¿Se excede Google?
Los jueces en primer plano
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Los jugadores de Mus tenemos un lenguaje peculiar y lleno de metáforas cultas, por si no lo sabían. Resulta que cuando el compañero de pareja hace una jugada dadivosa en un momento crítico, se le suele reconvenir con alguna frase correcta y educada, pero alusiva a su carácter blando e ingenuo, como, por ejemplo, la que da título a esta columna. La política es menos entretenida y más pesada que cualquier partida de Mus, pero también tiene que atenerse a algunas reglas esenciales y, cuando no se hace, el compañero, en este caso los electores, debería reconvenir al partido despistado con alguna frase apropiada. Me parece que el PP, si se descuida, puede merecer algún que otro reproche de este tipo.
¿Sabe el PP lo enormemente preocupados que están la mayoría de los españoles por el lacerante asunto de las escuchas a sus lideres y jefecillos? Me parece que no lo sabe. Lo diré con cierta claridad: no les importa nada. Puede parecer muy duro que la mayoría de los españoles se despreocupe de flagrantes violaciones de derechos elementales, pero así es. El PP corre el riesgo de confundir los asuntos que preocupan a sus dirigentes con los asuntos que preocupan al común de los mortales, consiguiendo, de este modo, que una buena mayoría de españoles consolide su idea de que sus problemas le son ajenos a los políticos, en especial a los del PP, que, además, no se pasan el día engañando al personal con lo mucho que sufren por las penas ajenas. Por su fuera poco, una buena mayoría de españoles ya sabe cómo se las gasta el PSOE y, a gran parte de los restantes, les parece bien, si el fin lo justifica, y si no también.
Los partidos políticos no son organizaciones dedicadas a la ayuda del ciudadano, pero deberían, al menos, dar la sensación de que sí les preocupan los problemas de este más que sus cuitas internas, sus corruptelas, reales o supuestas, y cosas así. Muchos políticos confunden la política con hacer que los ciudadanos se preocupen de lo que les quita el sueño a ellos, pero las cosas, para funcionar bien, deben ser exactamente al revés.
La habilidad del PP para seguir la agenda que conviene al adversario es ya proverbial, de manera que reconozco que tiene cierta dificultad resistirse a tradiciones tan recias como la de la ingenuidad mediática, pero deberían esforzarse en no seguir hablando de lo que los del PSOE quieren hablar.
A veces da la sensación de que al PP le sobran palabras y portavoces y le faltan ideas. Otras, dan a sensación de que creen que la política es un concurso televisivo y que siempre hay que contestar las preguntas del locutor, olvidándose de la sabiduría de Umbral que siempre iba a
El libro del PP, esa es la cuestión. Cuando predomina la idea de que las elecciones no se ganan, sino que las pierde el Gobierno, si es que lo hace, se incurre fácilmente en errores tan de principiante como los mencionados. El abandono de una auténtica oposición sustituyéndolo por algo que puede confundirse fácilmente con la bronca, beneficia al que está en el poder, sin duda alguna. Si el aspirante no tiene claro cuál va a ser su programa, y si, en consecuencia, los electores no conocen con entera certeza las razones por las que debieran votar al partido que no gobierna, el riesgo de que pase lo que paso en 2009 no dejará de estar presente, por mal que parezcan irle las cosas al gobierno.
La lógica nos enseña a distinguir la razón necesaria para que suceda algo, de la razón suficiente para que lo haga. Tener un programa claro es imprescindible, pero puede no bastar cuando el gobierno no lo esté haciendo del todo mal. Lo terrible es que se repita el escenario del 2009, un gobierno insolvente que pudo continuar en el poder porque la oposición no había hecho de modo solvente sus deberes, porque ignoraba la situación efectiva del mapa electoral, y porque no acertó a presentaba un programa convincente y atractivo, que, entre otras cosas, tampoco hablaba con seriedad de lo que había que hacer ante la crisis que llamaba a la puerta.
No estamos ante las urnas, pero pidiéramos estarlo en breve, si el PP acertase a poner en píe una moción de censura, que obtuviera un gobierno de gestión y un pacto económico de los aliados coyunturales para convocar elecciones, a la vista del desastre incesante. No será fácil conseguir que ello suceda, pero, en cualquier caso, acabaría siendo inútil si el PP no adoptase, desde ahora mismo, una posición de auténtica alternativa, si no empezase a olvidar el tipo de oposición que ha venido practicando, que puede gustar mucho o poco, pero que no aumenta su base entre los electores capaces de dar un vuelco, a la japonesa o más modesto, pero el vuelco que ahora necesita España para abandonar una política zigzagueante, demagógica, desnortada y sin ninguna clase de proyecto.
Queremos saber qué se propone hacer el hará el PP para sacarnos del triple lío, económico, político y constitucional, en que estamos; lo demás sobra, por ahora.
[Publicado en El Confidencial]
Cuando era niño me asombraba oír cómo en mi familia se empleaba una expresión extraña al hablar del pasado. Se decía: “en tiempos normales…”. Como siempre he creído, equivocadamente, que preguntar es demasiado fácil, esperé a entenderlo. Tardé algún tiempo, pero lo cacé: se referían a la época anterior a la guerra civil (y, supongo, que a
Algo pasa que es más grave de lo que a primera vista parece. Creo que el diagnóstico vale en casi todos los niveles, pero, para simplificar, me quedaré en el plano puramente político. No es normal que una crisis financiera en la que se han dilapidado miles de millones se arregle, más o menos, mirando para otra parte. Los remedios de Obama son de este tipo, y no me extraña que Zapatero se mosquee si a él no le sale el truco. No es normal que las cosas vayan tan mal y aquí no salten chispas; no es que desee que salten chispas, lo temo seriamente, para decir la verdad, pero algo huele a podrido en Dinamarca cuando tantos millones de parados apenas se traducen en un malestar evidente. La familia está soportando carros y carretas y la gente está estirando un sueldo como si fueran dos, pero la cosa no acaba de parecer tan terrible como la pintan, de momento.
Creo que un comportamiento así serviría de base sólida para que un gobierno responsable pudiese tomar medidas serias y duras sin que nadie se perturbase con exceso. Lo que creo que puede ser demoledor es que el gobierno, bajo la varita verbal y mágica de ZP, siga ocultando la realidad de nuestro desastre económico y aplicando cataplasmas.
Aunque sea contrario a toda lógica, afirmo que no nos merecemos un gobierno como este. La increíble parsimonia del gobierno puede llevarnos a un verdadero desastre en menos de lo que pensamos; estamos al borde de amenazas realmente serias, de entrar en una crisis insalvable que nos llevase a retroceder cuarenta años en horas veinticuatro. Hay que recordar, para los optimistas, que la destrucción total de la economía argentina ha servido para seguir dando el poder a los herederos de los responsables, a un peronismo hereditario por vía colateral. ¿Es algo así lo que busca ZP? Mientras parados y pensionistas crean que la solución a sus males está en personajes como el presidente, ni él ni sus colaboradores van a tener escrúpulos en ampliar el censo de los que no tienen nada con el hermoso cuento de que serán ellos quienes mejor les defiendan.
La oposición debería empeñarse en cambiar la cultura política del país, y podría avanzar en ello si dedicase a ello las energías que invierte en defender la inocencia de sus sospechosos y el esfuerzo en lo que no parece capaz de demostrar.
El añorado Adolfo Suárez hizo famosa la consigna, tomada de Roosevelt, de que no había que tener “miedo al miedo”; me parece, que, aunque la consigna, con su fondo de esperanza cristiana, sirva para siempre, es muy valiosa ahora. Entre nosotros se extienden muy variados temores y hay que saber que tras la tempestad viene la calma. Tememos al paro, a la crisis, a un gobierno incapaz y desnortado, a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, al agonismo de nuestra política, a la nueva gripe, y a un centón de cosas más. Hay que desechar el miedo porque, de tejas abajo, hoy es siempre todavía, y tenemos la obligación de afrontar las consecuencias de nuestros errores con experiencia, esperanza y valor.
Hemos perdido la ilusión en el proyecto político de la transición, sobre todo porque una parte, actualmente dominante, de la izquierda, y la práctica totalidad de los nacionalismos, han soportado muy mal la comprobación de que se pueda gobernar sin ellos. Tendrán que volver sobre sus pasos.
El régimen democrático, más de treinta años después de su consagración constitucional, sigue padeciendo atentados terroristas y deslealtades sin cuento; algunos no han aprendido la lección de que no es posible tenerlo todo y se empeñan puerilmente en imponernos sus caprichos y jeribeques. Son muchos los que no han aprendido a aceptar que sus derechos, y, más aún, sus deseos o sus caprichos, sí tienen límites. También pudimos pensar que ese nuevo programa traería bienestar y riqueza, por unos años lo creímos a fondo, y ahora nos encontramos con que no es oro todo lo que reluce, con que hemos de rehacer con esfuerzo, renuncias a privilegios, imaginación y generosidad una economía que no es que se haya desajustado sino que ya ha dado de sí todo cuanto podía dar.
Nuestro desengaño puede conducir a la madurez si no nos dejamos llevar por el derrotismo y la melancolía. La responsabilidad de cada cual es distinta en esta tesitura, pero es muy grande la de todos. Los españoles debemos aprender a defender lo que queremos, sin miedo alguno a oponernos, de acuerdo con las reglas pactadas, a quienes quieren lo contrario. Estos días se han oído cosas realmente tremendas a propósito de la sentencia del Tribunal Constitucional. Uno de los chistes del gran Ramón lo recordaba recientemente de modo magistral: parece como si el problema no fuese la constitucionalidad del Estatuto sino la estatuidad de la Constitución. Ahora, los que se ven en lo peor, hablan de renegociar un pacto de Cataluña con España, lo que, hoy por hoy, constituye un imposible lógico y constitucional. Es muy probable que la Constitución deba ser reformada, pero por todos, no solo por Carod y Zapatero. Ello exigirá un nuevo gobierno y hay formas de lograrlo.
[Publicado en Gaceta de los negocios]