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La presencia de Aznar en la Convención del PP ha agitado las aguas, es lo menos que podía pasar; al actuar como lo ha hecho, Aznar ha cumplido su obligación con el partido y con los ciudadanos, decir que lo que está pasando no le gusta y recordar que el PP existe para hacer algo distinto de aplaudir a un Gobierno, haga lo que haga. Es muy claro que son otros los que han de actuar en consecuencia con ese mismo deber: que los que aplaudieron a rabiar a Aznar no se dejen llevar por uno, o por varios, a donde no quieren ir: queda muy poco para evitarlo. Smartphones a medida
A propósito de las intervenciones de Aznar se ha dicho de todo, pero, como somos una sociedad en exceso pasiva, no se ha dicho algo que debiera ser obvio: si Aznar ha hecho lo que debía hacer, y así lo creo, si ha abandonado una posición cómoda, exponiéndose a toda clase de descalificaciones y recriminaciones absurdas, ¿qué deberían hacer los demás? ¿qué deberían hacer los liderillos que se limitan a repetir lo que creen que hay que repetir porque pretenden hacer política, y vivir de ello, sin exponer nada? ¿qué deberían hacer los militantes del partido que no dicen nunca nada? No es una incitación a la rebelión, es recordar que no se puede hacer una democracia sin demócratas, que la libertad no sirve de nada si la gente no se atreve a ser libre, a pensar, a arriesgarse, a exigir. Visto de este modo, el problema no es qué pretende Aznar, sino que van a hacer todos los demás. Aznar repite que España es un gran país que no depende, ni puede depender, de una sola persona, pero la parte de centro derecha de este gran país está extrañamente quieta y a la defensiva, y no tiene derecho a esperar que Aznar, ni nadie, le saque las castañas del fuego. Aznar se ha movido, falta que cada cual cumpla con su deber, sin dejarse envolver por ese extraño mantra de que «lo que ha dicho Aznar es lo que todos pensamos». Tabletas y otras variacionnes