Viviendas

Una extraña peculiaridad de nuestra economía ha hecho que las viviendas se hayan convertido en bienes especulativos. Uno pensaría que las viviendas son para vivir, pero resulta que no ha sido así. Los alrededores de Madrid están repletos de urbanizaciones vacías, de chalets sin dueño probable en kilómetros a la redonda. Cuando se contemplan estos fenómenos, uno tiende a pensar que el negocio debía estar en otra parte, porque este cáncer no resulta explicable atendiendo a consideraciones de censo, ni al análisis preciso de la demanda. Parece haber sido una especie de Madoff al revés, un negocio en el que algunos promotores pensaban ganar dinero vendiendo bienes que otros comprarían para ganar más, pero es obvio que ese proceso no puede ser infinito. El caso es que, por fas o por nefas, sobran millones de viviendas, y, como es lógico, el precio empieza a bajar de manera decidida, tirando por los suelos el cuento de la buena pipa. A resultas de este ataque de realismo, ya ha habido una Caja intervenida y no es del todo antipatriótico pensar que acaso pueda haber más, y eso, aunque se consiga que los precios no se despeñen.

Los alrededores de Barcelona siempre han sido más densos que los de Madrid, de manera que seguramente no estarán tan llenos de urbanizaciones al pairo. De cualquier manera, la vivienda baja también en Barcelona. Es curioso que una de las grandes diferencias entre estas ciudades haya sido, precisamente, la buena calidad y el empaque de las viviendas y edificios del centro de la Ciudad Condal, en comparación con el predominio de un tipo de vivienda poco ilustre en zonas similares de Madrid. Barcelona ha sido mejor ciudad burguesa que Madrid, aunque tal vez no ha sabido ser tan cuidadosa con sus barrios bajos. Eran, sin duda, otros tiempos en los que la vivienda era para vivir y las alegrías financieras recaían en otra clase de bienes, probablemente más apropiados. Ahora hay que volver a pensar de otra manera, a averiguar en qué podemos invertir nuestros ahorros de manera más productiva. 

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Conexión gratuita

El acceso a Internet mediante conexión wi-fi gratuita es un servicio cada día más común muy diversos establecimientos e instituciones de las ciudades más adelantadas.  Entre nosotros, este tema fue una de las propuestas más comunes en los programas municipales de 2007, pero ya se sabe que esas proclamas no suelen cumplirse literalmente, por decirlo suavemente.

 

Tengo mis dudas de que un acceso público y con cargo a los impuestos sea la solución más inteligente y eficaz. Lo que creo, en cambio, es que en la hostelería –y en muchos servicios similares, como despachos, peluquerías, gimnasios, y un sinfín de lugares en los que la gente pasa tiempo esperando- no acaban de enterarse de que ofrecer wi-fi a los clientes puede ser un buen aliciente comercial, tan bueno y barato, al menos, como lo ha venido siendo la compra de periódicos.  

 

La experiencia al respecto en las cadenas hoteleras españolas es terrible: no entienden que no se puede cobrar una tarifa abusiva (cercana a los 10 euros por día) si se quiere ofrecer una imagen razonable de su gestión a los clientes. Yo he dejado de alojarme en una cadena que, por lo demás, me gustaba mucho, por este simple motivo, pero no sé si sabrán aprender a base de ejemplos.

 

En Barcelona la hostelería está comprendiendo que no bastan, por ejemplo, los menús económicos, que hace falta ofrecer prestaciones de este tipo que son muy importantes para el público juvenil y para los clientes de mayor nivel. Es verdad que gran parte del público son “parroquianos” gente que va a seguir yendo aunque se les maltrate, cosa que sucede a menudo, pero no es menos verdad que en tiempo de crisis hay que ampliar la base de clientes y el acceso gratuito puede ser un buen gancho. Es muy fácil enterarse a través de Internet de qué locales facilitan la conexión gratuita,  y eso puede determinar fácilmente la elección entre uno u otro sitio. Para Barcelona puede servir este enlace , y para Madrid , este otro, pero hay muchos más. 

My Space, Madrid

Los madrileños somos muy proclives a esa infame pestilencia de los celos, que decía Don Quijote, por lo que se refiere a Barcelona. No pasa el día sin que comprobemos que Barcelona gusta más que Madrid  casi siempre que se habla de España desde fuera. Como somos centralistas y carpetovetónicos, esta situación nos encocora, que es como hay que decirlo en un sitio  educado como este. De manera que ateniéndome al principio de que si hombre muerde a perro hay noticia, tengo el placer de comunicarles que a Chris DeWolfe, cofundador y máximo directivo de la red social MySpace, es decir un tipo entendido y cool donde los haya, ha declarado en el New York Times, ojo al dato, que sus ciudades preferidas son Madrid y Pekín, sin decir nada de Barcelona ni de Londres o París. 

Si yo fuera Gallardón le pondría una calle a un tipo tan perspicaz como extravagante, pero me temo que la incuria municipal no caiga en lo importante que es la manifestación espontánea de tan simpático colega. Gallardón está empeñado en imitar a Barcelona trayéndose las Olimpiadas, lo que, de consumarse, acabará por arruinar el incipiente prestigio de Madrid como ciudad misteriosa e indescifrable, según nos indica la compañía con Pekín en las preferencias de Chris. 

Madrid es una ciudad sin modelo y Barcelona es la mayor capital del Mediterráneo y así se hace difícil competir. Nuestra mayor ventaja sobre la Ciudad Condal parece que es el aeropuerto, un sitio que podría estar en cualquier parte y que, visto desde unos cerros aledaños, aparenta ser una enorme superficie devastada y polvorienta en cuyo fondo aparecen las siluetas de una especie de ciudad con cuatro torres muy altas a su derecha, como para compensar su caída hacia el valle del Tajo, de manera que no hay forma de sacar una mala postal. Además, los madrileños conscientes estamos con el alma en vilo esperando el regreso siberiano de la muy elocuente Ministra de Fomento que, por lo visto, se traerá unas ideas para evitar que Barajas tenga que cerrarse a consecuencia de la nieve.   Insisto, así es muy difícil competir.

El tráfico no mejora con los guardias

Por muy distintas que sean Barcelona y Madrid, y damos por hecho que lo son,  aunque solo sea porque en Madrid no hay playa, hay algunas cosas en que coinciden y suelen ser, fatalmente, malas. Es como si dijéramos que las soluciones son peculiares pero los problemas son universales. Lo que ocurre, por el contrario, es que el imaginario de las autoridades municipales que, como las plagas, no conoce fronteras,  induce inequívocamente a creer que los problemas son peculiares y, como su capacidad de análisis (incluso en Barcelona) y/o de pensamiento crítico no da para mucho, se ven en la necesidad de aplicar supuestas soluciones universales. Pensemos en el tráfico que es, claramente, un problema bastante común en las ciudades en que la policía es exuberante. Está enteramente acreditada la existencia de una relación inversa entre la fluidez y placidez del tráfico y el número de policías dedicado a facilitarlo, pese a lo cual, tanto los munícipes barceloneses como los matritenses insisten en aumentar el número de guardias y en pasar a la posteridad por haber creado un buen plantel de figuras similares. En Madrid se les llama agentes de movilidad, aunque suelen estar casi siempre quietos al frente de un atasco que nunca se sabe si crean o diluyen, aunque los maliciosos tenemos las ideas muy claras. Las autoridades se consuelan, supongo, pensando que si bien no arreglan el tráfico han hecho más rica y polimorfa la biodiversidad burocrática, un tema que les encandila.
Hace ya unos meses tuve la ocasión de comentar otra curiosa correlación inversa entre la velocidad media del tráfico y las multas, aunque esta vez no podía asegurar su universalidad, pero sí su absoluta certeza en la capital catalana. Ahora cualquiera puede comprobar como, con las fiestas navideñas y pese a la crisis,  hay más atascos lo mismo en Las Ramblas que en Alcalá, y, por supuesto, más guardias. 

Sin multas no hay Paraíso

En Barcelona, como en casi todas partes, el tráfico disminuye pero las multas crecen. Esta relación anti-simétrica debería hacernos pensar. Los ayuntamientos son ingeniosos y desafían de continuo al buen sentido que, como ha demostrado la historia de la ciencia, conduce a muchos errores, es decir que los ayuntamientos parecen proceder conforme al método científico. Me temo, no obstante, que no sea el caso. Los ayuntamientos crecen cuando la ciudad crece, pero cuando las cosas decrecen, los ayuntamientos, que son un gran invento, tienen que seguir creciendo.  Así, por ejemplo, a menos tráfico, más multas, a menos actividad, más impuestos, a menos empleo, más funcionarios, a menos productividad, más controles. Se trata de la misma lógica perversa que explica la insensibilidad de los políticos hacia el gasto suntuario: cuando los ciudadanos se tienen que apretar el cinturón, los políticos contratan un decorador más caro o mejoran el blindaje de sus autos. Así, dan ejemplo de optimismo que ya se sabe que es la mejor manera de salir de la crisis.

Los ayuntamientos no pueden cejar en su lógica porque se acabarían derrumbando. Su misión es hacernos más felices y no van a vacilar por una dificultad pasajera en su incesante aumento del gasto. La limitación de los impuestos es que son proporcionales a lo que gravan (un fallo imperdonable en su diseño), mientras que las multas, a Dios gracias, presentan un amplísimo margen para la creatividad de los diligentes funcionarios municipales.

No conozco los datos de Madrid al respecto, pero me temo que no sean muy distintos. Sí puedo apuntar un detalle interesante: los tipos de interés que se pagan por los retrasos en las multas son realmente espectaculares, si se comparan con otros municipios menos imaginativos. Me parece lógico: no se puede cobrar a lo chico cuando se es una ciudad grande. Además, ahora que Obama nos acaba de birlar la Olimpiada para dársela a Chicago, algo habrá que inventar para no renunciar al Paraíso. 

[Publicado en Gaceta de los Negocios]

La perrera de l’Oreneta

El ayuntamiento de Barcelona se va a gastar 9 millones de euros, es decir 1500 millones de pesetas, en una nueva perrera.  Cuando vi la noticia, pensé que se iba a armar un buen escándalo, pero no ha sido así, aunque algún concejal ha dicho que a 20.000 euros por animal la cosa no parece muy barata. Yo, que quieren que les diga, creo que esto es un disparate, una de tantas locuras que perpetran los que se gastan el presupuesto sin ninguna clase de miramientos. Eso sí, estoy seguro de que se trata de un disparate perfectamente democrático y que ha contado con todas las bendiciones, bueno ya me entienden.

Esta clase de fenómenos son, a mi modo de ver, indisociables de un estado de conciencia colectiva en el que, por así decir, se ha perdido cualquier sentido de la proporción y del que, con no menor certeza, se puede afirmar que los ciudadanos ya no esperan nada razonable de los poderes públicos, ni siquiera que les sorprendan, que se contentan con tal de que les dejen en paz.  No es que yo crea que no se deban hacer perreras, pero estoy seguro de que las hay más económicas.

Bueno, como no pago impuestos en Barcelona, no debiera inquietarme, pero me preocupa el efecto emulación y el efecto contagio. ¿Acaso se puede consentir que los barceloneses tengan una perrera high-tech mientras nosotros seguimos con lo puesto? Yo era de los que pensaba que la crisis iba a obligar a los ayuntamientos a pensarse por dos veces los destinos de sus caudales, pero, por lo que se ve, la cosa no acaba de arrancar.

Ya sé que los perros de Barcelona  no tiene la culpa de que tengamos 200.000 parados más que el mes pasado, ni de que en lo que va de año cerca de 800.000 personas hayan pedido el empleo. Tampoco les veo muy culpables de que la Seguridad social tenga 450.000 afiliados menos  que en 2007. Pero los responsables de hacer perreras y sus jefes deberían de considerar el conjunto de la situación y pensar, tal vez, que, al menos de momento, podríamos tirar con otra perrera ligeramente más modesta.

[publicado el 051108 en Gaceta de los negocios]