El safari de Madrid

El ayuntamiento de esta ciudad está dispuesto a cazar a sus ciudadanos a cualquier precio; lejos de procurar que vivan libres y, si pueden,  felices, se las arregla para que caigan en sus redes. Es como una gran araña cruel y perezosa a la espera de moscas despistadas. Hoy he caído en una trampa, y ayer caí en otra. La de ayer: zona verde, pero debidamente poco visible una prohibición de carga y descarga, total 90 euros. La de hoy:  quería aparcar en el parking de la plaza de Santa Ana, y atravesé la calle del Prado, prohibida a la circulación salvo hoteles y servicios,  porque pensé que lo del parking era un servicio, pero no, debería haber sabido que sólo se puede entrar a ese parking desde la calle del Príncipe. No sé cuanto me caerá, pero debería sentirme feliz de vivir bajo la protección de un Ayuntamiento tan eficiente y tan poco arbitrario, de manera que, como no lo estoy, se demuestra que soy un tipo raro y antisocial. Quedan advertidos.
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Las procesiones

El otro día leí unas declaraciones al Der Tagesspiegel de Javier Marías, un escritor de cuyas novelas soy escasamente adepto, con motivo de la publicación de una de sus obras al alemán, ámbito en el que al parecer tiene éxito. Se pronunciaba el autor sobre temas muy diversos, con esa autoridad que, al parecer, confiere la fama. Me llamó la atención el que afirmase que durante la Semana Santa reina en Madrid una “atmósfera intolerante” hacia quienes pretenden sortear los festejos, y que describiese la iconografía de las procesiones de “inquietante”.
Madrid es una ciudad muy grande y desgarbada en la que hay que sortear cosas muy diversas, desde las inagotables e impagables obras de este alcalde, cosa en la que concuerdo con el escritor, hasta un buen centenar de manifestaciones de lo más diverso, las más de ellas promovidas por el poder político al uso con los motivos más variopintos y absurdos. A los madrileños no nos queda más que tener paciencia, ya que no hemos tenido el coraje ni la oportunidad de irnos con la música a otra parte. Sin embargo, decir que hay que sortear las procesiones y que hay intolerancia hacia quienes no participan en ellas me parece bastante extravagante. Tal vez debiera dejarse caer el señor Marías por la cosa del orgullo gay para calibrar un poco las palabras.
Decir que la iconografía es inquietante no me parece tampoco muy atinado. Salvo que el escritor quiera cubrirse con el manto del lenguaje progre (al uso de esa gente cuyo calificativo más gastado es inquietante), no parece que pueda resultar nada inquietante una imaginería más que centenaria; cualquier otro calificativo sería más adecuado que el de inquietante, incluso para manifestar un rechazo similar al de Marías.
¿Será que el novelista está empezando a imbuirse de la cristofobia que ahora está de moda? ¿Habrá descubierto algo tan negativo en la religión como para militar en su contra? Eso les está pasando a algunos intelectuales que se arremangan con argumentos más viejos que el calor, pero venden sus libros como si contaran algo nuevo.
Uno puede estar contra la religión, pero ya es más discutible que se pueda estar contra la libertad de creer de quienes creen. Yo no soy especialmente adepto a las procesiones que me recuerdan algunos aspectos de la religiosidad popular que no me son especialmente gratos, pero no puedo dejar de reconocer que a través de ellas asoman sentimientos perfectamente serios que, aunque no se deban confundir con la religión, son compañeros inseparables, pese a que se puedan manifestar de maneras muy distintas a las de las semanas santas españolas.
De todas maneras, si tuviese que escoger entre ser devoto de La Macarena, o del Cristo de la buena muerte, y la literatura del señor Marías, no experimentaría ninguna inquietud, pero tampoco es el caso.

Viviendas

Una extraña peculiaridad de nuestra economía ha hecho que las viviendas se hayan convertido en bienes especulativos. Uno pensaría que las viviendas son para vivir, pero resulta que no ha sido así. Los alrededores de Madrid están repletos de urbanizaciones vacías, de chalets sin dueño probable en kilómetros a la redonda. Cuando se contemplan estos fenómenos, uno tiende a pensar que el negocio debía estar en otra parte, porque este cáncer no resulta explicable atendiendo a consideraciones de censo, ni al análisis preciso de la demanda. Parece haber sido una especie de Madoff al revés, un negocio en el que algunos promotores pensaban ganar dinero vendiendo bienes que otros comprarían para ganar más, pero es obvio que ese proceso no puede ser infinito. El caso es que, por fas o por nefas, sobran millones de viviendas, y, como es lógico, el precio empieza a bajar de manera decidida, tirando por los suelos el cuento de la buena pipa. A resultas de este ataque de realismo, ya ha habido una Caja intervenida y no es del todo antipatriótico pensar que acaso pueda haber más, y eso, aunque se consiga que los precios no se despeñen.

Los alrededores de Barcelona siempre han sido más densos que los de Madrid, de manera que seguramente no estarán tan llenos de urbanizaciones al pairo. De cualquier manera, la vivienda baja también en Barcelona. Es curioso que una de las grandes diferencias entre estas ciudades haya sido, precisamente, la buena calidad y el empaque de las viviendas y edificios del centro de la Ciudad Condal, en comparación con el predominio de un tipo de vivienda poco ilustre en zonas similares de Madrid. Barcelona ha sido mejor ciudad burguesa que Madrid, aunque tal vez no ha sabido ser tan cuidadosa con sus barrios bajos. Eran, sin duda, otros tiempos en los que la vivienda era para vivir y las alegrías financieras recaían en otra clase de bienes, probablemente más apropiados. Ahora hay que volver a pensar de otra manera, a averiguar en qué podemos invertir nuestros ahorros de manera más productiva. 

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Madrid 10 Barcelona 1

Los madridistas, que son mayoría entre los madrileños, aunque Teruel también existe, desearían que un titular como este pudiera referirse al fútbol, pero eso resulta pero que muy improbable, al menos hoy por hoy. No se trata de fútbol, sino de deuda, y ahí las cosas son así de claras. Gallardón ha llevado la deuda madrileña a las cotas más altas que imaginarse pueda, hasta el punto de que ha dejado cortos a sus rivales socialistas, siempre tan competentes en esta clase de desaguisados.  Ha superado con creces, incluso, la barrera que le había propuesto el muy flexible Solbes, de manera que, con un caso tan nítido,  el PSOE estará en condiciones de echar la culpa a Rajoy, que suele llevarse esta clase de bofetadas propiciadas por el entusiasmo de sus más fieles, del crecimiento del déficit público.  Según informa Carlos Sánchez en elconfidencial.com, de acuerdo con las cifras del Banco de España, el ayuntamiento de Madrid debía al finalizar el tercer trimestre del año pasado, 6.496 millones de euros, lo que supone un 400% de la cifra existente al comienzo del mandato de Gallardón y que está a punto de alcanzar la supercifre de 8.000 millones, casi tres mil euros por madrileño.  Quizá no sea mucho si se tiene en cuenta que Gallardón aún no ha estropeado del todo la calle Serrano, aunque está en ello, ni ha puesto patas arriba el Paseo del Prado, que es uno de sus próximos proyectos.

Creo que una de las ventajas que Barcelona ha tenido siempre sobre Madrid ha sido la mayor categoría de sus alcaldes, seguramente porque para un barcelonés llegar a la plaza de Sant Jaume era una de sus mayores aspiraciones, mientras que los políticos madrileños han actuado siempre como si ser alcalde de la capital fuese un destino de segunda. Lo malo es que Gallardón quiere ser el líder del PP y está decidido a romper esa tradición poco brillante a base de gastar pasta y que lo pague el que venga. Visto que oponerse a ZP no funciona, piensa dejar en ridículo las cifras de déficit del PSOE. 

[publicado en Gaceta de los negocios]