Categoría: bipolarización
La grande y la pequeña maniobra (España en crisis 5)
El excesivo culto a la palabra, a la retórica vacía, tiene una consecuencia demoledora en el debate público, a saber, que tienden a imponerse las grandes palabras, que se deprecia el espíritu crítico, siempre tan escaso porque requiere valor, y se concede un valor enteramente exagerado a lo sentimental, a lo fácil. Visto desde otro ángulo, esa actitud favorece el prestigio de las grandes promesas, de la idea según la cual cualquier mejora requiere la adopción de medidas mucho más radicales y generales que las que suponen necesarias los reformistas, dígase con tono despectivo. Como es natural, esa actitud trae consigo el que, en realidad, nunca se cambie nada, que, en el fondo, se promueva el ideal hipócrita y cínico que establece que sea preciso que todo cambie para que todo siga igual.
En algunas ocasiones he comparado esas dos actitudes frente a los defectos españoles con las posturas contrapuestas de Ramón y Cajal y de Ortega y Gasset en torno al problema de la ciencia en España, de la universidad y de la cultura española, en general. Ortega, además de inspirarse en un modelo que ya casi agonizaba, pretendía que cualquier cambio positivo requeriría reformas muy de fondo, mientras Ramón y Cajal se limitaba a escucharle con gusto, y con cierto escepticismo, y a trabajar de manera incansable, investigando con rigor y audacia, dejándose los ojos en el microscopio y poniendo a los laboratorios españoles bajo su influencia a la vanguardia de la ciencia de su época, pese a las innegables dificultades que trataban de impedirlo.
En el mismo terreno universitario se podría poner un ejemplo mucho más reciente, estrictamente contemporáneo. Es verdad que la universidad española es muy mediocre, que no tenemos, en el año corriente, ninguna entre las 200 mejores del mundo, pero ello no ha impedido, por ejemplo, que el Departamento de Matemáticas de la Universidad Autónoma de Madrid ocupe un lugar mucho más brillante en la jerarquía internacional (está entre el lugar quincuagésimo y el septuagésimo quinto) que el que corresponde al conjunto de las universidades. Los males de la universidad española no impiden a esos matemáticos madrileños hacer un trabajo excelente, aunque sean, o seamos, legión los que se refugien, o los que nos refugiemos, en la mediocridad general para justificar la propia. Todo mejoraría el día que aprendiésemos a trabajar en las reformas posibles, por humildes que parezcan, sin que eso haya de significar ninguna renuncia al ideal, entre otras cosas porque al ideal se llega, únicamente, paso a paso.
Arbitrismo y barroquismo (España en crisis 4)
Lo que nos pasa (España en crisis 3)
Vamos a tratar de fijarnos en la cultura de los españoles, y, más precisamente, en nuestra cultura política. En mi opinión tenemos un problema de base que es que nos falta un acuerdo de fondo en una serie de cosas que son esenciales para juzgar cómo va la vida, cómo van las cosas. Se puede decir que esa clase de acuerdos faltan en todas partes, pero lo característico entre españoles es que no parece preocuparnos el hecho de que nos falten, preferimos adaptarnos a la dinámica maniquea.
A mi entender, esa manera antitética de hacer las cosas ha favorecido el arbitrismo, que es uno de los grandes inventos de quienes en este país se tienen por sabios. Un ejemplo para que se me entienda es el tipo de comentarios que los lectores suelen hacer al píe de los blogs, en que vapulean al que se ha esforzado, aunque sea poco, en el análisis para espetarle algo como esto: “lo que hay que hacer es fusilarlos a todos”, o “ya se sabe cómo son los catalanes”, o “¿qué vamos a esperar de la derechona?”, y argumentos por el estilo. Esta clase de “soluciones” se basa en la incapacidad para comprender y aceptar el problema, en la creencia de que nosotros poseemos alguna especie de solución obvia y que solo la maldad del adversario le impide reconocerla de manera inmediata, incondicional y rendida. Pues bien, las cosas no son así, son algo más complejas y aquí se lleva poco el esfuerzo para entender las razones del otro.
Como veremos, esta conducta tiene unas raíces muy viejas y como este país, es, sobre todo, viejo, hemos confundido lo, digamos, natural con lo que hemos ido construyendo paso a paso, y, muchas veces, error, tras error.