Cómo se define a un tirano

Santo Tomás, que no era ningún rojo, distingue al tirano del rey legítimo diciendo que el rey se esfuerza por gobernar por el bien del pueblo, mientras que el tirano se preocupa únicamente de sus intereses. Conforme con esta definición puede decirse que ahora padecemos la tiranía de unas fuerzas políticas que se preocupan de lo que les interesa, mucho más que de lo que beneficiaría a todos. Lo notable de esta situación es que la tiranía que padecemos es cínica, miente de manera desvergonzada tratando de justificar acciones plenamente vituperables, de acuerdo con la definición de cinismo del DRAE. Es dramático que se haya puesto en la calle a terroristas y asesinos gracias a la aceptación de un pacto con los primeros y que eso se pretenda defender argumentando razones respetables que nada tienen que ver con la solución del caso. Hay que preguntarse si el cinismo de estos tiranos con apariencia de personas decentes será alguna vez puesto en evidencia por los votos, espero que así sea. 
La era post PC

Ingeniería de la corrupción

Durante un tiempo pudo parecer que el PSOE de Zapatero era mucho menos proclive a la corrupción que el de González, pero ahora sabemos que tal análisis es engañoso, y que la aparente inactividad de los primeros años ocultaba una intensa dedicación al I+D de la corrupción para poder ir mucho más allá que con el procedimiento que se podría llamar tipo Interior, simplemente, meter la mano en la caja,  del cual Roldán fue, acaso, el practicante más excelso. Los ERE perpetrados en Andalucía dan muestra de una cultura de la corrupción mucho más sofisticada, del surgimiento de una auténtica ingeniería del trinque. No se le puede negar creatividad, imaginación y audacia a un fraude tan extendido y tan capilarizado como el de los ERE de los socialistas andaluces. La noticia que hoy publicamos muestra a las claras que, ya puestos, tampoco desecharon procedimientos más tradicionales como los de pagar suculentas comisiones por gestiones y trabajos rigurosamente inexistentes, y también da fe de cómo un exceso de confianza puede acabar con los mejores planes, porque se necesita bemoles para dar por escrito una orden tan inaudita como la que firmó Francisco Javier Guerrero Benítez indicando a la compañía de seguros depositaria de los fondos, que mostró su asombro exigiendo orden por escrito, el pago de “lo que les indique el citado mediador”.
Lo que esta conducta pone de manifiesto es que un fraude como el de los ERE ha debido ser conocido por miles de personas que no se sintieron en la obligación de denunciar el fraude y, muy probablemente, dedicaron sus energías a asegurarse lo suyo. Es literalmente asombroso que los responsables políticos de toda esta vergonzosa cadena delictiva pretendan ahora que son ellos los que se están dedicando a descubrir la trama creada por unos supuestos e innominados desaprensivos que, a nada que nos descuidemos, habrán muerto para cuando la Justicia estime que es el momento de actuar. Se trata de un cinismo de la misma especie que el que llevó a un consejero de la Junta a afirmar recientemente que esa clase de irregularidades sólo había afectado, según él, al 2,77% de los casos. Ya es asombroso que los presentes en la sala en la que emitió esa cínica explicación no le hayan afeado su cara dura, o no le hayan arrojado algún objeto contundente: ¿se imaginan a un general del aire, por ejemplo, explicando que le han robado aviones, pero que solo han  desaparecido, de momento, el 2,77% de los aparatos?
Todo indica que estamos asistiendo a una cínica y obscena operación de imagen para convertir a la Junta en una supuesta víctima de esas vergonzosas actuaciones, enteramente inimaginables en un país medianamente decente. Lo peor de todo esto, es que buena parte de socialistas andaluces toma a sus electores por idiotas incurables, salvo que piensen que puede acabar comprándolos a todos; tal vez los vergonzosos ERE que estamos conociendo, y sus numerosas corruptelas anejas, hayan sido solo un ensayo general para ir amarrando la voluntad de cada vez más andaluces, porque son tantos los implicados y los beneficiados que se hace  inevitable analizar las cosas por este lado.
El embrollo y el disimulo serán posibles sólo si la Justicia permite que se juegue con ella para hacer opaco un caso que muestra un hiriente evidencia de fraude políticamente dirigido. Poco cabe esperar de los Fiscales, entretenidos en otras cosas por las diligentes instrucciones del Gobierno: ¿Cabe esperar que todavía queden jueces en Andalucía? 

La paradoja del (político) mentiroso

Una de las más celebres paradojas lógicas lleva precisamente el título de esta columna. Se pueden dar muchas versiones de ella, pero tal vez la más breve sea la siguiente: ¿debe creerse a quién diga que está mintiendo? Si miente, dice la verdad, puesto que miente, y, si no miente, está mintiendo, puesto que no dice la verdad. Los lógicos se las han arreglado para librarnos de la paradoja con algunas técnicas no demasiado complejas que dan lugar a problemas llenos de intriga e interés; en teoría, se sabe, por ejemplo, cómo reconocer la verdad cuando se habla con dos personas, una de las cuales miente siempre y otra siempre dice la verdad, sin que sepamos quién es quién, con solo hacer una única pregunta a cualquiera de ellos. Lo lastimoso del caso es que ninguna de estas reglas nos sirve de gran cosa cuando nos encontramos con que los mentirosos son legión, y con que el hábito de la mentira no tiene ninguna sanción social.

Los españoles nos hemos acostumbrado con enorme facilidad a la mentira; no creo que se trate, con todo, de un fenómeno reciente, aunque sí me parece que ha llegado a ofrecer características extraordinariamente graves. Los españoles aceptan la mentira porque no son suficientemente valientes para exigir la verdad, para rebelarse contra el que impone la patraña. No es el afán de ser engañado, sino el miedo a no sobrevivir si se lucha porque la verdad se abra paso, lo que explica la favorable acogida de la mentira y de los mentirosos en la política española.

Aunque tuvo que ser un excéntrico inglés el que formulase la idea de que, para estar seguro del significado de algo, “lo importante es saber quién manda”, esa regla de comportamiento viene siendo cosa corriente entre nosotros de manera secular. Antes de que Lewis Carroll imaginase tal respuesta de Humpty Dumpty a la ingenua Alicia, los profesores de la Universidad de Cervera ya se habían postrado ante Fernando VII diciéndole aquello de “lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir”, que ha traído el “trastorno de imperios y religión”. Los sabios catalanes de Cervera expresaban de modo magistral la paradójica afición a la mentira, a la hipocresía y al disimulo, que ha hecho fortuna en la sociedad española. Se trata, por encima de todo, de mantener el orden, de que no haya ningún listo al que se le ocurra decir algo que pueda poner en riesgo el régimen imperante.

Sé que el lector podrá poner otros miles de ejemplos de su propia cosecha, pero déjeme que le recuerde dos de los más recientes y notables ejemplos de mentira coronados por el éxito social y político. El ministro Rubalcaba, un auténtico maestro en el ejercicio de la hipocresía, pasa por ser uno de os políticos más inteligentes de España porque, casi sin querer, identificamos la inteligencia con el poder, como si los necios no pudiesen ser poderosos, y el poder con la capacidad de decir la última palabra, que, al parecer, es de lo que se trata: su reconvención al Tribunal Constitucional para que no se oponga a un parlamento es digna del mejor Goebbels. El presidente Zapatero, por su parte, no ha tenido jamás el más mínimo rubor para afirmar, sin apenas descanso, cualquier cosa y su contraria, convencido como está de que la realidad no existe más allá del horizonte de su conveniencia.

Alguno podrá pensar que la mentira y la sumisión tengan poco que ver, pero no es fácil explicar la mansedumbre con la que los españoles aceptamos que se nos engañe. Entre nosotros la expresión político sincero, alguien capaz de reconocer sus errores y sus limitaciones, puede ser un ejemplo clarísimo de oxímoron. Nuestros políticos nos mienten porque nos desprecian, y la prueba de que aciertan es que les seguimos dando lo único que necesitan de nosotros, nuestro voto esclavo de unas convicciones en las que nadie que no sea un completo memo puede creer a pie juntillas.

No debiera de extrañarnos la situación porque somos herederos un larguísimo período de autoritarismo. Tras el breve paréntesis de libertad que supuso la transición, nuestros presidentes han mostrado una peligrosísima tendencia a la autocracia apoyada por el disimulo general y por la venia con la que se despachan las mentirosas proclamas de democracia. Debiéramos ser conscientes de que solo con un mínimo de libertad de opinión y de respeto a las reglas del diálogo civilizado puede tener futuro un ideal político que, al menos entre nosotros, está en grave riesgo por todos los flancos. La mentira política nunca circula sola; se acompaña de la mentira financiera, de la mentira judicial, de la mentira periodística: un paisaje surrealista que es el que ahora se divisa. Es una desgracia que la mayoría de los españoles piensen que la democracia consista en que ganen los suyos y que, si es para ese fin, se dé por válido cualquier disparate. Las ovejas son mansas porque siempre se creen aquello de que viene el lobo; por eso el pastor se las arregla con un cayado y un perro viejo.

[Publicado en El Confidencial]