Al ciudadano de a píe, casi todo lo que tiene que ver con los partidos políticos le produce una mezcla desagradable de irritación, vergüenza y asco. Hay dos razones para que, pese a ello, los españoles no sean más explícitos en su descontento; en primer lugar, evitar que su crítica se convierta en una desestimación de la democracia, en la que la mayoría sigue confiando, y, en segundo lugar, se dan cuenta de que los partidos no son peores que la mayoría de las instituciones; por si fuera poco, cuando están a punto de perderles por completo el respeto, aparece el señor Botín y se dispone a encabezar la manifestación (“los políticos tienen la culpa de todo”) y, claro, la comparación con los banqueros se convierte en una bicoca.
Que los partidos no están a la altura de las esperanzas que, unos y otros, hemos puesto en ellos es evidente. Por ejemplo, hace falta ser un auténtico fanático para no sentir vergüenza, propia o ajena, ante el espectáculo que el PSOE nos prepara en Sevilla. Que un partido de decenas de miles de militantes, de más de cien años de historia, con más de dos décadas de gobierno sobre sus espaldas, no sea capaz de hacer otra cosa, tras su estrepitoso fracaso reciente, que discutir si los galgos de Rubalcaba o los podencos de doña Carmen es realmente de aurora boreal. Es demasiado pronto para que un partido digiera completamente las consecuencias de tan sonoro desastre, que se ampliará, casi con seguridad, en las próximas elecciones andaluzas, pero es realmente llamativo que, una vez que todos son conscientes de que lo que está en juego no se arregla en unas semanas, no sean capaces de ofrecer el ejercicio de autocrítica y de esperanza que se merecen sus votantes. Desgraciadamente, todo va a desarrollarse como si aquí no hubiese pasado nada, y es que, en realidad, ni a Rubalcaba, ni a Chacón, ni a ninguno de sus pretorianos, les ha pasado nada, ni les va a pasar gran cosa. El partido ha quedado reducido a su mínima expresión, a un núcleo de dirigentes irremplazable, que, una vez victoriosos en la liturgia congresual, seguramente ofrecerá a sus rivales de opereta la oportunidad de incorporarse a la dirección del negocio para fortalecer la indestructible unidad del socialismo. Si nadie se atreve a evitarlo, el congreso podría empezar con un “Todo está atado y bien atado” y culminar, como el soneto cervantino, con el “fuese y no hubo nada”.
Es singularmente grave que el núcleo dirigente del PSOE apueste por esta estrategia de disimulo, por esta despolitización vergonzosa de su fracaso. Hace ya tiempo que todos los que cuentan algo se han puesto de acuerdo en echar la culpa al empedrado, a la crisisconvertida en una especie de deus ex machina, supuestamente omnipotente y perfectamente capaz de volverles al poder a nada que se ocupe debidamente de quienes, coyunturalmente, están en las miles del triunfo.
Los partidos españoles tienen una pertinaz tendencia a expulsar a la política de su seno, a oponer el debate a la eficacia, a sugerir que pensar es inútil y perjudicial, y a proclamar que, como en los antiguos trenes de la Renfe, asomarse al exterior es sumamente peligroso. Al hacerlo así están jibarizando la democracia y entronizando un autoritarismo político que en España no necesita especiales condiciones para florecer y fructificar. La mera idea de que se pueda discutir, analizar la situación política, y discrepar sobre las estrategias a seguir produce risa nerviosa en un porcentaje altísimo de nuestros dirigentes, y esto se está viendo ahora de manera paladina en el supuesto debate que está desarrollando el PSOE. Todo se reduce a atacar al enemigo, a tratar de mostrar quién es más fiero con el PP, porque del acoso y derribo del correligionario ya se ocupan los servicios especiales, para simular de modo completamente hipócrita una unidad inexistente entre los compañeros. Se atreven a pedir el apoyo de sus militantes sin que importe ni poco ni mucho ni lo que piensan, si es que lo hacen, ni lo que han hecho, ni lo que se proponen hacer, algo que queda siempre oculto tras un cínico “ya se verá” completamente vacío de contenido.
Nuestra principal asignatura pendiente es la llegada de la democracia a los partidos, absolutamente inexistente diga lo que diga el texto constitucional. El PSOE puede perder una oportunidad de oro de encabezar una verdadera refundación de la democracia, porque es precisamente cuando no hay urgencias de poder inmediato cuando se pueden contemplar con cierta serenidad las cuestiones de principio, el diseño del sistema, la discusión política en serio. La democracia es trabajosa y lenta, pero no es imposible, aunque pueda llegar a serlo a base de preterirla. El egoísmo miope de una minoría torpe y fracasada no debería empeñarse en arruinar las esperanzas de todos, reduciendo la democracia a un juego con las cartas marcadas, y trocando un Congreso que debiera ser decisivo en un trámite gris para que nada cambie y todo siga igual. Cercanía y redes sociales