Categoría: Cataluña
La libertad va por barrios
Leo las declaraciones de un músico catalán que dice una cosa muy sensata, a primera vista: que la libertad está en la cabeza de las personas. En una segunda lectura, veo que lo que ha dicho es distinto. Lo que dice el cantante es que la libertad de un país está en la cabeza de las personas. Luego, aparte de hablar de sus músicas, se dedica a dar una serie de opiniones sobre la dominación borbónica de estos últimos trescientos años (imagino que se refiere solo a Cataluña, pero quizá el argumento sea más general). Sobre este asunto dice algo un poco sorprendente, a saber, que hay dos interpretaciones, cuando lo lógico sería que dijese que hay muchas más, porque habrá que suponer que haya más de dos personas que se han ocupado del asunto. La libertad es una cosa delicuescente, sobre todo en las cabezas del personal. Ya se entiende que es una forma de hablar. Pero la libertad de un país es una entidad que cabe mal en las cabezas. Los tratadistas políticos, que algo creen saber del asunto, suelen considerar que la libertad de un país está no en las cabezas de sus ciudadanos sino en la naturaleza jurídica de sus instituciones y, precisamente porque está ahí, pues los ciudadanos pueden actuar con libertad, es decir pensar lo que quieran, decir lo que les apetezca y hacer lo que estiman les conviene. Eso es, exactamente, lo que hace con donosura nuestro músico. Pero, al parecer, él cree poseer un grado más alto de libertad por tener una cabeza, digamos, libre de prejuicios y, a su manera, prodigiosa. Esta es una creencia muy positiva para casi todo el mundo y, como ya hizo notar, Michel de Montaigne, hace más de trescientos años, se trata de un patrimonio muy bien repartido por el buen Dios puesto que cada cual cree gozar de la mejor parte. Lo curioso de nuestra democracia es que abundan los que tienen que buscar en su cabeza para encontrar la libertad de su país. Algo anda mal, fuera de sus cabezas.
Joan Baptista Humet
Se ha muerto un amigo al que no conocía pero al que escuchaba sin cansancio. Joan Baptista Humet fue un gran artista, uno de esos que no alcanzó ni la celebridad ni la fortuna pero que supo cantar una serie de verdades sentimentales, sólidas y duraderas. Sus letras eran muy emotivas y simples y su música era fácil y popular, sonaba como la canción de alguien muy cercano en un día cualquiera, en una tarde de esas en que comprendes que estamos aquí de paso. La vida era su gran tema; el amor, el cariño, la piedad, la soledad, la paciencia asomaban a sus canciones con la verdadera cara de la bondad.
Ha muerto de un cáncer de estómago a una de esas edades que ahora se nos antojan muy prontas. Tenía unos años menos que yo, pero le escuchaba con la devoción que se debe a los más sabios, y le seguiré escuchando por esas calles repletas de tráfico y en las que parece que no hay nadie. Ha muerto en paz y acompañado de toda su familia, mostrando hasta el final un estado de ánimo positivo y sereno, del que dio muestra durante toda su vida. Expresó hasta el final su satisfacción, ante la adversa situación, al tener tiempo de despedirse de sus familiares y amigos cercanos.
Yo no sé si Joan era o no creyente, pero sus emociones y su actitud me parecieron siempre hondamente cristianas. No me extraña nada de lo que se ha dicho con motivo de su enfermedad y de su muerte que en ningún momento desmintieron su discreción y su serenidad, su amor por la vida, sin estridencias ni divismos.
Cuando esta tarde coja el coche oiré de nuevo las canciones que más me emocionan y seguramente se me escapará una lágrima y una oración por él y por todos nosotros. Ahora me entero que había nacido en Navarrés, Valencia, dónde se celebrará la Misa funeral y será enterrado, y que había vivido en Tarrasa. No sé nada de sus inclinaciones políticas ni de sus preferencias culturales, pero de nada valdrá lo que hagan quienes se esfuercen para que me resulte extraño por ser catalán.
[publicado en Gaceta de los negocios]
Carbonell, a por todas
El presidente del CAC, un organismo con sede en Cataluña y difícilmente homologable con cualquier otro del mundo libre, como se decía hasta que la corrección política prohibió la palabra, ha decidido que la acción benéfica del organismo que preside, la regulación de los medios de comunicación para que no se propasen, debe extenderse a Internet que, como todo el mundo sabe, es un lugar de desmadre al que ya es hora de poner en su sitio.
La sensibilidad de Carbonell a las demandas populares es impresionante. Son muy pocos los que han sabido percibir hasta ahora ese auténtico clamor, sordo pero inmenso, de los usuarios del mundo entero pidiendo que alguien ponga coto a los excesos de Internet. Menos mal que en Cataluña, para muchos el nuevo vigía de Occidente, alguien no descansa y no pasa por alto las cosas realmente importantes.
El mundo va mal porque está descontrolado. Por ejemplo, la crisis financiera no habría tenido lugar si, como propuso IU en Madrid, de controlase el tráfico de los billetes de 500 euros. Seguro que IU o su franquicia en Barcelona apoya la iniciativa del presidente del CAC, porque todos los progresistas tienen las ideas claras con independencia del lugar en que se oponen. La cosa no es tan clara cuando mandan y, como en Cataluña manda el tripartito, Barcelona podría dar ejemplo de coordinación de funciones dentro de una ordenada concurrencia de criterios.
No sé si Carbonell se da cuenta de la cantidad de nuevas tecnologías y de nuevos empleos que se pueden derivar de una iniciativa como la suya, con la posibilidad de exportar know how a economías en pleno crecimiento, como la China o la de aquellos países islámicos que quieren poner coto a la colonización que padecen mediante la red, un caso que también preocupa en Cataluña. Se podrían crear inspectores de barrio, quizá de manzana si la penetración avanza, para evitar que la gente se salte las sabias normas del CAC mediante artificios y piraterías diversas: un auténtico maná de empleo en una sociedad cada vez más armónica. Así da gusto.
[publicado en Gaceta de los negocios]