Una situación rara

Hace ya bastante tiempo que la situación política española viene pareciendo lamentable a una buena parte de los ciudadanos. Es casi un tópico referirse a que  el PSOE ha fracasado estrepitosamente en el tratamiento de la crisis económica, al tiempo que en su intento de crear un nuevo marco político, lo que Zapatero ha pretendido repetidas veces, y con pocos disimulos. Los frenos constitucionales, con lentitud, con dudas, con infinitas presiones, han evitado la total consumación de lo peor, pero se han desgastado mucho. Al tiempo que todo esto sucedía, se ha insistido también en que el PP parecía incapaz de suscitar grandes esperanzas, lo que refleja, al menos en parte, un cierto éxito del intento de crear un cordón sanitario en torno a este partido. En medio de esa situación pantanosa, surgió el movimiento del 15M que suscitó una serie de esperanzas que el tiempo, y los malos modales de quienes se han hecho con el invento, se han encargado rápidamente de enterrar. La economía, por su parte, no ha dejado de dar malas noticias y abundantes sobresaltos, lo que ha llevado al Presidente a adelantar las elecciones generales, a su modo, porque todavía faltan tres meses y nadie sabe lo que puedan dar de sí estos largos noventa días.
La gran sorpresa surgió poco después de la visita del Papa: como si Zapatero sintiese  una irresistible tendencia a hacerse notar, propuso, nada menos, que una reforma de la Constitución en las semanas que quedaban. Se han publicado informaciones bastante verosímiles acerca del proceso deliberativo que el presidente ha llevado con asunto tan notable, pero, como es lógico, las interpretaciones sobre su soliloquio son enormemente variadas. Un preclaro comentarista barcelonés ha atribuido al presidente nada menos que una especie de conversión penúltima a las posiciones de Aznar con el que, al parecer, habría mantenido conversaciones tan insólitas como fértiles, si  el análisis resultara ser certero. Está claro, en todo caso, que Zapatero habrá de ser estudiado a la manera como se hace con los pintores, con sus épocas, azul, rosa.. etc.
El PP se encontró ante una propuesta que, al menos aparentemente, no podía rechazar, pues es algo que había propuesto previamente, aunque, sin duda, con la certeza de que no tendría acogida. Tras una primera valoración positiva de la propuesta, la lectura de diversos análisis me ha hecho ver que la idea tiene muchos inconvenientes, nada pequeños, en casi todos los terrenos. La reforma saldrá seguramente adelante, aunque ha tenido numerosos objetores, y desde casi todas las esquinas.
¿Cómo hay que entender esta iniciativa en un contexto tan peculiar? Para empezar, nuestra tradición constitucional no escasea en declaraciones rimbombantes, ya desde 1812, como la afirmación gaditana de que los españoles debieran ser píos y benéficos.  Tenemos una recia costumbre que tiende a confundir la política con el derecho, y el derecho con la mera legislación. Somos tan proclives a confundir las cosas que nos alegramos incluso de que los Ministros de Fomento hagan planes en lugar de hacer caminos. Por aquí, me parece, está el primer defecto de esta reforma por sorpresa: no basta con decir que se va a hacer algo para que eso resulte efectivo. Frente a este argumento puede objetarse que la verdadera buena noticia reside en el hecho de que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo, pero ¿lo han hecho? La situación del PSOE es particularmente curiosa porque acaba apadrinando in extremis lo que ha evitado con efectividad a lo largo de estos últimos años. ¿Alguien cree que el PSOE se vaya a tomar en serio este asunto en cuanto se sienta libre  de los agobios presentes? Es muy difícil hacer profecías, pero la política está más constreñida por la necesidad de lo que parece, y es poco verosímil un PSOE dedicado a aplaudir los recortes de gasto que deba hacer el próximo gobierno, si el PP deja alguna vez de dedicarse a decir que no va a hacer ninguno.
Algunos malpensados, que no han tocado bola en el asunto, se temen que esto pueda significar un giro de 180 grados en las políticas de reparto presupuestario, que esto suponga, para decirlo de una vez, poner freno al crecimiento exuberante de las administraciones autónomas y municipales, aunque de estas últimas se habla sospechosamente poco. Lo notable es que esta es una de las cosas que repiten más a menudo los críticos de la situación española, de manera que pudiera estar pasando que los políticos, en lugar de decirlo de manera directa, se hayan puesto de acuerdo en dar este rodeo por la Constitución para disimular un poco. Si esto fuese así, en lugar de mayor consenso tendríamos, simplemente, mayor confusión. El hábito, muy común en todas partes, de disimular lo que se piensa es, además de bastante necio, enteramente inútil y muestra lo muy poco que se cree en la democracia, y en las propias ideas, caso de tenerlas.  La rareza deriva de que resulta extraño que pueda ser verdad tanta belleza.
Publicado en El Confidencial
         

El repliegue

La remodelación del gobierno que ha llevado a cabo Rodríguez Zapatero supone, en la práctica, que el presidente distingue entre lo que le puede ser útil para intentar llegar a la reelección y lo que estaba claramente de más. Se trata de una crisis dura, a su modo, bastante radical. La primera de las víctimas ha sido la vicepresidenta primera, Mará Teresa Fernández de la Vega, quien, habitualmente ocupada en demostrar que aquí no pasaba nada impropio del reino de Jauja, seguramente no se enteró de nada hasta que tuvo que empezar a recoger su fondo de armario. Al prescindir de ella y de Moratinos, Zapatero se distancia cuanto puede, aunque no es mucho, de un modo de hacer política tan ineficaz como reiterativo y pretencioso. Zapatero ha deshecho completamente su gobierno del 2008 y, aunque no lo admita jamás, reconoce indirectamente los errores de su política, la mala calidad de los ejecutantes.
La crisis tiene, por el contrario, un triunfador neto en la figura del inquietante Ministro del Interior, el casi incombustible Alfredo Pérez Rubalcaba que se hace con la cartera de la Vice y la portavocía del Gobierno, conservando sus nada escasos poderes en el Ministerio del Interior. Además del significado que pueda tener este ascenso de uno de los políticos más correosos y peligrosos de la democracia, es irresistible la tendencia a pensar que Zapatero quiere regalarnos el final de legislatura con alguna magna operación de pacificación en Euskadi, con alguna forma de final de ETA que pueda mover a los corazones agradecidos y cándidos a votar de nuevo al PSOE al final de esta legislatura tan desbaratada.
Da la impresión, desde luego, de que, lejos de arrojar la toalla, Zapatero se dispone a llegar a 2012 con fuerzas suficientes para presentarse, y ganar si fuere posible el milagro. Aunque queda bastante para comprobar hasta qué punto vaya a encabezar las listas, lo que es evidente es que en este repliegue frente a la adversidad, Zapatero no ha tenido duda y se ha guarecido tras las habilidades y la experiencia de tres tipos de la vieja guardia, Alfredo Pérez Rubalcaba, Ramón Jáuregui y Marcelino Iglesias. Se acabaron los guiños a la modernidad y al feminismo zapateril, porque del quinteto con mayores poderes políticos, que incluye, evidentemente, a José Blanco, han desaparecido las féminas. Queda, eso sí, la vicepresidenta Salgado a la que Zapatero confía, como si de un anestesista se tratase, que mantenga en estado de sedación a la economía española tomando las medidas que puedan dictarnos, los mercados, la Unión Europea, o cualquier otra clase de necesidad. Se trata, por tanto, de un gobierno de rearme político, con la economía reducida a vigilar las constantes vitales, a la espera de que algún milagro, y no, desde luego, la acción de este gobierno, produzca una reanimación en condiciones que nos permita salir de la crisis.
“¡Es la política idiota!”, podía ser la advertencia que hubiese hecho salir a Zapatero de su estado de zombi. Con este gobierno parece que se intentará acabar con las decisiones geniales e improvisadas, con los gestos caros e inútiles, con el electoralismo poco avisado. Como se trata de actitudes que han venido siendo consustanciales con la política del Maquiavelo leonés, creo que asistiremos a una representación en la que, o bien Zapatero aparecerá como reo de una guardia de hierro, o presenciaremos enredos memorables.
Muy significativa es también la elección del Ministro de Trabajo que ha venido a recaer en Valeriano Gómez, un ugetista con pedigrí, lo que puede interpretarse con facilidad como un intento del presidente de restaurar a la mayor brevedad los lazos políticos y cordiales con los dos grandes sindicatos. No es una tarea difícil: lo que es difícil es poner freno al paro, pero ya queda dicho que Zapatero piensa, diga lo que diga, que se trata de un objetivo que este gobierno no está para abordarlo de manera directa, sino para esperar el milagro.
Siempre atento a los gestos, Zapatero ha aprovechado no ya para cambiar caras sino para suprimir dos ministerios, el de Vivienda e Igualdad, tragándose el sapo de que fueron, en su momento, dos de sus grandes invenciones. Esta clase de ahorros, sin exagerar, puede formar parte de las medidas que tome el nuevo Gobierno de manera inmediata, porque una cosa es no hacer nada en política económica, y otra permitir la sensación de que nada se hace.
Si el problema de Zapatero consistiese en apañar bien las fuerzas disponibles y emplear a los menos malos, esta crisis sería un éxito, pero es obvio que no se trata de eso. El presidente tiene por delante una misión imposible que es la de recuperar un crédito perdido de manera persistente, algo que solo sería posible dándole la vuelta a la situación económica, pero ni hay tiempo para ello ni el nuevo gobierno se va a entregar decididamente a la tarea, ocupado como va a estar en otras cosas, sin duda de importancia, pero enteramente estériles para recuperar el favor perdido de los electores.
[Publicado en La Gaceta, 21 de octubre de 2010]

La corte de los milagros

La novela de Valle Inclán nos da una imagen de la España isabelina que caricaturiza el absurdo de una situación política apoyada únicamente en la tendencia a persistir de las instituciones, sin energía ni proyecto que las hiciera interesantes, una corte que se mueve con la inercia de los siglos, segura de su persistencia aunque crezcan los absurdos que se acumulan en su entorno. Se trata de un escenario que guarda algunas relaciones con el largo declive del zapaterismo, un episodio plenamente esperpéntico, si se mira con cierta calma.
El presidente conserva cierta dosis de lucidez suficiente para comprender el profundo patetismo de su figura, pero como siempre ha parecido más inclinado a la continuidad que a la lógica, trata de que el país asuma con la misma entereza con la que él parece haberlo hecho una situación simplemente absurda, si se mira desde el punto de vista de su coherencia, y explosiva, si se mira desde el punto de vista de sus posibles consecuencias.
Tras larguísimos meses dedicados a negar la evidencia y gravedad de una crisis que todo el universo mundo reconocía con presteza, el presidente se apresuró a continuar en el machito con el dije de que la cosa iba a pasar pronto, y con la reciedumbre de quien no está dispuesto a desprenderse de ninguno de sus principios. De paso se cometieron algunas locuras más o menos electorales que sirvieron para salir del paso en las elecciones de 2008 y que, dada la magnitud del desastre, apenas supusieron un ligero agravamiento del cuadro. Zapatero fue por entonces una figura disfuncional pero a su modo coherente, un tipo que creía en los milagros, pero eso le pasa a mucha gente. Todo cambio de súbito con la llamada al orden desde el exterior, con las conversaciones con Obama. Zapatero cayó en la cuenta de que estábamos al borde del abismo y se decidió a cambiar radicalmente de política. Lo que para tantos hubiera sido una misión imposible, le pareció a Zapatero un ejercicio más de su liderazgo y se dispuso a decir sistemáticamente Digo donde siempre había dicho Diego.
Es justo este momento en el que se pone definitivamente en marcha el tinglado de la farsa en medio de un descontento escénico con escasos precedentes. Algunos socialistas afirman, simplemente, que, por ejemplo, congelar las pensiones es de izquierdas, mientras que otros tratan de ofrecer el giro copernicano como una muestra de madurez, como una floración de buen sentido. EL PSOE se convierte de manera paulatina en una impensable jaula de grillos mientras el gobierno se dedica a vender como soluciones de ajuste sus habituales disparates y desconciertos. En medio de estas confusiones, se supera, mal que bien, la crisis de la deuda y todos deciden poner cara de que se trata de volver a lo de siempre, a gobernar a su modo este viejo país ineficiente.
Ahora bien, la situación política no ha mejorado en absoluto. Tenemos un gobierno sin norte y sin líder, que un día tras otro deshace con su derecha lo que ayer había hecho con su izquierda. El presidente ha agotado ya sus discursos aventados y sus iniciativas más ridículas en la escena internacional. No sabe, literalmente, qué decir, de manera que se refugia en el libro de estilo y se dedica a atacar a la derecha eterna, no sea que alguien caiga en la cuenta de que él es quien está haciendo, precisamente, lo que se supone que tendría que hacer esa derecha a la que denuesta.
Los presupuestos de 2011 están en el alero, pero, sobre todo, no hay ninguna certeza de que, de salir, fueren a servir para nada de lo que se supone son los fines lógicos de cualquier presupuesto. Zapatero trata de mantener el equilibrio sobre el alambre pero sin saber ya si va o si viene, evitando tan solo la caída definitiva.
Se podrían añadir mil detalles al cuadro, pero es obvio que estamos en una situación sin salida y completamente incapaz de agotar una legislatura. Aunque se descarte, cosa que no habría que hacer, una nueva crisis de deuda con final distinto a la anterior, los problemas de fondo de la situación no tienen solución a la vista. La cultura política del PSOE le está esterilizando porque le impide ceder el paso, pero también buscar una salida distinta más allá del fulanismo tradicional de la política española. Cuando se oyen, por ejemplo, las proclamas de Tomás Gómez, por citar a un político nuevo en la plaza que pudiera aportar alguna esperanza, se tiene la sensación de que la mayoría de los socialistas son incapaces de explicar lo que nos está pasando y lo que ellos han hecho, de modo que se hace muy difícil suponer que alguno de ellos pueda ser capaz de sugerir cualquier solución para el futuro.
Frente a esto, una oposición dedicada a ver cómo desfila el cadáver del enemigo, olvida que ese entierro bien pudiere acabar siendo también el suyo dada la magnitud del disparate. Por su parte, los españoles siguen atento a las llagas de la santa, seguros de que algún milagro les restituirá su prosperidad perdida.
[Publicado en El Confidencial]

Los socialistas y Madrid

Estos días, la prensa se llena de ecos que recogen la intención que tiene Rodríguez Zapatero de renovar la cabeza de los socialistas madrileños, de modo que el aparente titular, Tomás Gómez, debería ir pensando en hacer las maletas, porque es muy poco probable que el expeditivo método que sirvió para hacerle llegar a la cabeza del PSOE en Madrid no vaya a ser capaz de desplazarle en un santiamén.
Se mire como se mire, este tipo de noticias nos recuerdan inevitablemente algunas de las muchas fallas de nuestro sistema de partidos. Es una gran paradoja que Madrid, que vio nacer el PSOE, no tenga fuerza alguna en el conjunto del partido, y que sus líderes puedan ser de quita y pon. Por detrás de este hecho hay varias realidades sociológicas en las que no siempre se repara.
La primera de ellas tiene que ver con el hecho de que Madrid se ha provincializado, ha dejado de ser la capital de un estado muy centralizado para convertirse en uno más en la mesa de los repartos. Pese a que los políticos de la periferia protesten en contra, la realidad es que Madrid ha perdido peso político en el conjunto de España; además, los madrileños con vocación política tienden a dedicarse a tareas nacionales o de aparato, porque en Madrid no hay una conciencia diferencial específica, y salvo los que bajean en exceso , siempre atentos a las comisiones y corrupciones, los políticos de Madrid han tendido a ser políticos nacionales, aunque eso tampoco se lleve mucho ahora.
El segundo hecho decisivo para entender la situación de los socialistas madrileños es de carácter electoral. Uno de los cambios electorales más importantes de la democracia se dio tan tarde como a mediados de los noventa, la primera vez que se modificaba el mapa electoral vigente desde la segunda república, gracias al triunfo conservador en dos regiones que habían sido feudo de la izquierda, Madrid y Valencia. Desde ese mismo momento, los socialistas madrileños, y los valencianos, empezaron a verse no como locomotoras, sino como lastres.
La tercera consideración que hay que tener en cuenta es que, si cualquier partido tiene más dificultades para ganar las elecciones allí donde no gobierna, las dificultades del PSOE son mucho mayores porque, privados de la máquina de repartir, sus promesas suelen resultar menos creíbles y atractivas.
¿Por qué el PSOE sigue siendo tan fuerte a nivel nacional, pese a la debilidad de Madrid? Creo que la mejor manera de entender esta cuestión es la inversa: ¿por qué el PSOE no puede conseguir en Madrid lo que logra con tanta facilidad en el conjunto de España? Para entenderlo, hagamos lo que llaman los alemanes un experimento mental, imaginemos a un ZP que no pudiese manejar políticas de estado, que no pudiese mover estatutos, agitar sentimientos de desestima o de emulación, alterar reglas básicas del juego político, etc. Ese ZP se convertiría en un Tomás Gómez o en una Trinidad Jiménez sin apenas nada que ofrecer porque, además, el jefe de filas nacional, le habría dejado sin espacio programático alguno. No tienen ni tendrán la amplitud presupuestaria para gastar que ha tenido el falso leonés, ni pueden hacer ninguna promesa sustantiva a los madrileños que no les suene a chufla.
En cambio, el PP ha sabido sacar ventajas de su situación de relativa debilidad nacional; en primer lugar ha hecho transformaciones espectaculares de Madrid en infraestructuras, en transportes, en sanidad y en educación. Además se ha dotado de liderazgos reconocibles y perfectamente nítidos que, para más morbo, dan siempre una cierta tentación de contar mucho a nivel nacional. Dicho de otro modo, el precio que tendría que pagar un líder del PP para sustituir a Esperanza Aguirre sería seguramente inasumible.
Las actitudes políticas de Esperanza Aguirre resultan abrasivas para esa izquierda, que todavía tiende a pensar en Madrid como finca propia, pero muy atractivas para los conservadores, para los liberales y para muchos electores no adscritos, de manera que resulta quimérico que ZP pretenda hacerle frente meramente a base de un supuesto glamour político de alguna de sus ministras más vistosas.
El PSOE de Madrid ha llegado al final de su ciclo político, y no resurgirá de sus cenizas mientras no se refunde políticamente, mientras no limpie completamente una imagen muy dañada por temas urbanísticos, mientras no se atreva a formular políticas adecuadas a la situación real de los madrileños, dejándose de manejar malas quimeras y datos falsos e insignificantes, mientras se limite a medirse con el adversario sin empezar a pensar en términos de lo que debiera ser. Ya sé que eso es muy difícil, pero en tal consiste, justamente, la política. Lo que quiere hacer Zapatero se llama cesarismo, una asignatura en la que se le pudiera poner un notable alto, si nos olvidásemos de los resultados de sus maniobras, pero no es nada que tenga que ver con la democracia ni, seguramente, con el éxito electoral en una sociedad que ya no se chupa el dedo.