Lo de Sánchez y Gómez

Les recomiendo, para empezar, el excelente artículo de Nicolás Redondo, que sabe de lo que habla, en El Mundo de hoy: la crisis del PSOE no es sólo en Madrid, es mucho más de fondo. El problema, que le pasará también en su momento al PP, es que no se puede seguir viviendo de las rentas de algo que se ha desvanecido, y el PSOE se está quedando sin espacio: a base de intentar hacerse con todo se está abocando a la nada.
Partiendo de esa base, Sánchez va en la buena dirección, y Gómez está claramente de más. El problema puede estar en que Gómez no esté solo, que haya mucho socialista madrileño de ese tipo. El PP se deshizo en su momento de Matanzos y gente así, pero ahora tendrá que hacer una limpia mucho más radical. Gómez es el Matanzos del PSOE, sólo que en el PSOE hay más tipod e ese estilo que Matanzos en el viejo PP.
Si de toda esta convulsión con la amenaza absurda de Podemos salen unos partidos reformados y redefinidos, habrá merecido la pena, pero será un parto muy difícil.
Coches inteligentes

Un PSOE a la deriva

Las situaciones más complicadas a las que se enfrenta cualquier organización tienen que ver con lo que se suelen llamar cambios de escenario. El PSOE se enfrenta tras la derrota electoral reciente a una situación inédita en su historia, a un espectacular retroceso electoral que puede extremarse en las próximas elecciones andaluzas. En este contexto no resulta extraño que la organización política haya apostado por la elección de un dirigente tan veterano como Rubalcaba, un gesto conservador para tratar de tapar las grietas de la nave a punto de quebrar y comenzar una recuperación política de su capital desde bases sólidas y seguras. La sorpresa no ha sido, pues, la apuesta por el liderazgo de Rubalcaba, sino el rumbo demagógico que el ex portavoz parlamentario, ex portavoz del gobierno, ex ministro y ex vicepresidente, es decir un hombre de amplísima experiencia política,  ha impuesto a su partido en su reestreno como fuerza de oposición. El PSOE del postzapaterismo en manos de Rubalcaba no ha corregido en absoluto  la deriva radical del partido, responsable, en último término, del pésimo balance de sus años de gobierno y, sobre todo, causa determinante del abandono electoral de los sectores moderados de sus votantes, sino que ha apostado por promover un clima de crispación social frente al gobierno popular.
Las consignas políticas de Rubalcaba en torno al 11 M han sido particularmente reveladoras de esa estrategia tan desnortada como irresponsable. Lejos de distanciarse de las tentaciones más demagógicas de los líderes sindicales, Rubalcaba se ha convertido en su máximo inspirador y garante; ni siquiera ha tenido el mínimo buen gusto de aconsejar a Méndez y Tocho que no mancillasen la fecha más triste de nuestra historia contemporánea con unas algaradas que podrían haberse convocado perfectamente en cualquier otro momento menos doloroso para el recuerdo de la mayoría de los españoles.
En el Parlamento se ha podido oír a Rubalcaba, que evidentemente desconoce cualquier capacidad de rubor, atribuir a la reforma laboral, que aún no ha entrado en vigor, la perdida de millones de puestos de trabajo. Es relativamente normal que los políticos apuesten más por  sus intereses que por la discreción y la competencia intelectual de los electores, pero el exceso de cinismo de Rubalcaba resultaría insoportable incluso a un imaginario presidente de su club de fans.
La entusiástica subordinación de Rubalcaba a la agenda de las cúpulas sindicales es incomprensible en un político con un mínimo de conocimiento de la realidad española. Rubalcaba conoce perfectamente las gravísimas debilidades estructurales y políticas de los sindicatos, su dependencia de las subvenciones públicas, su desarraigo en la vida real de las empresas, su absoluta ausencia en el caso de las PYMES, decisivas en la economía del empleo, su mínima implantación entre los funcionarios. Sabiendo como sabe que los Sindicatos apenas significan otra cosa que lo que pesa su imagen institucional es difícil comprender el seguidismo de Rubalcaba, una actitud que retrasa de manera irresponsable la recuperación política del partido que le ha elegido como líder. Es posible que tanto disparate se deba exclusivamente al temor de que se le acuse de tibieza tras el previsible descalabro andaluz, lo sabremos pronto, pero, en cualquier caso, es una necedad negarse a la autocrítica,  pasar olímpicamente de analizar con frialdad las carencias y los errores que han pasado una factura tan onerosa a los socialistas. Refugiarse en el rojerío y el resentimiento relativamente explicable en un personaje como Pilar Manjón  constituye un error de bulto en un líder con aspiraciones, algo que se le debe suponer a Rubalcaba, pero que habrá que empezar a poner en duda si persiste en consentir que su partido se mantenga a la deriva, al socaire de las ocurrencias de personajes tan estériles e irresponsables como los líderes sindicales, o como esos consejeros que le hayan podido sugerir que mancillar la memoria de las víctimas del 11 M o echarle a Rajoy la culpa del imparable desempleo pueda resultar una estrategia inteligente.
Con las ingentes sumas de dinero público que reciben, con el concurso de sus decenas de miles de liberados, los líderes sindicales tienen la capacidad de promover manifestaciones, ocupaciones y diversas liturgias, más cercanas a la intimidación que a la democracia,  pero están muy lejos de tener un apoyo ciudadano significativo. ¿Está Rubalcaba creando un PSOE paralelo, callejero y revolucionario que, con ayuda del radicalismo sindical, sea una especie de complemento de la debilidad parlamentaria de su partido? Cuesta creerlo, pero los hechos, de momento, apuntan en esa dirección, lo que supondría  un auténtico retroceso político, un paso lamentable en la dirección equivocada, pero, para evitarlo, Rubalcaba va a tener que dar muestras de un valor político que, aunque se le pueda suponer, todavía no ha sido capaz de mostrar en ningún asunto.
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La anemia política del socialismo

Al ciudadano de a píe, casi todo lo que tiene que ver con los partidos políticos le produce una mezcla desagradable de irritación, vergüenza y asco. Hay dos razones para que, pese a ello, los españoles no sean más explícitos en su descontento; en primer lugar, evitar que su crítica se convierta en una desestimación de la democracia, en la que la mayoría sigue confiando, y, en segundo lugar, se dan cuenta de que los partidos no son peores que la mayoría de las instituciones; por si fuera poco, cuando están a punto de perderles por completo el respeto, aparece el señor Botín y se dispone a encabezar la manifestación (“los políticos tienen la culpa de todo”) y, claro,  la comparación con los banqueros se convierte en una bicoca.
Que los partidos no están a la altura de las esperanzas que, unos y otros, hemos puesto en ellos es evidente. Por ejemplo, hace falta ser un auténtico fanático para no sentir vergüenza, propia o ajena, ante el espectáculo que el PSOE nos prepara en Sevilla. Que un partido de decenas de miles de militantes, de más de cien años de historia, con más de dos décadas de gobierno sobre sus espaldas, no sea capaz de hacer otra cosa, tras su estrepitoso fracaso reciente, que discutir si los galgos de Rubalcaba o los podencos de doña Carmen es realmente de aurora boreal. Es demasiado pronto para que un partido digiera completamente las consecuencias de tan sonoro desastre, que se ampliará, casi con seguridad, en las próximas elecciones andaluzas, pero es realmente llamativo que, una vez que todos son conscientes de que lo que está en juego no se arregla en unas semanas, no sean capaces de ofrecer el ejercicio de autocrítica y de esperanza que se merecen sus votantes. Desgraciadamente, todo va a desarrollarse como si aquí no hubiese pasado nada, y es que, en realidad, ni a Rubalcaba, ni a Chacón, ni a ninguno de sus pretorianos, les ha pasado nada, ni les va a pasar gran cosa. El partido ha quedado reducido a su mínima expresión, a un núcleo de dirigentes irremplazable, que, una vez victoriosos en la liturgia congresual, seguramente ofrecerá a sus rivales de opereta la oportunidad de incorporarse a la dirección del negocio para fortalecer la indestructible unidad del socialismo.  Si nadie se atreve a evitarlo, el congreso podría empezar con un “Todo está atado  y bien atado” y culminar, como el soneto cervantino, con el “fuese y no hubo nada”.
Es singularmente grave que el núcleo dirigente del PSOE apueste por esta estrategia de disimulo, por esta despolitización vergonzosa de su fracaso. Hace ya tiempo que todos los que cuentan algo se han puesto de acuerdo en echar la culpa al empedrado, a la crisisconvertida en una especie de deus ex machina, supuestamente omnipotente y perfectamente capaz de volverles al poder a nada que se ocupe debidamente de quienes, coyunturalmente, están en las miles del triunfo.
Los partidos españoles tienen una pertinaz tendencia a expulsar a la política de su seno, a oponer el debate a la eficacia, a sugerir que pensar es inútil y perjudicial, y a proclamar que, como en los antiguos trenes de la Renfe,  asomarse al exterior es sumamente peligroso. Al hacerlo así están jibarizando la democracia y entronizando un autoritarismo político que en España no necesita especiales condiciones para florecer y fructificar. La mera idea de que se pueda discutir, analizar la situación política, y discrepar sobre las estrategias a seguir produce risa nerviosa en un porcentaje altísimo de nuestros dirigentes, y esto se está viendo ahora de manera paladina en el supuesto debate que está desarrollando el PSOE. Todo se reduce a atacar al enemigo, a tratar de mostrar quién es más fiero con el PP, porque del acoso y derribo del correligionario ya se ocupan los servicios especiales, para simular de modo completamente hipócrita una unidad inexistente entre los compañeros. Se atreven a pedir el apoyo de sus militantes sin que importe ni poco ni mucho ni lo que piensan, si es que lo hacen, ni lo que han hecho, ni lo que se proponen hacer, algo que queda siempre oculto tras un cínico “ya se verá” completamente vacío de contenido.
Nuestra principal asignatura pendiente es la llegada de la democracia a los partidos, absolutamente inexistente diga lo que diga  el texto constitucional. El PSOE puede perder una oportunidad de oro de encabezar una verdadera refundación de la democracia, porque es precisamente cuando no hay urgencias de poder inmediato cuando se pueden contemplar con cierta serenidad las cuestiones de principio, el diseño del sistema, la discusión política en serio. La democracia es trabajosa y lenta, pero no es imposible, aunque pueda llegar a serlo a base de preterirla. El egoísmo miope de una minoría torpe y fracasada no debería empeñarse en arruinar las esperanzas de todos, reduciendo la democracia a un juego con las cartas marcadas, y trocando un Congreso que debiera ser decisivo en un trámite gris para que nada cambie y todo siga igual. 
Cercanía y redes sociales

A qué se llama autocrítica

Todo el mundo sabe que las palabras mudan de significado en función de muchas circunstancias, y, en concreto, de la posición del hablante. Un caso claro es el de Carmen Chacón, que pretende ser la jefa del PSOE y ha dicho ayer que iba a hacer autocrítica, aunque yo lo único que entendí de su discurso es que Rajoy es un tipo perverso, ausente y aprovechado. Se ve que esta señora no quiere que la autocrítica le haga perder electores, y por eso se la aplica al de Pontevedra.
Lo que ocurre con el PSOE es un espectáculo triste, porque da toda la sensación de que ninguno de sus líderes quiere darse por enterado de lo que les ha pasado. Dudo de que exista alguno que lo entienda, pero lo que parece evidente es que no están dispuestos a que sus electores, los pocos que les quedan, puedan llegar a pensar que los socialistas tienen algo que corregir, ellos que son la democracia, la igualdad, la justicia y el progreso. Y, además, buena gente, víctimas de crisis provocadas por individuos perversos. ¿Se puede pedir más?
¿Solo dos tabletas?

El PSOE y sus opciones

Como el panorama al que se enfrenta el nuevo Gobierno deja poco margen, la cuestión política de mayor calado es la que se refiere a la orientación que tomará el PSOE tras su derrota. Su Congreso será antes que las elecciones andaluzas, y en esa tierra, de manera que los delegados no tendrán que moverse en zona de infieles, aunque harían bien en no dejarse llevar por espejismos a la hora de valorar las posibilidades que tienen por delante,  porque, aún con una cierta recuperación de su voto, la crisis del PSOE podría considerarse con menor dramatismo, pero no con menos profundidad.
Lo primero que habría que descartar es la conversión de Zapatero en el único pagano. Es verdad que Zapatero se ha movido no poco para tratar de evitarlo,  y que ha estado notoriamente ausente a la hora de dar la cara, pero sus mutis no han  hecho sino dibujar la contrafigura de un proceso por el cual los socialistas parecían querer endosarle de manera integra y sin salvedad alguna la responsabilidad de su mala fortuna. Hay dos poderosas razones para que el empeño de exonerar al partido del desastre general sea un imposible: la primera de ellas es que, sin excepción, los dirigentes del PSOE han acogido con mansurrona disciplina todas las iniciativas de Zapatero, que no han sido pocas ni irrelevantes. El PSOE bajo Zapatero ha sido un partido rocoso, férreamente unido tras su líder y en el que no ha habido ni la más ligera discrepancia. Sólo cuando el desastre era ya inevitable se ha ensayado un alejamiento y eso, segunda razón, ha impedido que nadie cogiese el toro por los cuernos y tratase de encabezar una oferta electoral que ligase con las recientes rectificaciones del presidente; es claro que eso hubiese supuesto hacer de la necesidad virtud y, además, un giro tremendamente radical de su retórica política, pero al no haberlo ni insinuado, al afirmar expresamente que se iba a pedir a Europa una moratoria de dos años, el PSOE perdió una oportunidad que solo se reserva a los audaces, la de ofrecerse como mejor gestor que la derecha, frente a una crisis excepcional. Aun asumiendo la responsabilidad política de los errores, podrían haber tratado de poner en valor los recortes del Gobierno, y definir una estrategia económicamente ortodoxa, pero políticamente distinta a lo que, a su parecer, trataba de ocultar Rajoy. Era una difícil oportunidad para un político de primer nivel, y ya pasó. Al haber renunciado a ese audaz gambito, que no hubiese supuesto mayores pérdidas que las habidas, el PSOE se quedó sin iniciativa, y fatalmente condenado a correr hacia atrás, a la búsqueda imposible de un tiempo que, como decía Quevedo, ni vuelve ni tropieza. 
El dilema al que ahora se enfrenta el PSOE no es menos peliagudo que el que acaba de evitar por incomparecencia de un líder de auténtico empuje. Si Rajoy acierta, estarán perdidos, y si tarda en hacerlo, carecerán de autoridad cualquiera para hacerle una oposición capaz de suscitar apoyos nuevos. El futuro del voto para el PSOE parece rotundamente decreciente, y la cuestión que han de afrontar no es la de explicar cómo han llegado a perder cuatro millones largos de votos, sino qué puedan hacer para no seguir desangrándose. Hoy por hoy, el PSOE ha perdido la posición privilegiada que tenía en el centro del sistema, y no es evidente  que la vaya a recuperar haga lo que hiciere. El PSOE ha de enfrentarse, por tanto, a un auténtico proceso de reinvención, porque el PSOE post-franquista que hemos conocido está en trance de liquidación. Se abren, en consecuencia, dos opciones: la primera, reconstruir ese PSOE herido pero no muerto; la segunda, tratar de enlazar con algunos de los valores perdidos de la más vieja tradición socialista, esa que gustan de invocar pero con la que rompieron quizás demasiado deprisa y radicalmente. El elemento esencial de esa tradición ha sido el que justifica la existencia de una E en el acrónimo con que se conoce al partido, su españolidad, un rasgo que ha sido puesto entre paréntesis más veces de lo necesario dejándose llevar de la absurda idea de que España fuese un invento reciente, una pesadilla franquista.  Hora es ya de que el PSOE vuelva a ser español de manera tranquila y no vergonzante. La segunda seña abandonada, aunque seguramente de forma más superficial, es la idea de que la igualdad no tenga nada que ver con la economía, que esa pulsión  se pueda nutrir exclusivamente con ocurrencias que resulten molestas a los muy conservadores, aunque no sirvan para otra cosa. El PSOE debiera tomarse más a pecho la igualdad, aunque eso pueda impedir que indulten sin aspavientos a un banquero pillado in fragantihaciendo cosas que llevarían a prisión al común de los mortales.
Los socialistas saldrán por do les parezca, faltaría más, pero se equivocarán gravemente actuando como si su problema pudiera reducirse  a un mero fallo de liderazgo, como si valiera acogerse a cualquier política excéntrica y fuera de lugar.

Rubalcaba a la búsqueda de un personaje

Cuando era joven, estuvo muy de moda un drama de Pirandello, Seis personajes en busca de  autor, cuyo título me viene ahora a la cabeza para tratar de describir el imposible en el que han embarcado a este hombre, que no parecía ningún ingenuo. A mi me cae bien, porque además es madridista, pero creo que se ha equivocado muy mucho asumiendo la candidatura del PSOE sin controlar el partido, algo que debiera haber exigido de algún modo. Al no haberlo hecho, parece que no conocía a Zapatero lo suficientemente bien. El episodio del pacto para la reforma constitucional le ha pillado completamente fuera de juego y está tratando, desesperadamente, de atribuirse algún mérito, en lo que sea. Su situación es la típica, en la desgracia, de un político más marrullero que líder, más pragmático que revolucionario. Yo creo que es un personaje que podrá hacer un papel interesante, pero ahora está tal vez en sus peores momentos. 

Rubalcaba o la segunda taza de caldo

Si hay algo que me molesta de la política contemporánea española es la facilidad con la que los grandes partidos nos toman por tontos. La patética representación de Carmen Chacón haciendo ver que tenía un proyecto maravilloso, pero que tenía también muchas razones para que nos jorobemos todos y nos quedemos sin él, es un buen ejemplo de lo que digo. El caso es que ha sido alabada por algunos comentaristas ¡cómo está el patio! Su ejemplo de vaciedad no es menor que el de Rubalcaba pretendiendo que está decidido a asumir una responsabilidad que los demás cargan en sus espaldas, atléticas, según ha tenido a bien recordarnos, sin que él haya movido un dedo por lograrlo. Es tal la dosis de farsa que produce asombro que estos sujetos tengan todavía millones de votantes.
El socialismo ha fracasado por completo en su versión posmoderna, y ha estado a punto de hundir por completo a un país que tenía algunas posibilidades de salir adelante con cierta dignidad hasta su llegada. Ahora se apresta a rectificar el rumbo un elemento que participó ya en el naufragio de la versión felipista y ha estado muy activo en esta segunda temporada. Nos asegura que tiene también un proyecto ilusionante. ¡Joder qué tropa!
¡Libros de texto portentosos!

La responsabilidad de Zapatero

Por negativa que sea la imagen que se tenga de Zapatero, y la mía lo es, hay que reconocer que lleva un año intentando parecer un líder responsable, haciendo ver que adopta medidas necesarias por el bien de España, aunque le perjudiquen. Esa imagen es, en buena medida, un embuste, porque el presidente sigue confundiendo el mero decir que va a hacer algo con el  hacerlo efectivamente. Su discurso de la noche electoral estuvo basado en esa presunción honorable para confirmar que no pensaba convocar elecciones precisamente para continuar en el ejercicio de su responsabilidad.  El caso es que la credibilidad de Zapatero está tan devaluada que puede bastar que afirme que no  habrá elecciones anticipadas para que muchos sospechen que ya ha decidido convocarlas, lo que no ayuda precisamente a serenar las cosas.
Pues bien, es ya un clamor la evidencia de que ese análisis basado en su supuesta responsabilidad para llevar a cabo una agenda de reformas dolorosas, no se tiene de píe ni un minuto más. Hasta en su partido es evidente que, pese a la sólida implantación de una tupida red de intereses, y pese a lo berroqueño de la ideología socialista, el PSOE amenaza ruina inminente, precisamente si Zapatero se empeña en continuar. Lo más importante para un presidente de gobierno debería ser la credibilidad de nuestro país, en un momento especialmente delicado para las finanzas internacionales, y con una deuda exterior que no va a dejar de aumentar su costo mientras siga al frente del Gobierno un personaje, agotado, desprestigiado, informal e inconsistente. Zapatero es hoy el principal motivo de descrédito internacional de España, y ese factor solo se neutraliza con su marcha. Él mismo debería comprender que si ha debido retirarse del primer plano  electoral por el bien de su partido, tendría que dejar  la presidencia por el bien de todos. Esta es la verdadera cuestión, estamos ante una situación extremadamente crítica, y no tenemos muchas posibilidades de salir de ella mientras el gobierno siga en unas manos tan quemadas, tan poco creíbles, que han perdido audiencia incluso entre  quienes le siguen de oficio o por interés.
¿Cuáles pueden ser las razones que aconsejen a Zapatero una resistencia numantina? Hay básicamente tres, todas contrarias al interés general. Ls primera, el deseo de mantenerse en el poder, dada la posibilidad de seguir gozando de una cierta mayoría en el Congreso, una eventualidad que está muy en el aire. España no gana nada con esa continuidad anémica, porque ni es verdad que tenga un programa de reformas ni, de tenerlo, va a contar con la fuerza necesaria para cumplirlo. La segunda razón es tratar de que el PSOE  se coloque en mejores condiciones para afrontar unas elecciones generales, pero lo que supuestamente convenga al PSOE no debiera ser un obstáculo para el interés general de los españoles, además de que no cabe ninguna especie de recuperación con Zapatero de cuerpo presente.

El final del zapaterismo

Las elecciones catalanas marcan de manera inequívoca el final definitivo de una estrategia que ha condicionado desde 2004 el conjunto de la política española. Los resultados del domingo muestran con toda claridad que los catalanes han dado la espalda a una política basada en dos ideas complementarias, un catalanismo impostado y absurdo, y una política netamente izquierdista, unas ideas que han llevado a Cataluña a su peor situación en los últimos ocho años. Con ser eso importante, hay todavía más: el triunfo del PSOE en las generales de 2004 hubiese sido imposible sin los votos catalanes, de esos electores que aún no se habían dado cumplida cuenta del chantaje político al qe estaban sometidos. Es extremadamente improbable, al menos en el medio plazo, que pueda volver a darse un triunfo nacional del PSOE apoyado en el nacionalismo catalán de izquierdas.
El socialismo ha hundido a Cataluña, y lo peor es que lo ha hecho a lomos de una mentira burda, pero políticamente eficaz, como se ha visto. El PSC gobernaba en Cataluña administrando el descontento y los agravios catalanes frente a las regiones en que se dilapidan los fondos públicos que esos mismos catalanes creían pagar en exclusiva. Lo chusco de la situación es que el PSOE ha sido el responsable de ambas políticas, de irritar a los nacionalistas con España, esa fue la idea directriz del fallido Estatuto, y de extorsionar a Cataluña, pero también a Madrid, con lo que ellos venden como solidaridad en Andalucía y Extremadura, por ejemplo, y que en realidad es un manejo irresponsable de los caudales públicos para mantener a los electores en situación de dependencia. Esta mentira parece haber agotado su poder, y bien haría el PP en no recrearla cuando le llegue el momento.
No se trata de que a Zapatero se le haya descuajaringado su estrategia de fondo en unas elecciones regionales. Se trata de que este descalabro colma un vaso ya bien repleto de sinsabores y decepciones para cualquier buen socialista. Zapatero lleva una racha que derribaría de su sitial a cualquier político con un mínimo sentido de la realidad. En política hay una ley inexorable: los plazos se cumplen y las hipotecas se pagan. Zapatero ha pretendido torear la crisis negando su existencia e insultando soezmente a quienes se atreviesen a contravenir sus delirios. Ahora está empezando a sentir en sus carnes el precio de una actuación sin otro sentido posible que un cortoplacismo extremo y el empeño en sobrevivir a toda costa. Sus aliados pueden pretender que mantener la calma y la estrategia del disimulo sirva para algo, pero es suicida hacerlo. El periódico de cabecera del viejo PSOE incurrió ayer en ese feo vicio relegando la noticia de los resultados catalanes a una leve esquina de su portada, como si se tratase de un suceso curioso acontecido en las antípodas.
El todavía líder socialista acaba de comprobar el caso que le hacen en Madrid, cuna y cabeza del socialismo español, ha pactado su continuidad por unos meses con quien está cercando al más digno de sus gobiernos, el de Patxi López, y continúa mareando la perdiz con las medidas necesarias para atajar el desastre, como si su figura política fuese susceptible de un arreglo. Se parapeta detrás de Rubalcaba o de Salgado como si él estuviese dedicado a fabricar la piedra filosofal, fuera del día a día de un gobierno que no acierta ni cuando rectifica y contempla, aparentemente impávido, como hasta en su propio partido le pierden el mínimo respeto.
¿Qué dirá ahora de etas elecciones, él que se atrevió a echar en cara del PP y de CiU el conjunto de los males que afligen a los catalanes? ¿A dónde irá que pueda esconderse? ¿Qué viajes emprenderá para que nos olvidemos de su mala sombra? Si tuviera algún amigo sincero le podría aconsejar que se fuese, ahora que todavía puede hacerlo, y que buscase una fórmula alternativa de gobierno o que, mejor aún, convocase elecciones de manera inmediata. Serían medidas que habría que agradecerle y que despejarían de manera inmediata el panorama, porque cada vez es más claro que la economía española va irremediablemente al despeñadero con este capitán al mando.
Nuestro presidente es un tipo tan aventado que es posible que no haya caído en la cuenta de que no le queda ningún as en la manga para seguir jugando esta absurda partida contra el interés de todos. Los catalanes han despachado con claridad a un tipo que se travestido de catalanista, que ha derrochado el dinero para ganar adeptos, que se ha sometido al vasallaje indigno de los independentistas de ERC, que también se ha llevado lo suyo. No es de extrañar en un personaje que ha pisoteado la dignidad nacional, que ha pagado a piratas, que se ha escondido siempre que ha habido un problema con el moro, que está destrozando por dentro al partido que, insensatamente, le sigue apoyando. Es la hora del PSOE, de que su instinto de supervivencia le indique que en política es siempre mejor prescindir de quien yerra con tanta gravedad que perecer todos en su infausto nombre.
[Publicado en La Gaceta]