (¡pobrecitos!) por la vida, y parecen creer que el mundo se haya hecho para satisfacer sus caprichos. Hora es ya de que despierten y se dediquen a otra cosa.
Entre el descontento y la descortesía
Según muy diversos testimonios, la presencia del Presidente del Gobierno en el desfile de la Fiesta Nacional se ha recibido con muestras de descontento por un público que mostró su repulsa con silbidos, abucheos y gritos de «fuera, fuera» o «Zapatero dimisión«. Al parecer, el alcalde de Madrid se apresuró a consolar a Zapatero, con el argumento de que era cosa de gente poco educada y falta de respeto; se ve que Gallardón está acostumbrado a que nadie le pite, pero que espere y verá cómo el entusiasmo de los madrileños por las subidas de impuestos y las módicas cantidades gastadas en olímpicas necedades le acaban haciendo pasar algún mal rato. Tal vez tenga la suerte de que Rajoy, siempre tan acertado, se lo lleve a la lista de Madrid para acompañarle en su segura victoria.
Pero bueno, volvamos a la pitada del día, al entusiasmo que provocó Zapatero nada más aparecer, algo mayor que el que ya había cosechado la siempre peripuesta Vicepresidente primera, que suele llegar antes para poder abroncar al Presidenta del Tribunal Constitucional o a quien toque, que hay mucho tibio par ahí suelto. Muchos comentaristas han subrayado el hecho curioso de que la Ministra de Defensa, señora doña Carmen Chacón, haya reducido al mínimo las tribunas del público, seguramente para evitar que se desborde el entusiasmo, pero, pese a esa talentosa medida, no ha podido evitar la clara presencia de signos de rechazo hacia la política del ejecutivo, y hacia la persona que la encarna.
¿Qué motivos pueden haber tenido los presentes para protestar ante la presencia del Presidente? Es razonable pensar que la circunstancia no haya sido indiferente al desagrado que se ha puesto de manifiesto, de modo que no basta con pensar en motivos de carácter general, tales como la crisis económica o la inefectividad del Gobierno, por no mencionar su sectarismo. Es razonable suponer que quienes asisten a los desfiles sean personas cercanas al personal militar que gozan de una facilidad para expresar sus emociones y opiniones de la que se ven privados los militares en activo. Si así fuera, nos encontraríamos con que la política militar de este Gobierno irrita a quienes han de ejecutarla. No faltan motivos para pensar así. Este Gobierno muestra una evidente incomodidad cuando ha de enfrentarse a temas militares y ha tratado, por todos los medios a su alcance, de convertir al ejército en una especie de ONG absurdamente armada. Y muchos militares tal vez pudieran desear servir a la Patria de un modo más gallardo que dando continuamente la espalda al enemigo para no incrementar ni los riesgos ni el duelo. Yo creo que estaría avergonzado, si fuese militar, porque ya lo estoy siendo un civil, de que, por ejemplo, los compañeros del cabo recientemente muerto en combate no hayan podido ni participar en la expedición para castigar al responsable del ataque al vehículo de nuestro ejército. ¡Vaya papelón el que se encomienda a nuestros militares! Admiro extraordinariamente la dignidad y la disciplina con la que cumplen órdenes tan escasamente atractivas como las que reciben de nuestro Gobierno.
Los ejércitos del mundo entero, también en las democracias, sirven para mantener la paz, pero, sobre todo, para defender con las armas a la Nación y para protegerla de sus enemigos, y de los enemigos de la democracia, que no son pocos a día de hoy. Pues bien, en este orden de cosas, el Gobierno se ha comportado siempre de manera reticente, adoptando medidas que, aunque se inspiren en otras razones, en la práctica han seguido siempre la máxima pusilánime de que hay que evitar, a todo trance, el enfrentamiento, una conducta que tendrá las virtudes y ventajas que tuviere, pero que difícilmente podrá gozar de admiración entre militares que han de formarse, y hay que esperar que esto no se cambie, en principios de inteligencia y democracia, pero también de sacrificio, de gallardía, de valor y de honor, además de, por supuesto, en virtudes patrióticas. Estos temas le enervan al Gobierno y, como los militares no pueden hacerlo, sus allegados le silban. Y yo también, aunque Gallardón piense que estoy mal educado, entre otras cosas porque
Cosas que no debiéramos saber y que no deberíamos pensar
El blog de Arcadi Espada, siempre interesante, es hoy realmente revelador. Arcadi vuelve a meter la mano donde no debiera y, claro, resulta que se difuminan los perfiles entre el nacionalisme y el negoci (no sé si se escribe exactamente así, pero me sirve para que me entiendan) con un tipo de cosas que no se cuentan en la prensa. ¡Faltaría más! No seamos injustos con los catalanes, no les machaquemos, como diría Laporta; estas cosas pasan en todas partes, aunque casi nadie sepa hacerlas con la complicidad virtuosa con que se hacen en la pomada catalana. ¡Pobre Millet! Corre el riesgo de ser confundido con un chorizo de la Faes cuando ha ejercido la más delicada de las misiones patrióticas, catalanas of course, sin apenas hacer ruido!
Por analogía me da por pensar en las almas tiernas que se preocupan por el destino de Gallardón tras su ¿fracaso? en Copenhague. Siempre hay gente con capacidad de conmoverse cuando se asiste al final de una gesta y se acepta impávido la derrota, injusta por supuesto. La lástima es que haya almas mezquinas que se pregunten por la contabilidad, por los verdaderos motivos, que lleguen, en su perversidad, incluso a sugerir que no san estado tomando el pelo, y pagando. Esa clase de pensamientos torcidos son los que en Cataluña se proscriben con rara eficacia, y así se hace país.