He pasado este fin de semana en mi amada tierra asturiana. Supongo que le pasa a todo el mundo, pero a mí, volver a mi cuna, al rincón de mi niñez, me rejuvenece, ne descansa, me compensa de casi todo, pese a las molestias de la edad y los viajes. Asturias, además, me obliga a pensar, quiero decir, me plantea problemas que normalmente tiendo a olvidar por completo en el madrileñeo. Creo que se debe a los contrastes, a la destrucción casi completa del entorno de mi infancia, a la sensación de abandono y de orfandad que dan buena parte de sus tierras y sus gentes. Es impresionante que, en el entorno rural, que supongo podría ser próspero de muchas maneras, casi todo sea restos y pasado, ruinas y abandono. Al menos dos de cada tres casas están abandonadas o destruidas, y, aunque esto varíe por zonas, uno se lleva la sensación de que un mundo que fue real, y por tanto posible, ya no lo será más. La soledad, la oscuridad y el abandono se han apoderado de las caleyas, apenas se ven vacas, ni huertos, ni madreñas, y tómese como símbolo, no como estéril añoranza de lo que pasó para dejar hueco a algo mejor: lo malo es que aquí no parece haber nada, salvo un turismo más ocasional que otra cosa. No es de ahora el problema, desde luego, pero cada crisis económica se agudiza más la sensación de que no se ha hecho nada de lo que se podía hacer.
Las minorías asturianas, que tienen tantos antecedentes gloriosos, los Jovellanos, los Toreno, los Argüelles, no parecen haber estado a la altura de las circunstancias. Asturias ha sido una especie de paraíso socializado, un mundo de subvenciones, y hace ya mucho que cayó también este muro, de manera que Asturias debería encontrar su propia receta de resurrección. Hoy he leído en el editorial de uno de sus periódicos que los asturianos se muestran muy contrarios al seguimiento del proceso autonómico, por llamarlo de algún modo, y me parece que la moda del n’asturianu se ha pasado bastante, pero no basta con ese rechazo, que podría ser visto como una llamada de socorro a la Junta Central. Hace falta que los asturianos se enfrenten a sus problemas con imaginación, con energía, con confianza en sus posibilidades, y eso exige poner fin a una larguísima etapa de sumisión y dádivas.
Va habiendo algunas voces críticas, pero el conformismo es todavía mayoritario y los asturianos deberían de comprender de una buena vez que eso es letal para el futuro de sus hijos.