Son tantos y tan graves los riesgos que nos acechan que puede parecer frívolo fijarse en el supuesto problema de una única persona, aunque sea tan singular como es el líder del PP. Pero la dificultad de que merece la pena hablar no le afecta solo a su persona, porque, para bien o para mal, Rajoy encarna las esperanzas de muchos millones de españoles, que quieren pensar que su llegada al poder significará el final de una larga y absurda pesadilla. En este sentido, el problema de Rajoy consiste en que, al tiempo que suscita esas esperanzas, su perfil político específico no acaba de ser visto con nitidez por una gran mayoría de españoles, o eso dicen las encuestas. Que Rajoy aparezca sistemáticamente por debajo de las expectativas que suscita su partido no es tampoco un fenómeno nuevo: le pasó también a José María Aznar, aunque luego termino convertido, al menos para algunos, en una especie de superlíder. Esto se dice no a cuento de que el inconveniente no sea relevante, porque lo es, un escollo que hay que sortear al menos con tanta habilidad como supo hacerlo Aznar tras el largo e inacabable felipato.
Nadie duda de que Rajoy esté al frente del PP; las dudas se refieren a sí Rajoy va a ser capaz de dirigir a buen puerto ese inmenso capital político que tiene a sus espaldas, porque el paso de una situación de expectativa, por grande que sea, a una victoria política incontestable está lejos de ser automático, sea cuando fuere la fecha, y esté, o no, por medio Rubalcaba.
Lo que Rajoy necesita es que se perciba con claridad que el PP comienza desde ahora mismo a ejecutar una nueva melodía que sea el programa de Rajoy. Y en política, como en la música, las partituras son importantes, pero el ejecutante no lo es menos. Frente a un partido numeroso y con cierta tendencia al caos, aunque no sea más que por su tamaño, Rajoy tiene que conseguir, cuanto antes, que el partido empiece a sonar de manera cada vez más afinada y que la melodía que interpreta sea pegadiza.
Naturalmente, nadie espera que Rajoy descubra nuevas músicas, pero sí que le imprima a la acción política de su partido, que a veces parece diseñada por un estratega beodo, una unidad y armonía, que se concentre en mensajes simples y sencillos, que no dejen al adversario la posibilidad de argüir con eficacia lo que, en cualquier caso, van a gritar por las cuatro esquinas.
Me parece que el primer movimiento de su sinfonía tiene que estar dedicado, por fuerza, a Europa. En estos momentos, Europa significa para los españoles, seriedad, austeridad y salida de la crisis. Si en el pasado hemos podido ser alumnos brillantes de la escuela, debemos desembarazarnos a toda prisa de la condición que hemos adquirido con Zapatero como alumnos que no se toman en serio el curso, que hacen pellas, tratan de copiar en los exámenes, y falsifican notas. Esto quiere decir, contra los infinitos arbitristas que predican reformas radicales, que no se trata sino de volver a hacer las cosas bien, de dejar de disparatar.
El segundo movimiento de la sinfonía rajoyana tendrá que estar impregnado de una llamada a la responsabilidad de todos y cada uno de los españoles. No se trata de prometer, sino de persuadir a todo el mundo de que hace falta que cada uno de nosotros empiece a ser más exigente consigo mismo, y empiece a esperar menos de los demás, para conseguir que esta economía que ahora está embarrancada pueda empezar a ponerse de nuevo en marcha. Naturalmente que todo ello exigirá algunas reformas, pero de nada sirven las reformas cuando el público no comparte el plan general, un programa en el que ni siquiera los controladores puedan trabajar menos y cobrar más.
El tercer movimiento tiene que girar en torno a una propuesta de reducción del gasto, porque cuando el sector público ahoga a las economías privadas no se puede llegar a ninguna parte. Es escandaloso que mientras ha aumentado el paro y no hay financiación para los emprendedores, se hayan incorporado a las, hasta ahora, seguras nóminas públicas a cientos de miles de personas para realizar trabajos inconcretos o inexistentes. Aquí hará falta que Rajoy sepa persuadir a sus adversarios de que se necesita moderación del sector público, que en la Europa liderada por la economía alemana, no caben los derroches. Habrá que pensar en ciertas leyes de armonización y contención del gasto, para que quienes gastan sin ingresar, dejen de hacerlo, y estoy mirando más al oeste y al sur que hacia el nordeste, aunque también allí se hayan cocido habas.
Como se ha puesto de manifiesto con el follón de los controladores, los españoles no soportan el privilegio, de modo que esta clase de propuestas podrá tener un apoyo popular suficiente. Hay que suponer que lo que quede del PSOE estará mejor dispuesto a recuperar el buen sentido, pero hasta que eso sea lo normal, Rajoy dispondrá de casi dos años para hacer lo que hay que hacer sin que nadie pueda tratar de pararle en las calles.