Editores y soportes

A medida que se va clareando el panorama de los dispositivos que permiten la lectura de textos con tecnología de tinta electrónica (una pantalla sin reflejos, sin titilaciones, sin molestias, tan fácil y grata de usar como el papel, pero más ligera y agradecida), se van complicando las relaciones entre las distintas entidades que soportan y organizan el mundo de la lectura y el futuro.

Los editores. Seguirán existiendo, sin duda, aunque su misión esencial no será la de articular una industria de producción y de distribución, y obtener beneficios de ella, sino la de escoger y preparar los textos para ofrecerlos con la mejor calidad, rigor y accesibilidad a los lectores. El editor será, sobre todo, el garante de una serie de criterios de calidad.

El librero. Lo tiene más complicado. El editor, o los autores, tenderán a quedarse  con parte de su negocio, si es pequeño, pero el librero siempre podrá luchar ofreciendo escaparates digitales de mucha mayor calidad y ventajas que la mayoría de editores no  podrán conseguir para sí mismos. De hecho a quien mejor le va en este negocio, por ahora, es a un librero, a Amazon.

Las bibliotecas. Tendrán que asumir una función que solo será lejanamente parecida a la de las bibliotecas clásicas. En el futuro, los libros, idealmente todos los libros, dejarán de ser ilocalizables y escasos, de manera que las bibliotecas no tendrán que prestigiarse por tener lo que otras no tengan, pues todos tendrán casi de todo. Su futuro estará en la especialización y en ser editores de lecturas, en proporcionar elementos de valoración de cualquier libro o texto que entreguen a los usuarios para tratar de aprender de ellos. El bibliotecario será un erudito acerca de las ediciones que maneja, tendrá que saber sobre ellas cuanto se pueda saber si quiere ser alguien en el futuro.

¿Qué pasará con los derechos de autor? Probablemente habrá que reducir los períodos de vigencia y habrá que adaptarlos al uso de los textos digitales. Quizá no tenga sentido que las bibliotecas presten libros digitales sin cobrar por ello, puesto que, a medio plazo,  ese será uno de los usos más frecuentes de lectura y el papel de las bibliotecas se confundirá, en cierto modo, con el de los editores. De cualquier manera, las bibliotecas deberán especializarse en libros (y en otra clase de formatos) que sean muy significativos y tratar de seguir el rastro de su lectura para que esas lecturas estén disponibles para cualquier estudioso posterior. Los textos más comerciales probablemente no podrán ser archivados en bibliotecas, porque con su servicio estarían haciendo una competencia insoportable a los editores sin ningún valor añadido.

No hay que preocuparse. Nadie sabía en 1920 cómo se iba a organizar la aviación civil y se sabía que estaba llegando. No lo hemos hecho del todo mal y tampoco lo haremos mal con la lectura y con el mundo del conocimiento. Pero es absurdo seguir pensando en que la nobleza y el valor del un libro consiste en que es un mazo de papeles cosidos.


[Publicado en adiosgutenberg.com]

Nuestro libro


Acaba de aparecer la versión inglesa de nuestro libro. Me refiero a The New Temple of Knowledge: Towards A Universal Digital Library,  que ha sido publicado por Common Ground y ya está a la venta (en papel o para e-book, bajo petición) enAmazon.  Como es lógico, tanto Karim Gherab como yo mismo, que somos los autores, estamos muy satisfechos. El libro apareció hace ya un par de años en español, y obtuvo el premio de ensayo sobre temas de tecnología de la Fundación Everis.  Aunque el tema que trata es importante, y, según nos parece, la forma en que lo trata es original, la verdad es que el libro no ha tenido la difusión que pensamos se merece, pese a que a todas horas se está hablando de los temas que tocamos en el libro. Esperamos que esta segunda vida en lengua inglesa otorgue a las ideas que en él se discuten una mayor difusión e influencia.

No está bien que los autores nos quejemos de falta de audiencia, entre otras cosas, porque hay que saber que, al menos en España, sigue siendo cierto que la mejor manera de mantener un secreto es escribirlo en un libro, según dijo el malpensado de Azaña. Es una vieja tradición en la lengua de Cervantes de la que ya se dio cuenta nuestro hidalgo, de manera que pelillos a la mar. 

Cualquiera que se interese por cómo puede acabar siendo el  mundo del saber, de la ciencia, de la lectura, de la escritura, en la era de las tecnologías digitales puede adentrarse sin miedo en las páginas del libro (que sigue a la venta en la edición española, por ejemplo aquí) y podrá hacerse una composición de lugar bastante coherente y que resiste muy bien los largos meses trascurridos desde su escritura.  De manera que anímense, que leer es fácil e instructivo. 

Un nombre, como mínimo, inapropiado

La UNESCO, una de esas organizaciones que dormitan en torno a la piadosa idea de que las naciones del mundo se unen para hacer el bien, ha anunciado que va a lanzar una Biblioteca Mundial, o algo así. Es una noticia sensacional, pero no es nada más que eso. Ni la UNESCO ni nadie puede pretender una cosa tan tonta. Ese es también el fallo de Europeana. En estos tiempos nadie tiene que garantizarnos la universalidad, ni nadie tiene legitimidad para empeñarse en representarnos (¿Europeana?, digamos que apenas Gallica), de manera que lo que hay que hacer es casi lo contrario: muchas y muy buenas bibliotecas digitales particulares, especializadas, locales, sectoriales, que se conecten, que se puedan hablar y escuchar entre ellas. Lo que hace falta es que las instituciones más cercanas al público, desde organizaciones civiles hasta los Estados, empeñen sus esfuerzos para que el patrimonio documental que atesoran pueda estar disponible en la red.

Por esta vía, sí estaremos pronto en condiciones de disponer de casi todo, de mucho más de lo que podamos imaginar o abarcar. La idea de universalidad es excelente cuando lo que designa es que no hay ni selección, ni negativa, pero representa un grave peligro si lo que se hace, so propósito de redimir a culturas injustamente preteridas, es  establecer nuevos cánones y cosas parecidas. Por lo demás, este tipo de grandes instituciones pueden seguir  haciendo tranquilamente  todo lo que han hecho por la nueva cultura digital, es decir, nada.

 [publicado en adiosgutenberg.com]

Digital CSIC está siendo un éxito

Hace unos días hice en este mismo lugar un par de observaciones sobre el funcionamiento deDigital CSIC, el lugar en que se depositan los trabajos de de sus investigadores, en régimen de Open Acces. Creo que la cosa va muy bien, para la institución y para sus investigadores. En la edición de enero de 2009 del Web Ranking of World Repositories, este repositorio, con apenas un año, de vida, ocupa ya la posición 74 en el ranking general, y la 63 en el ranking de repositorios institucionales. Digital CSIC ha superado ya la cifra de 8.000 documentos, y en el pasado mes de enero ha recibido casi 110.000 visitas. Las descargas por países siguen como les contaba, con Estados Unidos a la cabeza, seguido de España y, más abajo,  Méjico e Inglaterra, con un llamativo descuelgue de nuestros vecinos más inmediatos como Francia, Italia y Portugal.

Basándome en el análisis de mi propio caso, me confirmo en el optimismo. He colocado ahí unos cuarenta documentos, los tres o cuatro primeros hace unos meses, y la mayoría en el último mes. Cuando he accedido a los datos que se refieren a mis documentos, he quedado muy gratamente sorprendido. He tenido, aproximadamente unas 1.000 visitas y cerca de 500 descargas lo que da una media de unas 25 visitas por documento y la mitad de descargas, un promedio que, sin duda alguna, tenderá a crecer, porque hay una mayoría de documentos que llevan menos de un mes y apenas tienen descargas, mientras los más veteranos superan las cien visitas y se acercan a ese número de descargas. Si se tiene en cuenta que, en la mayoría de los casos, se trata de documentos a los que había muy difícil acceso, la mejora respecto a la visibilidad de mis trabajos ha de ser espectacular, y eso es algo que beneficiará por igual a todos los que tengan cualquier cosa que decir en cualquiera de los muchos rincones de la ciencia. En unos cuantos años el panorama de la investigación mostrará unas imágenes mucho más precisas y es posible que se caigan definitivamente algunos tópicos. Pero lo realmente importante es que la digitalización está generando una nueva dinámica de interacción y que permitirá nuevas formas de utilización del conocimiento, lo que hará que la amenaza de esterilidad de tantos esfuerzos sea mucho menos grave que hasta ahora.  

[publicado en otro blog]

Dos formas distintas de leer

Del mismo modo que hay dos formas distintas de viajar hay, fundamentalmente, dos formas distintas de leer. Podemos viajar por puro placer, desde el grato paseo al atardecer hasta dar la vuelta al mundo por el gusto de darla. Pero también podemos viajar porque necesitemos hacerlo, desde salir a tomar un refresco hasta pasar seis meses fuera de casa haciendo gestiones diversas, mundo adelante. Ambas formas de viajar tienen elementos comunes pero son muy distintas. La segunda no excluye el placer ni la primera la utilidad, pero ni nadie las confunde, ni es necesario enfrentarlas de modo maniqueo. Con la lectura pasa algo semejante. Cabe la lectura por puro placer y cabe la lectura por necesidad, porque necesitamos saber algo. La lectura privada y por placer es, históricamente, un producto tardío. Sabemos que la forma ordinaria de lectura fue la lectio, la lectura en voz alta de un texto dirigida a un público interesado y atento y que la lectura privada, eso que hoy consideramos como leer por antonomasia, era una rareza antes de la época moderna. De hecho, podemos ver cómo la locura del Quijote nace de una lectura que Cervantes considera excesiva, del abuso de un placer todavía raro, la lectura privada como munición de la fantasía.

Desde la puesta en marcha de la era digital, desde que es posible manejar textos, por complejos que sean, compuestos estructuralmente a base de unos y ceros, se han movilizado posibilidades de lectura de las obras más diversas que eran sencillamente impensables hace unas décadas. Esta facilidad para disponer de una gran variedad de textos (obras clásicas, artículos de prensa, conferencias, apuntes, etc.) ha ido creciendo sin que ello haya supuesto mayores dificultades de búsqueda gracias a la rapidez y el buen funcionamiento de los llamados buscadores. A muchos efectos puede decirse que todo está en la red, afirmación que, aunque dista mucho de ser cierta, marca una tendencia que es cada vez más evidente y que se colmará casi completamente en el curso de los próximos años. De cualquier manera, decir que todo está en la red es equivalente a haber dicho, hace veinte años, que todo está en una buena Biblioteca, algo que tampoco era cierto en absoluto pero señalaba la excelencia de determinadas instituciones capaces de albergar de una manera organizada y permanentemente al día cuanto era posible leer respecto a una serie de disciplinas o autores.

Las ventajas de los textos digitales son muy grandes para la lectura profesional o por necesidad, debido a que disponemos de una facilidad de búsqueda y acceso infinitamente superior a la que tenemos cuando manejamos textos impresos. Existe, además, otra ventaja decisiva de la red que consiste en que, al menos en principio, acceder a un texto significa la posibilidad inmediata de trabajar con él en el mismo computador que estamos utilizando. La desventaja principal de la red frente a una buena biblioteca reside, evidentemente, en el carácter casi caótico de la red frente al reino de orden, de precisión y de pertinencia que caracteriza a cualquier buena biblioteca. Es seguro que en un futuro inmediato asistiremos a la reinvención de las artes bibliotecarias en el nuevo entorno digital.

¿Qué pasará entonces con los libros de siempre? Es evidente que el objeto al que llamamos libro está dejando, o ha dejado ya, de ser el depositario exclusivo de la cultura y del saber como lo era, seguramente, hasta hace unas décadas.

Adivinar el futuro es casi tan imposible como resistirse a su lógica, a veces implacable, a veces misteriosa. Los editores tradicionales y los libreros van a perder, en parte ya lo han hecho, el singular privilegio que tenían en relación con la palabra. Pero eso no debería ser considerado como una desgracia, al menos no como una desgracia universal.

El libro es un invento demasiado bueno como para que podamos deshacernos de él. Parece razonable pensar que la lectura privada y por mero placer va a seguir siendo primordialmente lectura de libros. No creo que nadie, salvo el investigador especializado, prefiera releer Fortunata y Jacinta, por poner un ejemplo cualquiera, en la pantalla de su ordenador, en lugar de hacerlo con su viejo ejemplar o en una nueva y atractiva reedición de bolsillo, aunque resultará igualmente placentero y útil leerlo o reelerlo en la pantalla de tecnología de tinta de un lector de e-books, para lo que existen varias buenas ediciones perfectamente legítimas y libres accesibles en la red. 

Sin embargo, son muchas las cosas que van a cambiar en los libros que se editen de aquí en adelante. Deberíamos caer en la cuenta de que, por ejemplo, el título, algo que nos parece absolutamente esencial a cualquier obra, es sólo la exigencia impuesta por una forma particular de edición, algo que debería ir en la ‘portada’, pero ahora los libros digitales van a poder tener muchas más portadas, no tienen por qué conformarse con una sola. Del mismo modo que un teléfono ya no es solo un teléfono sino que puede ser un sinfín de cosas más (aunque a algunos nos aburra el espesor del manual correspondiente porque solo queremos hablar con los amigos), un nuevo libro podrá llamar la atención de sus lectores digitales de mil maneras distintas, no sólo de una.

Las posibilidades son muchas, pero solo algunas llegan a ser realidades efectivas y no podemos saber cuáles y cómo van a ser las cosas en este terreno a, digamos, cincuenta años vista. Seguramente la lectura por puro placer va a seguir siendo servida por mucho tiempo por el libro de (casi) siempre. Pero ese libro va a tener rivales poderosos y seguramente no va a seguir gozando del privilegio que le otorgaba el monopolio de la lectura. Quienes viven de la fabricación, la distribución y el comercio de los libros (o de los periódicos, que a veces coinciden) harán bien en pensar en lo que puede venir y en no limitarse a defender su posición a base de argucias legales y de pésimos argumentos.

Estamos ante una revolución, pacífica pero bastante radical, ante la que no vale mirar para otra parte. Los lectores no tienen nada que perder y tienen un mundo por ganar. Los autores deberán caer en la cuenta que su primer derecho es el derecho a ser leídos, a que se conozca lo que piensan y dicen y que eso no tiene que subordinarse necesariamente a las estrategias de negocio de los editores tradicionales. En fin, un lío, pero un lío lleno de interés y de promesas al que no hay que tener ningún miedo.

[Publicado en otro blog. Este texto es una leve variante de lo que apareció previamente en El Escorpión, el blog de Alejandro Gándara]