La hora del planeta

Ayer, unas cuantas ciudades hicieron el ridículo de manera coordinada al apagar algunas iluminaciones monumentales bajo la advocación de una supuesta hora del planeta. Todo es grotesco en una iniciativa como esta, pero es el tipo de espectáculo pretencioso que permite a algunas empresas, como Telefónica, por ejemplo, asomarse al exterior presumiendo de estar a la moda en cuanto a conciencia.
La estupidez nunca ha escaseado en parte alguna, ni en ningún momento, pero jamás ha sido tan celebrada como lo es ahora. Es realmente curioso que una cultura que tantas veces presume de ser crítica y científica, de haber superado los mitos del pasado y el poder de las supersticiones, haya dado lugar a manifestaciones tan solemnes y necias de debilidad intelectual, de cursilería y pretenciosidad.
No pretendo saber nada especial sobre el cambio climático, o sobre el calentamiento global, pero me parece evidente que esas cuestiones se usan como añagazas para que la población aprenda a seguir mansamente cualquier clase de consignas. Es evidente que la globalización ha creado un escenario especialmente apto para la propagación de la necedad, pero me parece más evidente todavía que hay que resistir, tan bravamente como se pueda, el empuje de la tontería y de los nuevos dogmatismos, de esas estúpidas religiones que ahora se llevan. Y, de paso, no estaría mal que empezásemos a castigar a las compañías que, como Telefónica, pretenden apuntarse a este bombardeo para mejorar su imagen de modo que puedan ocultar con mayor facilidad las múltiples mañas que emplean para abusar de los consumidores y burlarse de sus obligaciones con los clientes.

De pronto, la nieve

Una de las evidencias que más pesa en la memoria de muchos a favor de la verosimilitud de ese conjunto de cosas a las que se llama cambio climático, es que la nieve escasea en las Españas. Se trata de un asunto intrigante, que rompe las tradiciones de la infancia de los mayores y que invita a pensar en el tempus fugit, y en cosas aún más sombrías.

Esta mañana, sin embargo, nevaba en Madrid desde la madrugada y, según me dicen, parece que, por así decir, no nevaba desde la sierra, sino desde el noreste. En fin, cosas que pasan.

El mundo es inconstante, salvo para los grandes números, y eso resulta desconcertante para quienes siguen pensando en un universo máquina, un mundo que ahora parece averiado por impericia de los usuarios. Hay que tomarse todas estas cosas con cierto sentido del humor, aunque no sé si lo digo porque ayer vi In the Loop y me estuve riendo no solo de la política sino, sobre todo, de los amigos que la padecen, o han padecido, en directo. No se pierdan la película porque es sagaz, aunque tal vez no sea exacta.

Así es la vida, una mezcla de chapuzas, equívocos y coincidencias tras de las cuales, muy de vez en cuando, aparece una mano inteligente, un rostro agradable o se adivina una sonrisa misteriosa; parece que eso pasa también con la naturaleza y con su manifestación más caprichosa, con el clima, esa serie de datos que algunos creen tener ya plenamente sujeta; pero es mejor no ponerse solemne, porque cuando menos lo piensas, se pone a nevar o te topas con un político inteligente: en ambos casos, se te pone una cara muy rara.