Es imposible encontrar en la memoria de los años recientes un año tan repleto de disparates políticos y malas noticias como el 2010 que termina esta noche. Hay, apenas, dos excepciones que anotar en este panorama tan escasamente estimulante, los éxitos deportivos, y en especial el Campeonato del Mundo de fútbol, brillantísimamente logrado por la selección nacional, y la muy escasa actividad terrorista, muestra evidente de la agonía inaplazable en la que se encuentra ETA. La gestión política del gobierno ha sido realmente penosa, hasta el punto de que se haya producido el hecho, absolutamente insólito en la tradición socialista, de que un estado de opinión largamente compartido por los militantes del PSOE impida que el presidente del gobierno se atreva a manifestar la mínima determinación de volver a ser cabeza de cartel en las próximas elecciones generales.
2010 ha sido un año pródigo en malas noticias para todo el mundo. Congelación de pensiones, bajonazo en los ingresos de los funcionarios, alza del IVA, subidas de impuestos, incremento del paro, parálisis crediticia, parálisis económica, coste desmesurado de la deuda, etc. Nuestra imagen internacional, la marca España, ha descendido a las cotas más bajas de la democracia y nuestra economía se encuentra en la UVI, y bajo la vigilancia de doctores ajenos. Pero si el año ha sido malo para todos, no ha sido mejor para los socialistas y para el propio presidente. Los socialistas han sufrido una humillante derrota en las elecciones catalanas, y su posición en las encuestas sigue bajando; Zapatero ya no es capaz de imponer su criterio y tiene que comprobar como un líder regional vapulea en las primarias a Trinidad Jiménez, una de las estrellas de la corte del talante.
Zapatero ha hecho tan mal las cosas que ha debido producirse un hecho muy anómalo en la política de un país soberano, a saber, que los principales dirigentes del mundo, desde Obama hasta Sarkozy, y desde Merkel al líder chino, hayan decidido presionar al presidente para que rectificase con urgencia el rumbo de su gobierno. Zapatero, ha reaccionado con toda celeridad, pero sin ninguna convicción, de modo que hay en esta peripecia razones más que suficientes para no pueda estar contento con su gestión, para que se sienta invadido por una melancolía progresiva y de difícil cura. El año 2011 ha demostrado que el modo de gobernar de Zapatero estaba siendo no sólo inútil sino perjudicial, y la llamada conjunta al orden desde los poderes más importantes de un mundo cada vez más interrelacionado, ha obligado a Zapatero a convertirse en gestor desganado de decisiones extrañas a sus peculiares creencias. Es llamativo que Zapatero esté haciendo mal y a desgana lo que podría hacer bien, si realmente tuviese la cintura política de la que ha presumido en tantas ocasiones.
Lo peor de nuestra situación es que el margen para que nuestra imaginación dibuje un año 2011 algo mejor es realmente estrecho, por decir algo. Ninguna de las causas básicas de nuestro deterioro económico ha sido sometida a un tratamiento eficiente y decidido, de manera que nos enfrentamos a un año en el que, para empezar, los vencimientos de la deuda en el primer cuatrimestre, que suponen cifras mareantes, nos van a conducir de nuevo a escenarios que nada tienen que envidiar a lo que se conoce como “tormenta perfecta”. No podemos afirmar con certeza si seremos capaces, desde luego con ayudas de otros, de superar ese trance tan rudo, pero tanto si se supera como si no, las circunstancias internacionales van a seguir siendo muy duras, casi insoportables. La única solución a esta crisis que no cesa sería la dimisión de Zapatero, pero no hay grandes esperanzas que poner en esa eventualidad, que sería lógica en cualquier primer ministro capaz de anteponer los intereses generales a los propios. La agonía de Zapatero va a continuar porque nadie puede esperar que se resuelvan milagrosamente los problemas que no se quieren abordar de manera correcta. Tal vez un batacazo descomunal del PSOE en las elecciones del próximo mayo, con significativas pérdidas de poder territorial y con un índice de desafección muy alto, cambien ligeramente el panorama y adelanten un tanto el final de tan largo suplicio.
Desde el punto de vista de los ciudadanos, 2011 se presenta como un año temible en base a las mismas causas. Vamos a comenzarlo con una subida generalizada de precios, en algunos casos sin precedentes: la electricidad, el gas, los transportes, el carburante,… y la cascada de aumentos de costes y de precios que ello va a traer consigo. La escasez de crédito no se va a resolver porque, como todo el mundo sabe, la banca no está en condiciones de dejar lo que no tiene, ni de dejar lo poco que tiene ante un panorama tan dramáticamente oscuro. El empleo seguirá bajando, lo que tal vez invite a los que suelen hacerlo, a tratar de disfrazar las cifras metiendo a más personas en el saco sin fondo del empleo público, una de las causas de nuestra galopante ruina.
Entre las pocas cosas que pudieren, en su caso, hacernos sonreír está un posible final de las actividades de ETA, aunque existe el peligro de que este gobierno trate de vender como tal algo que no se le parezca, o de apuntarse el tanto de un éxito en el que, en puridad, el único mérito que le cabe es el de haber retrasado efectivamente la fecha debido al tiempo perdido años atrás acariciando el Nobel de la paz para Zapatero.
Es duro enfrentarse a un año nuevo ante el que, contra lo que manda la tradición, y contra lo que establecen los buenos deseos, no sea sensato hacer pronósticos halagüeños, pero en las dificultades se crecen las personas y maduran las sociedades. Lo terrible no sería que lo vayamos a seguir pasando mal, sino que no fuésemos capaces de aprender las lecciones.