Confusio

Uno de los personajes que da continuidad a la cuarta serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, es Juan Santiuste, al que su protector, el Marqués de Beramendi, envía a una misión secreta y le adjudica Confusio como nom de guerre. Confusio es hombre al que el apodo le cuadra magníficamente, por su tendencia al caos, de manera que, tras cumplir malamente la misión encomendada, se enreda en una serie de episodios que le hacen pasar de la nada a la absoluta miseria, como pudiera haber dicho Marx (Groucho, por supuesto). Su protector acude en su ayuda y decide mantenerle a cambio de que Confusio se dedique al magno propósito que ha concebido que no es otro que escribir una Historia lógico-natural de España, es decir, una narración de cómo hubiese debido ser nuestro pasado que, a su entender, debiera haber sido profundamente distinto a cómo fue. Confusio no se anda con chiquitas, y para evitarse toda la carlistada, serie inacabable de episodios escasamente gloriosos que aún hoy nos amargan la vida a los españoles, decide, sabiamente, que las Cortes condenen a muerte al rey felón nada más asomar sus pretensiones absolutistas.

La narrativa de Galdós es lo suficientemente inteligente y cervantina como para permitirse esta ironía sobre su tarea como historiador popular, pero lo que hoy me lleva a recordar al bueno de Confusio no es la calidad del texto galdosiano, sino la actualidad de esa figura revisionista.

Con la victoria de Zapatero, ha llegado a la presidencia una especie de Confusio. Sé que las diferencias son abundantes porque el Confusio galdosiano era humilde, extremadamente bondadoso, profundamente liberal y, sobre todo, escribía su Historia con un total desinterés, pero las semejanzas son también innegables. El gobierno de la nación, que así se llama, se ha puesto entero al servicio de nuestro actual Confusio, quien ha decidido que puesto que el pasado se interpreta desde el futuro, la mejor reescritura es un cambio de rumbo, aunque sin olvidarse de pequeños detalles como la ley de memoria histórica para que su voluntad se imponga a cualquier recuerdo libre y plural de las cosas.

Zapatero-Confusio ha hecho mangas y capirotes con la Constitución y, por supuesto, le ha pegado un par de patadas en el trasero a cualquiera que le reclamase nada en nombre de la lógica, asunto sobre el que se ha permitido no solo una práctica muy suelta sino una cierta pretensión teórica. Para no agotar antes de tiempo el papel disponible vayamos a lo más reciente. Zapatero ha cerrado un pacto bilateral entre sus intereses personales (que se supone que son los de su partido, aunque habrá que verlo) y Cataluña, y luego se ha dispuesto a revestir esa coyunda con toda clase de estratagemas para hacer ver que a todos se nos trata mejor. Todavía no se ha atrevido a decir que a todos se nos trata igual, pero todo se andará.

Que ese arreglo suponga hipotecar más el futuro de todos, parece importarle un pito. Se trata de salir adelante, con dinero o cómo sea. Se da a todo el mundo un dinero que no se tiene en la confianza de que llegará la recuperación económica a modo de maná, aunque Zapatero, que es muy laico, no se deja arrebatar por esa clase de metáforas de aire bíblico.

Su confianza está no en la Biblia, sino en su descubrimiento de que la lógica y la economía pueden ser tan flexibles como se quiera. Se trata de una estrategia que le ha dado buenos resultados porque tiene mucho que ver con el pensamiento mágico, con ese resto de sentimiento hippy que todavía es dominante en la mente de muchos votantes. Además Zapatero es, en el fondo, muy liberal y ya se ha dado cuenta de que los españoles no esperan la salvación de su gobierno, que es de chiste, sino que se empeñarán por sí mismos en salir de esta y, cuando lo consigan, puede que decidan que a Zapatero-Confusio no le faltaba algo de razón.

Su presentación del nuevo marco de financiación ha sido gloriosamente confusionaria. Para empezar, ha tratado de ocultar los números, esas magnitudes que todo el mundo sabe que son irrelevantes, detrás de una amplísima cortina de pensamientos felices, un surtido del que nunca está escaso. Se ha sabido la cifra de los miles de millones de Cataluña solo gracias a la bravuconería de los independistas catalanes, que saben muy bien que a los españoles de a pie les gusta que les meen en la pechera. Montilla, en cambio, más avisado, ha recurrido a discursos melifluos, mientras los de ERC no podían disimular el ataque de risa que les da la debilidad de su vasallo, el débil gobierno de la opresora España.

Zapatero-Confusio se tiene que dedicar a lo que sabe, a reescribir lo que hace, al disimulo, a no perder píe frente a los suyos, cada día más cabreados, pero generosamente pagados con el dinero que distrae a los que no son de su cuerda.

¿Habrá alguien que sepa estar a la altura del desafío que representa esta broma macabra? ¿Se conformará el PP con la propina esperando a que escampe por Valencia?

[Publicado en El Confidencial]

El método Ponzi de gobierno

Se mire como se mire debería causarnos extrañeza que una buena mayoría de ciudadanos consideren que las reglas lógicas y morales que se deben aplicar a las conductas de cualquiera no se apliquen a las acciones de gobierno. Pongamos la estafa piramidal o de Ponzi que casi todo el mundo considera un método ridículo de engaño, además de una canallada. El señor Madoff ha dejado a mucho rico descompuesto y en ridículo, de manera que es posible que nunca sepamos cuánto han perdido algunos de los avispados españoles  que, el pasado domingo, hubieron de dejar apresuradamente la escopeta al secretario, según narraba Cacho, para comprobar la magnitud del agujero y recomponer el gesto a toda prisa.

Pues bien, el caso es que los Gobiernos parecen no tener ninguna clase de miedo al método de la pirámide y lo aplican con singular salero sin que el respetable tuerza el gesto; se considera incluso una exageración hacer cálculos sobre lo que nos toca a cada cual del montante que ZP destina al dispendio. A Madoff se le agotaban los rendimientos pero seguía habiendo ingenuos suficientes para cubrir el expediente y que no cundiese el pánico; a Zapatero no se le agota el crédito y sigue poniendo miles de millones encima de la mesa  de una manera que haría palidecer de envidia   a cualquier Ponzi.

¿Cómo es posible sostener que siempre habrá dinero suficiente en las arcas públicas como para que ninguna de las  grandes columnas que sostienen el tinglado se tambalee? Es, además de una estafa, el mundo al revés. Los estados viven de los impuestos y, si arruinan al país, se van a pique: no sería la primera vez que pasase. La España de Felipe II se desangró tras años de gasto desmedido, insostenible e inútil con  las tropas de Flandés y ahí empezó su ruina. Islandia ha quebrado y hay varios países, como Argentina, en los que nadie entra con un duro por miedo a que se lo quede el insaciable de turno.

Es algo así como  el movimiento perpetuo que es imposible en física pero que goza de buena fama en economía política: se le quita el dinero al ciudadano futuro engrosando el déficit y la deuda pública y se le devuelve luego al votante inmediato en forma de subvenciones, retrayendo, eso sí, un pequeño porcentaje para que puedan vivir dignamente los que mantienen el cotarro y para que la Banca no pase aprietos.

Zapatero tiene un buen sistema montado sobre tres pivotes que definen un plano perfecto: los financieros, que son muy finos y siempre tienen ocurrencias y dinero de bolsillo para lo que sea menester, los funcionarios que se dedican a las pompas y a mantener la ilusión de un estado de derecho, y los sindicatos que se encargan de que el personal de abajo no se ponga levantisco e impertinente. Esto de los triángulos siempre da mucho juego, como se ve perfectamente cuando se examinan a fondo las habilidades del trilero. Si no eres ni funcionario, ni financiero, ni sindicalista, es que no vales gran cosa, de manera que tampoco te quejes y procura no desmandarte, porque el panorama puede empeorar. No me olvido de los nacionalistas, pero a estos efectos los considero incluido en las categorías anteriores, aunque siempre en cabeza de las respectivas clases.

Aquí no había crisis, y cuando la ha habido fuera y nos contagia pues a gastar dinero público. A los funcionarios se les sube el sueldo porque están un poco desanimados con el panorama. A la Banca créditos a mogollón de manera que no tengan que pujar en las subastas que se considera poco adecuado a gentes tan sutiles. A los sindicatos más jabón, más liberados y más consultas: el caso es que se queden quietos y que aquí no se entere nadie de lo que realmente hacemos.

Hacia 1872 decía un personaje de Galdós que “Todos los españoles adquirimos con el nacimiento el derecho a que el Estado nos mantenga, o por lo menos nos dé para ayuda de un cocido”. Los españoles somos tan generosos que agradecemos las dádivas del poderoso sin reparar en que nuestro bolsillo tal vez esté vacío por sus excesos. Claro que quienes más reciben no son precisamente quienes más trabajan, de manera que para ellos el negocio es pingüe y los demás no podemos protestar porque sería insolidario.

Tenemos un país que se desmorona y el gobierno parece creer que esto se arregla gastando. No se va a ninguna parte por ahí, pero cuando el público se dé cuenta ya inventarán a quién echarle la culpa del desaguisado, aunque ya se nos advierte con claridad que la culpa es del liberalismo que hay que combatir con una unión más estrecha entre las grandes familias del régimen: más control de las finanzas, más gasto público y algo de movilización social para que no se nos caigan los palos del sombrajo.

Este gobierno tiene puestas sus grandes esperanzas en que la crisis que vino de fuera se vaya a tiempo por donde ha venido, que la bonanza exterior nos resuelva el caso para poder seguir gastando mientras el cuerpo aguante. Es lo que dijo Madoff, qué lástima que la crisis me haya arruinado el invento.

[publicado en elconfidencial.com]

Hay una España que espera

[Benito Pérez Galdós y su perro en Las Palmas ca. 1908]

La política española atraviesa uno de esos abundantes momentos grises de nuestra historia en los que parece que carecemos tanto de  futuro como de pasado. No sabemos hacia dónde vamos ni hacia dónde deberíamos ir, y hemos abandonado nuestro pasado a la ciencia ficción.

Nos hemos quedado sin proyecto alguno entre las manos y nos dirige un personaje cuya capacidad de entender la situación está seriamente en entredicho. La alternativa política tampoco está clara y los gritos ensordecedores y torpes de quienes sacan ventaja continua de este desconcierto no cesan de oírse por todas partes; hasta en Asturias y en Murcia, por citar dos regiones en los que el fenómeno habría sido enteramente inconcebible hace solo una década, han surgido ya grupos nacionalistas.  

Nuestra situación económica es desastrosa, pero el gobierno juega al disimulo haciendo ver que la cosa es grave en el mundo entero y nadie parece prestar mayor atención al estado de extrema debilidad económica e institucional en el que se está hundiendo la sociedad española. El divorcio entre la España real y el mundo oficial es cada vez más grave, y los políticos andan como locos, es su estado natural, preocupándose del mañana inmediato sin caer en la cuenta de que, como decía aquel antiguo experto, estamos tan mal que parece que ya estamos en el año que viene.

A nuestro favor está que, como los italianos, tenemos una amplia experiencia de esta clase de crisis y nuestra vieja historia nos enseña a sobrevivir pese a los horizontes extremadamente oscuros. En España trágica, una novela centrada en la agónica crisis de régimen que se vivía en 1870, Galdós hace dos afirmaciones que muestran qué poco hemos cambiado: uno de sus personajes dice “¡Oh España mía, único país del mundo que sabe ser al tiempo desgraciado y alegre!”, y, algo más adelante, apostilla el autor: “En España tenemos un singular rocío de olvido, que desciende benéficamente del cielo sobre las inconsecuencias políticas”. Por esta doble inconsciencia de tapar las penas públicas con alegrías privadas y de perdonar al político que habitualmente nos engaña porque, en realidad, no creemos a ninguno, la sociedad española ha soportado mucho sufrimiento innecesario y mucho retraso evitable. 

¿Será posible que el impulso que nos trajo la libertad y la democracia esté ya enteramente agotado? ¿Es que no va a haber ninguna voz política que sepa ofrecer a los españoles una salida atractiva a esta crisis política y económica? Son muchas las cosas que hay que cambiar y hay que hacerlo con esperanza y sin miedo. Los ciudadanos deben exigir a los políticos que sepan estar a la altura de nuestras necesidades y que dejen de actuar, únicamente, en función de la miope perspectiva de sus pugnas internas y de sus votos cautivos. Nos sobran políticos de quita y pon, y nos faltan auténticos líderes, gente valiente que crea en las posibilidades de los españoles y que nos invite a riesgos y aventuras que merezcan la pena.    La derecha, muy en especial, debería reflexionar sobre si está ofreciendo a los españoles lo que España necesita o si se limita a celebrar una especie de burocrático ritual que recuerda a la democracia pero que carece de cualquier grandeza.

La izquierda española, al menos, parece saber lo que quiere: seguir en el poder, aumentar el número de los dependientes del Estado en cualquiera de sus formas, hostigar los sentimientos de los  conservadores y el jolgorio de progresistas a la violeta sacando a relucir espantajos legislativos, además de disimular cuanto pueda su deseo vehemente de lograr un acuerdo de fondo con los elementos cercanos a ETA para que se incorporen al festín del presupuesto. La derecha no se atreve a ser original, se limita a reaccionar, a mostrar sus heridas de guerra, a oponerse sin ton ni son, sin que pueda comprenderse ni dónde va ni qué prefiere. Tiene miedo a argumentar porque se sabe frágil y plural y se deja acomplejar con toda facilidad mientras la izquierda carga en su cuenta el conjunto de todas las desgracias concebibles, desde el 11-M hasta la crisis económica universal.

La democracia consiste, esencialmente, en la alternancia pacífica en el poder. Hace poco hemos podido ver cómo Mc Cain, en una intervención  memorable, pedía, acallando con autoridad los gritos y protestas de sus incondicionales, el apoyo al nuevo presidente reconociendo en esa elección un paso adelante del pueblo americano. Aquí estamos muy lejos de eso. Quien más,  quien menos, piensa que sus rivales son tontos del culo y los más groseros lo gritan en público, entre aplausos de quienes viven a su costa.

El PP tiene que ser capaz de romper la camisa de fuerza del sistema electoral a base de coraje, de talento, de audacia y de imaginación y tiene que pedir a los españoles que le ayuden a ello. No sería la primera vez. Hay una España que lo espera, pero nadie debería abusar de su paciencia. 

[publicado en elconfidencial]