Categoría: cine americano
Nunca dudes de un ranger de Texas
Ciudad de ladrones
Erase una vez en América
Cara de ángel
Para mi, Simmons será siempre Diane Tremayne, la femme fatale en Angel Face, Cara de ángel (1952), la película de Otto Preminger en la que Diane causó la desgracia del fornido Frank Jessup, un enfermero ambicioso y simple (Robert Mitchum), arrastrado al desastre y a la muerte por la maldad/locura de una bella mujer de mirada inquietante. He visto esa película muchas veces, y siempre he descubierto nuevos matices en esa encarnación de la belleza, la inocencia, la maldad y la muerte.
Ya no se hacen películas como esas, se suele decir, y hay algo de muy cierto en ello. El cine se ha hecho más complicado y en lugar de Premingers, Langs y Kubriks tenemos Camerons y decenas de expertos en las más variopintas especialidades espectaculares que casi nunca aciertan a narrar bien una historia, menos aún una historia profunda, conmovedora o inquietante.
La peripecia de Cara de ángel es simple hasta la exageración, pero narra perfectamente bien una historia que afecta a la mayoría de los hombres. No le hicieron falta a Preminger grandes artilugios, le bastó con dejar a la Simmons que mirase de forma tan turbadora como miraba. Los personajes son arquetipos, la acción es esquemática, los secundarios son totalmente previsibles, nada se aparta de un relato esencial y fuertemente mitológico. Bastaron los ojos de Jean y la simplicidad un poco necia de Mitchum para rodar una historia eterna, una historia de perdición que hoy se tomaría como moralina por los críticos posmodernos que todo lo saben. Que Dios perdone a las Dianas y Franks de este mundo, cuya película habría sido insostenible sin la mirada que se cerró para siempre en California el 22 de enero de 2010.
Away We Go
Además de escribir casi a destajo, este fin de semana he dedicado tiempo a ver la película del título, sorprendentemente traducida como “Un lugar donde quedarse” y a estar pendiente de un partido de fútbol. La película me ha parecido buena y me ha hecho reír; por causa del fútbol, y de lo que le rodea, me he puesto de los nervios, de manera que mi consejo sería ir más al cine e invertir menos tiempo en lo del fútbol, pero no siempre puede ser así.
En realidad sería difícil decidir que es más aburrido si una mala película o un mal partido; yo creo que los malos partidos son más fáciles de evitar que las malas películas, pero los buenos partidos son más atractivos que las buenas películas, porque son acontecimientos y tienen desenlace, en tiempo real como se suele decir, mientras que las películas son argumentales, en cierto modo ajenas al tiempo, casi tangenciales, porque siempre puedes verlas en otro momento. Hagamos algo de justicia poética y hablemos de la película porque lo del partido está ya todo dicho. Tal vez mañana llame la atención sobre algunas de las cosas que no se han dicho, supongo que porque suelen interesar poco a los futboleros, ya que el fútbol es, sobre todo, un modo de conversación pasional.
Ir a ver una película de Sam Mendes es, ahora mismo, una decisión escasamente arriesgada, porque Mendes es un tipo muy inteligente y sensible y no hace películas porque sí; me había llamado la atención el menosprecio de los críticos porque, aunque no suela hacerles casi ningún caso, Mendes es uno de los que habitualmente recibe parabienes, pese a hacer buen cine.
En cuanto empecé a ver la película comprendí las razones. Resulta que la historia de esta peculiar road movie está protagonizada por una pareja que se quiere y que espera, con toda ilusión un hijo. Resulta, además, que hay unos cuantos personajes que responden, digamos, a prototipos que suelen gozar de buena fama entre los críticos y que en esta cinta son ridiculizados de manera particularmente eficaz y cómica. Demasiado para el equipo crítico habitual.
Muchos de los que dijeron haber quedado extasiados ante American Beauty han quedado sorprendidos por esta crítica no menos sarcástica de la sociedad americana, del egoísmo y de la estupidez de muchas personas que gozan de buena reputación. Mendes ha afilado su crítica y, sobre todo, muestra que se puede llevar una vida digna si no se tiene el miedo a decir lo que se piensa, a hacer lo que se quiere, a dedicar amor y tiempo a las personas que amamos, sin desdeñar a nadie.
Vean la película, porque merecerán la pena sus carcajadas y la sonrisa con que saldrán al verla. Además podrán ver una auténtica maravilla a Allison Janney, la jefe de prensa de The West Wing, y, también por eso, les compensará verla.
Una muerte de cine: ¡hasta la vista mirlo blanco!
La muerte de John Dillinger se produjo a su salida de un cine, acribillado por los hombres de Melvin Purvis, el agente escogido por J. Edgar Hoover para dar sus primeros pasos hacia la cima del poder político al frente de una agencia de la que luego surgiría el FBI. Hoover, que presidió el FBI hasta su muerte en 1972, llegaría a ser un personaje decisivo en la política norteamericana, y la captura de Dillinger, a cualquier precio, fue una de sus primeras grandes bazas.
Según la película de Michael Mann, el director de Enemigos públicos, Dillinger acababa de ver, precisamente, Enemigo público nº1, la película de W. S. Van Dyke y Clark Gable, cuando fue traicionado por una madame al servicio de la mafia. Dillinger, ya en el suelo, y a punto de morir, encargó a uno de sus captores, que le diese un mensaje a su novia (“¡Hasta la vista mirlo blanco!”), una chica que escogió de manera casual una noche cualquiera; Michael Mann se sirve de este artificio para expresar toda la nostalgia de decencia y de pureza que habita en el corazón del héroe proscrito, del individualista americano que solo se fía de sí mismo y de sus amigos. Mann ha intentado retratar a Dillinger creando un personaje polifacético, capaz de ser violento y cruel siempre que fuese necesario, pero con un fondo de inocencia, con un anhelo de libertad y de paz siempre pospuesto y, en el fondo, imposible.
Michael Mann recrea algunas de las situaciones que dibujó con mano maestra en Heat al contarnos el romance entre Neil McCauley y Justine Hanna, maravillosamente interpretados por Robert de Niro y Amy Brenneman para imaginar la relación entre John Dillinger (un buen papel de Johny Deep) y Billie Frechette (interpretada por la actriz francesa Marion Cotillard). Michael Mann no es lo que se llamaría un cineasta político, sino un gran director de acción, pero no renuncia nunca a poner unas gotas de épica y, por tanto de política, en su cine. El retrato de Hoover, el de Purviss y el de los mafiosos, que hacen lo que puede por la caída del gran individualista, está hecho con toda intención, no es nada difícil ver lo que Mann prefiere.
No es la primera vez que Dillinger se asoma a las pantallas y los cineastas han solido recoger ese aire de leyenda urbana que, al parecer, siempre le acompañó. La épica de los gangsters se ha hecho, desde el punto de vista del cine, con la lección del Oeste bien aprendida, y las películas de Mann, siempre dignas, recuerdan con frecuencia la mirada de Ford. En un mundo en el que todo se reduce a organizaciones y poderes anónimos, la simpatía de Mann por los personajes atípicos, por los héroes a contrapelo es evidente y su Dillinger es uno de ellos. En estas épocas en las que ver buen cine es una rareza, la cinta de Mann, sin ser una cumbre, alivia un tanto la horrible sensación de nostalgia, el temor a la muerte de algo más que un género.