La política tras la crisis

Enfilamos el final de un verano que comenzó con signos de catástrofe financiera, y, por tanto, política, pero tras el que, mal que bien, parece haberse alejado el riesgo de la tormenta perfecta, lo que, ciertamente, no significa que se haya acabado el temporal. Creo que todos debemos alegrarnos de que no se hayan concretado las peores posibilidades, de que no hayamos llegado a una situación como la griega, lo que está permitiendo que se pueda financiar nuestra deuda en condiciones que, sin ser baratas, resultan asumibles, y que los bonos españoles puedan a volver a circular entre los Bancos.
Solamente los muy necios llegarán a imaginar que esto signifique un éxito del Gobierno. ZP se ha librado de una buena, pero no ha sido por su política, sino muy a su pesar. Los buenos patriotas debemos alegrarnos de que España haya superado unas circunstancias tan desfavorables, pese a que el Gobierno nos había estado conduciendo, de manera completamente insensata, hacia el abismo. Solo unas advertencias exteriores, muy expresivas y conminatorias, Sarkozy, Merkel y Obama, con seguridad, el presidente chino muy probablemente, han sido capaces de conseguir que el falso leonés haga lo que cualquier político sensato habría hecho con seguridad desde hace, al menos, dos años. Esa obligada rectificación del Gobierno, con desgana y a última hora, unida a la fortaleza de las instituciones financieras y la solidez de la economía española, pese a la intensidad de la crisis, han ayudado a sortear un desastre de proporciones dantescas.
El panorama que se adivina, en el que no va a escasear los momentos difíciles, ni las oportunidades para que la demagogia del Gobierno atice las tensiones sociales y territoriales, obliga, a mi entender, a que la oposición cambie su manera de enfrentarse al Gobierno. No creo que el electorado vaya a premiar a un PP que pretenda pasar por la izquierda a Zapatero a base de criticarle por haber tomado medidas poco sociales. Está claro que lo que el PP pretende decir cuando hace algo como eso es que, si se hubiese llevado una política económica más sensata, no habrían sido necesarios los recortes que ahora son imprescindibles, pero ese es un mensaje que, independientemente de que se crea correcto, no tiene ningún atractivo, y ello por dos razones: en primer lugar porque habla de un pasado que ya no tiene remedio; en segundo lugar, porque puede dar la sensación de que el único programa que el PP sabe defender en público es el que consiste en llevar la contraria a lo que hace el Gobierno, una idea que el PSOE no se cansa de utilizar para mostrarnos un PP insolidario, incoherente y oportunista.
La historia de nuestra reciente democracia puede abonar la impresión, en muchos aspectos correcta, de que nadie gana nunca las elecciones sin estar en el Gobierno, de que, lo que ocurre, es que, de cuando en cuando, los Gobiernos son derrotados por sus excesos y errores, y son despedidos por lo que hacen, más que por lo que dicen. Así ha ocurrido, en efecto, en más de una ocasión, y no resulta demasiado difícil reconocer que, desde 1977, no ha habido ningún Gobierno que haya hecho más méritos que el actual para perder las próximas elecciones. Sin embargo, seguramente no baste con que ZP se haya empeñado concienzudamente en descalabrarse, habrá que contar también con una acción positiva del PP para obtener la victoria.
El presidente cuenta con casi dos años por delante, y con una poderosa fuerza de propaganda. Tendrá que sortear algunos escollos para aprobar los presupuestos, y lo pasará muy mal con las elecciones catalanas, pero superará, seguramente, ambos obstáculos con su método tradicional, es decir, haciendo pagar a los españoles los beneficios contantes y sonantes que las diversas minorías de la Cámara le exigen como peaje. Si todo le saliese como se propone, se enfrentaría con las municipales y autonómicas en medio de una cierta recuperación económica y, tal vez, del empleo, que presentará como un éxito inenarrable. En esas condiciones, la ventaja que actualmente ostenta el PP pudiera verse mermada hasta límites peligrosos.
Es posible que el futuro no sea tan halagüeño para el Gobierno como lo pinta esta hipótesis, pero no hay duda de que el PSOE venderá cara su piel porque, el peculiar socialismo del que disfrutamos se queda en nada sin el poder.
¿Sabrá encontrar el PP la melodía política adecuada para contrarrestar un intento de resurrección del Ave Fenix de la Moncloa? El PP haría bien en dejar de pensar que la crisis le está haciendo el trabajo, digamos, sucio, de desgaste y debería mirar con ojo crítico la realidad de las encuestas, aunque solo sea por el evidente error que cometió en 2008 al no saber ver el descalabro que se le venía encima en Cataluña, la única razón de la segunda victoria de Zapatero. Le queda al PP mucho trabajo para convencer de la bondad de sus razones, sin fiarlo todo al desastre del contrario, por obvio que resulte.
[Publicado en La Gaceta]

Los silencios de Rajoy

Es un secreto a voces que una parte significativa de los militantes y votantes del PP están descontentos del perfil deliberadamente bajo que adopta Mariano Rajoy, lo que, naturalmente, no quiere decir que vayan a dejar de preferirlo a cualquier posible candidato del PSOE. Dando este dato por cierto, hay que preguntarse por las razones de tal actitud. La teoría dominante es que esa elipsis del líder del PP es deliberada, y se funda en análisis de sus asesores y, en último término, en dos convicciones de carácter estratégico. En primer lugar la suposición de que las elecciones “no se ganan, sino que se pierden”, ayudada por el convencimiento de que ZP las está perdiendo, tal como hoy indican las encuestas. Una segunda suposición, también muy importante, es la de que al PP no le conviene una gran movilización electoral de la izquierda, lo que resulta inevitable con un PP más beligerante, porque, simplificando mucho, a mayor participación electoral mayor probabilidad de victoria de la izquierda.
Creo que ambas suposiciones son, al menos, parcialmente correctas. No me parece, sin embargo, que sean enteramente ciertas, sino que, a la vista del comportamiento electoral de los españoles, se debieran matizar de modo muy significativo, pero, en cualquier caso, creo que para que puedan integrar cualquier programa político necesitan algunas hipótesis adicionales, que normalmente no se discuten, y que, si se dan por ciertas, pudieran conducir a eso que Thomas R. Merton llamó una profecía que se autocumple, una self-fulfilling prophecy, en particular, a una nueva derrota de Rajoy y del PP, ante Zapatero, o ante otro.
La hipótesis adicional que puede conducir al fracaso, se expresa, a mi entender, en otra doble la creencia: en primer lugar, la suposición de que la cultura política de los españoles es casi completamente inmutable y mayoritariamente de izquierdas, y, en segundo lugar, la convicción de que los partidos políticos, y en este caso el PP, no deben trabajar en ese terreno, puesto que son meras máquinas cosechadoras que deben dejar a otros la tarea de la siembra y el resto de faenas del campo. Ambas convicciones son, a la vez, excesivamente acomodaticias y, la segunda, al menos, rotundamente falsa, y lo sería tanto más cuanto la primera fuese más correcta. En la medida en que la dirección del PP tuviese ambas creencias, por el contrario, como ciertas, debiera actuar de la manera más disimulada posible, para hacerse con el poder en un descuido y tratar de mantenerlo mientras sea posible; creo que muchos suponen que eso es precisamente lo que se está haciendo, pero, si así fuere, se trata de un error de libro. Incidentalmente, una de las razones que puede abonar el equívoco de algunos estrategas del PP es un análisis deficiente de las razones de la sorprendente derrota del PP tras una legislatura en que había obtenido la mayoría absoluta, pero esta es otra cuestión.
Que la cultura política de los españoles sea de izquierdas es solo una media verdad, tan cierta como su contraria; lo que, sin embargo, es un hecho, es que la izquierda se toma más en serio la defensa de sus valores y promueve con eficacia una sociedad muy conformista y acrítica, subvencionada y dependiente; así tenemos, por ejemplo, que apenas el 4% de los españoles aspira a ser empresario y un 72% desearía ser funcionario, mientras que la derecha da muchas veces la impresión de que lo único que puede alegar en su defensa es que gestiona mejor los recursos públicos, un alegato muy débil e ineficiente en términos electorales. ¿Qué ha hecho el PP desde 2004 para combatir este estado de cosas? Me temo que apenas nada, y eso cuando no lo fortalece pretendiendo, de manera absolutamente absurda, resultar más protector de los llamados derechos sociales que la izquierda.
EL PP presume muchas veces de sus 700.000 militantes, pero, salvo en algunos lugares, no tiene una maquinaria política medianamente en forma, como se demuestra cuando se queja, a mi modo de ver absurdamente, de que las sonoras pifias de ZP no obtengan en las calles el rechazo que cosecharon sucesos mucho menos imputables a errores del PP, como se pudo ver en el ejemplar caso del Prestige.
Si el PP temiese la respuesta negativa de una izquierda siempre dispuesta al “no pasarán”, se equivocaría con un imposible disimulo, mientras que trabajará en contra de sus intereses, y de los de la democracia, si renuncia a desarrollar políticas nítidamente distintas de las del PSOE, y a justificarlas sin ninguna clase de temores. Ese trabajo ha de suponer un día a día sin desmayo y sin miedo, un análisis continuo de los problemas de los españoles y un contacto constante con la sociedad civil. El problema es que eso suele ser incompatible con una organización cerrada, sin ninguna democracia interna, y cuya acción política tienda a limitarse al aplauso del líder cuando desplaza sus escenarios de opereta por los espacios afines.
[Publicado en El Confidencial]