Los jueces en primer plano

Es mala señal que los jueces sean famosos, pero peor es que tengan que serlo, como está pasando aquí. Parece que el auto de enjuiciamiento de Blesa es una chapuza, pero es la chapuza que se convierte en casi inevitable cuando no se ha hecho nada por arrojar luz sobre un escándalo tan mayúsculo como el de las Cajas, cuando el Congreso consiente que le tomen el pelo individuos como el presidente de la Caja Castilla la Mancha, como Blesa o como Rato, que también tiene lo suyo, aunque durante menos tiempo. 
Lo que ocurre es que esos tipos estaban tocando una melodía escrita por los partidos, y nadie quiere entonar el mea culpa cuando existe un chivo expiatorio tan generoso como la crisis financiera internacional. De todas maneras, los partidos tendrían que reaccionar, porque va todo muy deprisa y ellos se están convirtiendo en la próxima barrera a derribar. No lo digo por culpa de las categorías pedantescas de las que siempre desconfío, como «cambio de ciclo» o «crisis del sistema»,  sino por algo mucho más inmediato y obvio: si no se arreglan sus defectos cualquier máquina tiende a colapsar. Las reformas que no se hacen siempre pueden causar catástrofes que  parezcan inevitables. 
¿Se excede Google?

Más entrevistas

Espero que se disculpe la ironía, para poder decir que  esto de la fama es tremendo: una entrevista anteayer en La Gaceta y otra ayer en el Telemadrid en Diario de la noche con  Ana Samboal, que es tan guapa en realidad como parece. Los que no puedan resistir la tentación pueden ver la entrevista en este link, hacia la mitad del programa (minuto 20,20)  y dura más de diez minutos. No me preguntaron sobre Reconversión, que era lo que me esperaba, pero sí pude hablar de bastantes temas; mi resumen: nos están engañando poniendo el foco en la Monarquía y en la Constitución, aquí lo que está fallando como una escopeta de feria es el funcionamiento de los dos grandes partidos, la falta de democracia interna de partidos y sindicatos, en general, y la absoluta irresponsabilidad y descontrol en el manejo de los fondos públicos, que es el caldo de cultivo de la corrupción y de la demagogia que le sirve de coartada: cuanto más se gasta, más se puede robar; cuanto menos se sepa cómo funcionan las cosas, más se puede robar. Espero que los ciudadanos de a píe sepamos que hay que cambiar esto y forzar a los partidfos a cambiar, que es lo que queremos en Reconversión.
Todos contra Google   

Panorama desde el puente

Tomo el título de Arthur Miller porque me parece que lo que nos pasa a los españoles no se entiende bien desde las alturas. La distancia física y moral en la que se sitúan los que mandan facilita la confusión: desde el puente, lo que pasa puede parecer relativamente previsible y ordenado, pero, como en el drama de Miller, no es así.
La historia política solo parece coherente cuando se contempla a toro pasado. Antes de que las cosas sucedan, la coherencia ocupa un lugar mediano, apartada por lo imprevisible, lo azaroso, y lo discontinuo. Si eso es así en general, la contingencia se acentúa cuando se viven tiempos excepcionales, y estos lo son, sin duda alguna. No hace falta esforzarse en demostrarlo cuando acaban de dimitir tres miembros del Tribunal  Constitucional, por lo demás, de filiaciones muy distintas. Nos está pasando algo que no cabe resumir en un “lo de siempre”, y eso hace que el panorama pueda ser especialmente sombrío, en especial si los políticos renuncian a coger el toro por los cuernos, como se dice de forma tan expresiva.
Hay un diagnóstico que se repite con mucha frecuencia, y que oculta un gigantesco equívoco. El sistema no funciona, se dice, los políticos no solo no resuelven nuestros problemas sino que constituyen un problema que preocupa a muchos. Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que no funciona? Mi hipótesis no es que el sistema falle, sino que, entre unos y otros, el marco constitucional se ha ido deteriorando sin que se llegase nunca a aplicar más que en beneficio de parte. Pongamos un ejemplo: la reciente sentencia del Tribunal Constitucional permitiendo a Bildu la participación plena en las elecciones sin que ETA haya dejado de existir puede ser leída como una legitimación a posteriori del terrorismo, algo así como “No importa que asesines, violes y te saltes la ley, si tienes un número suficientemente alto de partidarios”. Esa deberá ser, por cierto, la lectura que los indignados más radicales, aunque no sean precisamente finos constitucionalistas, o quizás precisamente por eso, le estarán dando, es decir, “podremos hacer lo que nos de la gana con tal de que mantengamos la presencia y la lealtad de un grupo numeroso”.
Análisis parecidos podrían hacerse sobre el funcionamiento de los partidos; no hay ninguna ley que habilite sus prácticas más necias, su intolerable apropiación de todo, pero los sostiene el poder de los votos,  y, como no hay un Estado que se defienda, menos habrá un poder que defienda las libertades de los ciudadanos, sobre todo cuando muchos ciudadanos estén, como están, dispuestos a sacrificar su libertad por cualquier promesa, ventaja o bagatela. Que el sistema no funciona quiere decir, sobre todo, que nadie defiende el interés general, que nadie se detiene a pensar que lo que puede ser beneficioso para una Autonomía, es un ejemplo, puede ser letal para todos los demás, o que lo que convenga al sistema financiero puede resultar muy dañino para la economía de los ciudadanos que pagan pacíficamente sus impuestos.
El sistema es tan débil que nos invita a tomarlo a chacota, y por eso ni funciona, ni puede funcionar. Pero su debilidad no depende de su forma jurídica, sino de la falta de ambición y de valor de quienes lo gestionan, siempre dispuestos a ceder al empuje de los menos contra los derechos e intereses de los más. El artículo 155 de la Constitución autoriza al gobierno para impedir que, por ejemplo, una Autonomía atente al interés general, pero los jerifaltes han aprendido hace tiempo que los tigres de Madrid son de papel.
¿Hay que reformar el sistema? No hay ningún sistema que sea perfecto, ni falta que hace. Lo que necesitamos es políticos que de verdad hagan política, y no meros administradores de un bienestar que ya es cosa del pasado, nos pongamos como nos pongamos. Y en estas, se prevé la llegada del PP a Moncloa, con un programa de mínimos, como si aquí lo único que pasara es que el Gobierno no inspira confianza, que no la inspira, y todo se fuere a arreglar de manera milagrosa al minuto siguiente de la toma de posesión de Rajoy. No será así, desde luego, entre otras cosas porque habrá quien se encargue de que todo se ponga bastante peor en ese mismo momento, parafernalia de indignados incluida.
¿Es que Rajoy no va a poder hacer nada? Poco podrá hacer si no se da cuenta de que el problema que tenemos es bastante más grave que un déficit brutal, o que un paro insoportable. Tenemos una democracia que ha premiado abundantemente la irresponsabilidad, que ha tendido a tirar casi siempre por la línea del mínimo esfuerzo, y hace falta que alguien le diga a los españoles que así no se va a ninguna parte. Ya sé que aquí no abundan los ciudadanos capaces de soportar el discurso de “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”, pero no debiera haber mucha duda de que, si se quiere hacer algo más que el paripé durante un par de años, habrá que procurarlos, porque no parece probable que vayan a surgir de milagro.

Carta al PP

Una de las cosas que más debería preocupar al PP de todo cuanto está pasando, y probablemente va a ocurrir, es el hecho de que los descontentos, cuya cobertura es la indignación de una izquierda desfasada, pero cuyo fondo de provisión moral es muy otro, ni siquiera consideren que la alternativa política pueda ser una buena noticia. Se trata de una respuesta popular  muy lógica, porque, en buena medida, y no voy a dar nombres, el PP ha renunciado, insensatamente, a hacer política, a decir en lo que cree, a explicar lo que desea y espera, pero es muy probable que haya hecho eso porque al frente del PP se ha colocado un núcleo de nihilistas, de gente que ni entiende de política, ni le gusta ejercerla, que es democrática del mismo modo que pudo ser franquista o bolchevique, porque son posibilistas, tecnócratas que confunden la política con el derecho o la economía,  arribistas, como esas moscas que creen dirigir al elefante según la metáfora de Voltaire.  Y el elefante suele ir por donde siempre, pero cuando se cabrea es imprevisible y peligroso. 
Para muchas de esas personas que están ocupando puestos políticos relevantes, ni la democracia ni la libertad significan nada,  abominan del riesgo y de la competencia, son conservadores alicortos y cobardes. Detestan la libertad y la filosofía liberal muy a fondo, creen que es mera ideología, retórica barata, que basta con la ley, y con lo que, en su ignorancia, llaman economía de mercado,  que muchas veces es poco más, entre nosotros, que un patio de Monipodio. Son gentes que jamás montarían un negocio, que solo creen en el escalafón y en las oposiciones de siempre, gentes que no usan Internet porque creen que de eso se deben ocupar las secretarias. Desearía que se fuesen a casa, que dejen el paso a quienes crean en la libertad, a quienes sean capaces de arriesgarse a hacer política, a poner en juego sus ideas y propuestas sin engañar a nadie, limpiamente, con valor y con patriotismo, diciendo que solo saldremos de esta con trabajo, con iniciativa, con libertad y con valor, que son cosas inseparables, pero no lo harán, porque creen absurdamente que el poder es suyo por alguna suerte de ley no escrita…,  y se pueden llevar una soberana sorpresa.
Creen que la política es un puro espectáculo y que ellos son los empresarios de ese cotarro; tienen la absurda idea, además, de que el espectáculo puede ser tan grotesco y rutinario como esas escenografías que preparan en que el líder de turno repite las obviedades más horrísonas sobre un fondo de militantes siempre dispuestos al aplauso y a la sonrisa. Esa manera de hacer política es absolutamente necia, y no interesa ya ni a los que aspiran a ser concejales, normalmente para ver qué pillan. Su idea de un partido político es la de una cohorte de interesados a los que van colocando en puestos con una arbitrariedad que realmente asombra.
Pues bien, un número enorme y creciente de sufridos españolitos, más allá de las manipulaciones que sería bobo ignorar, están mostrando que el PP no existe para ellos, que les da igual que llegue al poder o se vaya a hacer puñetas, porque no creen que haya nada que esperar de una organización tan impenetrable y suficiente, tan insensible, tan ajena y extraña. Son, es evidente, injustos y arbitrarios en esa apreciación, pero es que están hartos de que el PP sea un coto cerrado, de que importe más que siga uno de los suyos en el machito que defender una ética pública exigente, no creen, ¿quién podría creerlo viendo lo que hemos visto?,  que el PP pueda suscitar ninguna esperanza razonable de cambio.
Es verdad que muchos de ellos están intoxicados con una verborrea izquierdista que es el subproducto que tienen más a mano, porque nadie les ha dicho en serio nada distinto, porque puestos a ser solidarios, estatistas y todo eso, prefieren, lógicamente, a la izquierda. Pero el problema para alguien que crea en la libertad y en la política, algo que debería ser el mínimo común denominador de cualquier dirigente del PP, pero que no lo es, es que hay unas gentes que están ejerciendo su libertad al ocupar las calles, y ni siquiera saben que eso se llama libertad, porque nadie les ha enseñado nada, porque nadie ha dado muestras de que sus sentimientos y sus ideas cuenten, porque no saben que pueden hacer algo, además de agruparse y protestar, y están acostumbrados a que, si lo intentan, resulte por completo inútil, y se cansan de tanto desdén, de tanto despotismo.
Nadie les dice que, además de protestar, pueden hacer algo, deben hacer algo, por ellos mismos y por su país, porque los políticos dan la sensación de estar encantados con lo que pasa, de que la crisis no va con ellos, tan lejos están de un país que sufre, teme y se encuentra perdido y sin esperanza.  Nadie les ha hecho ver que en su país, en nuestra querida España, se pueda influir, se puedan ensayar formas distintas de pensar, proponer ideas atractivas, que se pueda hacer algo más y algo distinto que el mero obedecer o ponerse a aplaudir, que merezca la pena arriesgarse, por ellos y por todos.
Está claro que el inmenso esfuerzo colectivo que supuso la transición, el ansia de «libertad sin ira», ha sido largamente defraudado por los políticos, y, en especial, por esa derecha que no se ha atrevido a hacer política, a ser liberal, a ser original y democrática, a pensar en sus propios términos, a ser competitiva, empezando por ella misma, y en lugar de hacer eso persiste en ofrecer  un partido anquilosado, cuyos congresos no existen o están trucados, que huye de los problemas políticos, de la regulación del aborto, por ejemplo, como de la peste, en el que nada se debate, una fuerza política que pretende, absurdamente, batir a su rival con los términos que la izquierda ha consagrado en el simulacro de debate al que desgraciadamente se ha visto reducida la política española.
Todo eso tendrá que cambiar, y a toda prisa.  A quienes amamos España nos importa mucho menos la victoria de este PP que el porvenir de la nación, y ahora todo indica que este viejo país que, a la vez, es tan nuevo y tan distinto a lo que era hace tres décadas, está en una crisis que si el PP no sabe aprovechar puede terminar con él en muy poco tiempo. Lo primero, por tanto, no trivializar; lo segundo no reaccionar frente a una revolución tranquila y equívoca pero de causas muy nítidas, de modo autoritario; lo tercero, empezar a hacer política y aceptar el reto, renovarse o morir.
Estoy convencido de que en el PP existen las energías políticas suficientes para enfrentarse a este nuevo escenario, y para formular una política congruente y atractiva, para conseguir, incluso, una victoria resonante, pero nada de eso se hará si el partido y todos sus militantes honestos no se toman en serio el desafío que tenemos delante, si se limitan a lamentar que la policía no haya disuelto las manifestaciones, o a pensar que la izquierda, una vez más, está haciendo trampa. En particular, puede ser gravemente equívoco consolarse con unos buenos resultados el domingo 22, aunque ya veremos lo que ocurre.
La situación que vivimos es explosiva, aunque es de desear que no estalle y se reconduzca; creo, en particular, que ese sería el mejor de los frutos posibles, que la buena gente perdida que anda por Sol a la búsqueda de lo que no sabe, acabe por comprender que la solución  la tiene a la mano, luchar, trabajar, ser ambicioso, sin limitarse esperar el maná de quienes aspiran a vivir de hacer promesas que nunca pueden cumplir, y que conducen a caminos sin salida, al desastre colectivo. Estamos ante el fin de un ciclo político, con una crisis económica espectacular, en un entorno mundial completamente distinto, y con casi ocho años a nuestras espaldas de disparates políticos, ideológicos y económicos. De esa izquierda se debiere aprender el atrevimiento para defender las propias ideas, pero hay que dejar que los que creen en algo distinto acierten a expresarlo, y hay que relevar del puente de mando a los que sigan pensando que la política se puede hacer limitándose a leer las encuestas, a esos que, como los maridos engañados en las comedias de enredo, suelen ser los últimos en enterarse de lo que pasa.
Además, como dijo con gran brillantez Marías, no se trata de saber qué va a pasar, sino de decidir qué vamos a hacer, pues eso.

Zapatero ante el laberinto

Si hay una cualidad que no pueda negarse a Zapatero es su capacidad de determinación, su energía para buscar soluciones y su confianza en que puedan funcionarle. Desgraciadamente para él, escasean los que compartan su optimismo y su sentido del riesgo. Sin embargo, Zapatero ha ejecutado sus decisiones más arriscadas con singular cálculo, sin dejar de mirar con el rabillo del ojo, por si algún leve síntoma le permitiera librarse de parte de los costos o disimular el balance conjunto, y esa es la razón de que haya salido vivo de crisis en las que lo normal hubiese sido sucumbir. ¿Qué es lo que le puede pasar ahora?
Al decidirse por pactar con el PNV para llegar a 2012, Zapatero ha vuelto a repetir el tipo de regate corto que le ha dado ciertos resultados en otras ocasiones, aunque no siempre, y , además, nunca a plazo largo. Ahora está apenas a un mes de experimentar el amargo sabor de sus maniobras de corto plazo y larga audacia en la crisis catalana, cuando decidió pactar con Más, para seguir luego con Montilla.
Para el observador, la conducta de Zapatero es suficientemente extraña, inhabitual; cabe, desde luego, interpretarla en términos del binomio incompetencia e irresponsabilidad, que es como tienden a verla sus adversarios, y cada vez más de sus seguidores. No se pierde mucho, sin embargo, si se trata de entenderla desde alguna perspectiva un poco más amplia.
Zapatero llegó al poder de manera sorprendente, a consecuencia de un desfondamiento del PSOE incapaz de asimilar su derrota por la derecha. Luego, se vio en la Moncloa de modo no menos inesperado, sin ningún bagaje de gestión y con un ideario escaso y delicuescente que incorporaba, como señas principales, un izquierdismo de guardarropía y ciertas señas de una especie de filosofía hippy que se concretaba en la cantinela del talante. Una vez en la Moncloa, apareció un Zapatero que pocos conocían, un pragmático sin miedo a la crueldad que continúo con la política económica del aznarismo y llevó a este país a sus mejores cifras. Lo que no supo ver, o no quiso ver, es lo que sabían muy bien los del PP, a saber, que eran completamente necesarias una serie de reformas para que el inevitable cambio de ciclo no se hiciese insoportable. La dimisión de Solbes fue la prueba del nueve de la imposibilidad de convencer a Zapatero que los deberes se hacen mejor pronto que tarde.
Con una situación económica inmejorable, pero imposible de prolongar, se dedicó a formular su utopía política: el aislamiento del PP, la conversión de los etarras en concejales y la creación de una izquierda hegemónica por los siglos de los siglos.
Como es bien sabido, ni uno ni otro cálculo salieron bien. La crisis ha estado a punto de devorarlo, y le ha obligado a travestirse, y las maniobras en Cataluña y Euskadi han parado en lo contrario de lo que buscara.
La última etapa de Zapatero ha tenido todas las características de una rendición porque ha debido cambiar de política bajo la presión de fuerzas que no ha podido controlar, bajo la amenaza de una situación explosiva. En su mérito hay que decir que lo ha hecho como si tal cosa, como si se tratase de un paso más en la consecución del paraíso, como el cumplimiento de algo con lo que siempre había contado. Ahora bien, por detrás de ese gesto, lo mismo si se trata de revestir de patriotismo que si se presenta como una muestra de realismo no incompatible con la utopía, hay todo un desmentido del izquierdismo que constituye el fondo de su alma, una entrega a soluciones con las que siempre se ha enfrentado, una renuncia a perseguir lo que se tenía como indiscutible. Una vez más, su pragmatismo se ha impuesto a la ideología, y el presidente lo asume sin aspavientos, como si fuese un paso más en el cumplimiento de su programa.
Sus adversarios señalan que el único programa que le queda a Zapatero es el de su permanencia, pero él insiste en que se trata de un sacrificio que hay que hacer por el país, de un paso atrás para poder dar dos más adelante, a ser posible antes de 2012. Es dudoso que Zapatero pueda salir bien de este laberinto en el que le ha colocado su imprevisión, su jactancia, su exceso de confianza en sí mismo. Fiel a su política de gestos, aprovechará cualquier oportunidad para incumplir el programa que públicamente ha asumido, para forzar cuanto pueda el gasto, para hacer dádivas de gran interés electoral. Está en su carácter plagarse de manera aparente pero sin renunciar a la gran maniobra de fondo. La cuestión a la que hay que responder es doble: en primer lugar, si los suyos van a tener paciencia suficiente, pero también si tendrá alguna capacidad de recuperar el voto perdido. Su única arma va a ser, no hay duda, un sistemático desprestigio del adversario, y no sería la primera vez que le saliese bien el expediente. Pero el laberinto al que se enfrenta el presidente es, seguramente, más complejo y peligroso que lo que él, optimista impenitente, sea capaz de imaginar.

[Publicado en El Confidencial el 19 de octubre]

Una crisis nacional

El atosigante agosto que acabamos de comenzar puede que nos haga olvidar un tanto la crisis política, territorial y económica que padecemos, por no hablar más que de lo obvio. Pero la realidad suele vengarse de los veranos, de manera que bien haríamos con dedicar algún esfuerzo a comprender qué es lo que nos ocurre, de modo que cada cual saque su tanto de responsabilidad
Lo que nos ha pasado es que se ha roto estrepitosamente una doble tendencia sostenida al crecimiento económico y la normalización política. Las legislaturas de Zapatero han mostrado las debilidades de dos modelos básicos implicados, de uno u otro modo, en el pacto de la Constitución, en el programa largo de la transición. No conviene confundir este hecho, que puede ser considerado como una coincidencia, con los errores específicos de Zapatero, que son otra cosa.
Aunque no sea lo primero que se ha roto, empezaremos por constatar que, como era perfectamente previsible, aunque no se supiera exactamente el cuándo, se quebró el espectacular ritmo de crecimiento de la economía que se había consolidado en España tras los años de gobierno de Aznar. El gravísimo error de Zapatero ha sido ignorar la norma de prudencia elemental que dice que se ha de parar el coche antes del precipicio, tratando de convencernos de que precipitarnos por él iba a ser imposible, y, por supuesto, sin atreverse a hacer nada que evitase el castañazo. En consecuencia, nos encontramos en una situación desastrosa, aunque con el alivio relativo de que, al no tener moneda propia, nos obligan a desistir de la carrera de absurdos en que se había convertido la política económica de Zapatero; pero el daño ha sido gravísimo, y la recuperación va a ser, probablemente, muy lenta y problemática.
Este desastre económico se ha dibujado sobre un panorama político no menos catastrófico. Aunque duela hablar de ello, la política española ha dejado de ser mínimamente normal, al menos, desde el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004. Ese crimen siniestro y brutal ha tenido consecuencias mucho más hondas de lo que se ve a primera vista. Al igual que los errores de Zapatero sobre la crisis económica, el atentado ha sido un hecho externo que vino a agravar decisivamente la crisis política previamente existente, la escisión radical de la derecha y la izquierda, incapaces de pensar conjuntamente un programa, y de respetar unas reglas del juego que consolidasen una democracia liberal, madura y eficiente. Esta impotencia es fruto, sobre todo, de la consternación de la izquierda ante una doble victoria de la derecha, y su ineptitud para imaginar una fórmula de victoria sobre el PP que no pusiese en riesgo el equilibrio territorial. El giro de Zapatero hacia los nacionalismos fue, pues, una consecuencia indeseada de la mayoría absoluta del PP en el año 2000, uno de sus ingeniosos gambitos electorales, que se ha mostrado desastroso a largo plazo.
El cerrado bipartidismo de que es víctima la política española tiene raíces hondas y complejas, pero se convierte con facilidad, como ahora sucede, en una trampa; en consecuencia, los ciudadanos se sienten cada vez más lejos de los políticos, y las heridas que estos han envenenado, como el Estatuto de Cataluña, amenazan con convertirse en un cáncer mortal, mientras los españoles asisten estupefactos a la torpísima representación de un drama absurdo e innecesariamente exagerado.
Los ciudadanos tienen la sensación, que esperemos pueda ser desmentida, de que en uno de los peores momentos de su historia están en la peores manos posibles. No es sólo que se haya de repetir el manca finessa de Andreotti; falta algo más que finura porque es evidente que crujen las cuadernas del barco en momentos de tormenta perfecta y que, por tanto, habría que pararse a pensar sin limitarse a repetir las viejas consignas. Por poner un par de ejemplos, las tediosas y estériles negociaciones de patronal y sindicatos han sido muestra de un agotamiento irremediable del modelo de concertación que hemos heredado del franquismo, un modelo en que es perfectamente posible que nadie represente a nadie, porque todos están ajenos a lo que realmente ha pasado en la economía de las empresas, sobre todo pequeñas, y de lo que continúa ocurriendo en la calle. Un segundo ejemplo: que este año se hayan incorporado, como sin querer, más de 200.000 personas a la función pública es otra prueba de que los políticos se resisten a hablar de los problemas reales, de que han quedado presos de una retórica vacía y envejecida.
Es evidente que hacen falta políticos que de verdad piensen algo y quieran algo, y que sean capaces de arriesgarse por ello. El modelo de turnismo, que además arroja una ventaja de casi 2 a 1 para las victorias de la izquierda, ya no es suficiente; hace falta que los partidos se transformen en lo que debieran ser, y solo la presión ciudadana podrá lograrlo: puede parecer difícil, pero no es imposible, y resulta necesario.
[Publicado en El Confidencial]

La Física y los socialistas

En uno de esos momentos de desconcierto intelectual en que no se sabía muy bien en qué consistía la Física, uno de los grandes científicos de la época trató de poner término al desbarajuste sentenciando que “física es lo que hacen los físicos”. Dada esta premisa, estaba escrito que no se tardaría en escuchar de boca de algún político la sentencia paralela; “socialismo es lo que hacen los socialistas afirmación que perpetró uno de los más atrevidos, el italiano Bettino Craxi, y ya saben cómo acabó. En un marco teórico tan cómodo, los socialistas, y los físicos, se han movido con flexibilidad y amplitud de miras. Ahora bien, ¿qué ocurrirá cuando los físicos, o los socialistas, se pongan a hacer cosas del todo incoherentes?, por ejemplo, a escribir poemas, o a quitar el dinero a los pobres para dárselo a los ricos.
Pronto podremos ver lo que vaya a suceder con Zapatero, uno de los grandes innovadores del socialismo contemporáneo, que parece haber pasado del “bajar de impuestos es de izquierda” a alguna variante de “mantener las pensiones es demagógico, propio de fachas y cobardes”.Los socialistas parecen haber trasladado la teoría de los agujeros negros, que goza de gran predicamento en cosmología, al terreno de la política. De los agujeros negros se saben dos cosas: que son enormísimas concentraciones de energía y que no dejan escapar información. En el caso de Zapatero, un pura sangre del oficio izquierdoso, cuyo pensamiento estaba claro hasta hace muy poco, el agujero negro parece haberse convertido en un pozo sin fondo: ni le queda energía, ni emite información coherente.
Al fin y al cabo, la Física, y el socialismo, parecen tener sus límites, de manera que ZP se está acercando peligrosamente a convertirse en una evidencia contraria al interés de los socialistas, a ser la prueba de que el socialismo puede ser confundido con el poder, y engullido tranquilamente por él. Pero, en fin, lo que interesa es el futuro que, como siempre, será una mezcla de necesidad y sorpresa. A mi modo de ver, la predicción más probable tal vez pueda argumentarse del siguiente modo: los socialistas están frotándose los ojos, sin creer de verdad lo que les está pasando. Todo el que posee una autoestima excesiva, descree de su responsabilidad, y tienden a ver una conspiración de circunstancias adversas que, están deseando sacudirse de encima. Vamos a comprobar si el socialismo se deja reducir a una mera falange que, llegado el caso, se sacrifica con su líder, o si, por el contrario, quedarán gentes con energía y convencimiento suficiente para llevar a cabo la eliminación del líder, a forzar la dimisión del que les ha llevado directamente, y con tanto garbo, desde la plenitud al descalabro.

Ternuras, las justas

Los jugadores de Mus tenemos un lenguaje peculiar y lleno de metáforas cultas, por si no lo sabían. Resulta que cuando el compañero de pareja hace una jugada dadivosa en un momento crítico, se le suele reconvenir con alguna frase correcta y educada, pero alusiva a su carácter blando e ingenuo, como, por ejemplo, la que da título a esta columna. La política es menos entretenida y más pesada que cualquier partida de Mus, pero también tiene que atenerse a algunas reglas esenciales y, cuando no se hace, el compañero, en este caso los electores, debería reconvenir al partido despistado con alguna frase apropiada. Me parece que el PP, si se descuida, puede merecer algún que otro reproche de este tipo.

¿Sabe el PP lo enormemente preocupados que están la mayoría de los españoles por el lacerante asunto de las escuchas a sus lideres y jefecillos? Me parece que no lo sabe. Lo diré con cierta claridad: no les importa nada. Puede parecer muy duro que la mayoría de los españoles se despreocupe de flagrantes violaciones de derechos elementales, pero así es. El PP corre el riesgo de confundir los asuntos que preocupan a sus dirigentes con los asuntos que preocupan al común de los mortales, consiguiendo, de este modo, que una buena mayoría de españoles consolide su idea de que sus problemas le son ajenos a los políticos, en especial a los del PP, que, además, no se pasan el día engañando al personal con lo mucho que sufren por las penas ajenas. Por su fuera poco, una buena mayoría de españoles ya sabe cómo se las gasta el PSOE y, a gran parte de los restantes, les parece bien, si el fin lo justifica, y si no también.

Los partidos políticos no son organizaciones dedicadas a la ayuda del ciudadano, pero deberían, al menos, dar la sensación de que sí les preocupan los problemas de este más que sus cuitas internas, sus corruptelas, reales o supuestas, y cosas así. Muchos políticos confunden la política con hacer que los ciudadanos se preocupen de lo que les quita el sueño a ellos, pero las cosas, para funcionar bien, deben ser exactamente al revés.

La habilidad del PP para seguir la agenda que conviene al adversario es ya proverbial, de manera que reconozco que tiene cierta dificultad resistirse a tradiciones tan recias como la de la ingenuidad mediática, pero deberían esforzarse en no seguir hablando de lo que los del PSOE quieren hablar.

A veces da la sensación de que al PP le sobran palabras y portavoces y le faltan ideas. Otras, dan a sensación de que creen que la política es un concurso televisivo y que siempre hay que contestar las preguntas del locutor, olvidándose de la sabiduría de Umbral que siempre iba a la TV a hablar de su libro.

El libro del PP, esa es la cuestión. Cuando predomina la idea de que las elecciones no se ganan, sino que las pierde el Gobierno, si es que lo hace, se incurre fácilmente en errores tan de principiante como los mencionados. El abandono de una auténtica oposición sustituyéndolo por algo que puede confundirse fácilmente con la bronca, beneficia al que está en el poder, sin duda alguna. Si el aspirante no tiene claro cuál va a ser su programa, y si, en consecuencia, los electores no conocen con entera certeza las razones por las que debieran votar al partido que no gobierna, el riesgo de que pase lo que paso en 2009 no dejará de estar presente, por mal que parezcan irle las cosas al gobierno.

La lógica nos enseña a distinguir la razón necesaria para que suceda algo, de la razón suficiente para que lo haga. Tener un programa claro es imprescindible, pero puede no bastar cuando el gobierno no lo esté haciendo del todo mal. Lo terrible es que se repita el escenario del 2009, un gobierno insolvente que pudo continuar en el poder porque la oposición no había hecho de modo solvente sus deberes, porque ignoraba la situación efectiva del mapa electoral, y porque no acertó a presentaba un programa convincente y atractivo, que, entre otras cosas, tampoco hablaba con seriedad de lo que había que hacer ante la crisis que llamaba a la puerta.

No estamos ante las urnas, pero pidiéramos estarlo en breve, si el PP acertase a poner en píe una moción de censura, que obtuviera un gobierno de gestión y un pacto económico de los aliados coyunturales para convocar elecciones, a la vista del desastre incesante. No será fácil conseguir que ello suceda, pero, en cualquier caso, acabaría siendo inútil si el PP no adoptase, desde ahora mismo, una posición de auténtica alternativa, si no empezase a olvidar el tipo de oposición que ha venido practicando, que puede gustar mucho o poco, pero que no aumenta su base entre los electores capaces de dar un vuelco, a la japonesa o más modesto, pero el vuelco que ahora necesita España para abandonar una política zigzagueante, demagógica, desnortada y sin ninguna clase de proyecto.

Queremos saber qué se propone hacer el hará el PP para sacarnos del triple lío, económico, político y constitucional, en que estamos; lo demás sobra, por ahora.

[Publicado en El Confidencial]

En tiempos normales

Cuando era niño me asombraba oír cómo en mi familia se empleaba una expresión extraña al hablar del pasado. Se decía: “en tiempos normales…”. Como siempre he creído, equivocadamente, que preguntar es demasiado fácil, esperé a entenderlo. Tardé algún tiempo, pero lo cacé: se referían a la época anterior a la guerra civil (y, supongo, que a la República), y a sus consecuencias. No he vuelto a oír esa expresión, pero la recuerdo porque ahora tampoco estamos en tiempos muy normales.

Algo pasa que es más grave de lo que a primera vista parece. Creo que el diagnóstico vale en casi todos los niveles, pero, para simplificar, me quedaré en el plano puramente político. No es normal que una crisis financiera en la que se han dilapidado miles de millones se arregle, más o menos, mirando para otra parte. Los remedios de Obama son de este tipo, y no me extraña que Zapatero se mosquee si a él no le sale el truco. No es normal que las cosas vayan tan mal y aquí no salten chispas; no es que desee que salten chispas, lo temo seriamente, para decir la verdad, pero algo huele a podrido en Dinamarca cuando tantos millones de parados apenas se traducen en un malestar evidente. La familia está soportando carros y carretas y la gente está estirando un sueldo como si fueran dos, pero la cosa no acaba de parecer tan terrible como la pintan, de momento.

Creo que un comportamiento así serviría de base sólida para que un gobierno responsable pudiese tomar medidas serias y duras sin que nadie se perturbase con exceso. Lo que creo que puede ser demoledor es que el gobierno, bajo la varita verbal y mágica de ZP, siga ocultando la realidad de nuestro desastre económico y aplicando cataplasmas.

Aunque sea contrario a toda lógica, afirmo que no nos merecemos un gobierno como este. La increíble parsimonia del gobierno puede llevarnos a un verdadero desastre en menos de lo que pensamos; estamos al borde de amenazas realmente serias, de entrar en una crisis insalvable que nos llevase a retroceder cuarenta años en horas veinticuatro. Hay que recordar, para los optimistas, que la destrucción total de la economía argentina ha servido para seguir dando el poder a los herederos de los responsables, a un peronismo hereditario por vía colateral. ¿Es algo así lo que busca ZP? Mientras parados y pensionistas crean que la solución a sus males está en personajes como el presidente, ni él ni sus colaboradores van a tener escrúpulos en ampliar el censo de los que no tienen nada con el hermoso cuento de que serán ellos quienes mejor les defiendan.

La oposición debería empeñarse en cambiar la cultura política del país, y podría avanzar en ello si dedicase a ello las energías que invierte en defender la inocencia de sus sospechosos y el esfuerzo en lo que no parece capaz de demostrar.

Miedo al miedo

El añorado Adolfo Suárez hizo famosa la consigna, tomada de Roosevelt, de que no había que tener “miedo al miedo”; me parece, que, aunque la consigna, con su fondo de esperanza cristiana, sirva para siempre, es muy valiosa ahora. Entre nosotros se extienden muy variados temores y hay que saber que tras la tempestad viene la calma. Tememos al paro, a la crisis, a un gobierno incapaz y desnortado, a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, al agonismo de nuestra política, a la nueva gripe, y a un centón de cosas más. Hay que desechar el miedo porque, de tejas abajo, hoy es siempre todavía, y tenemos la obligación de afrontar las consecuencias de nuestros errores con experiencia, esperanza y valor.

Hemos perdido la ilusión en el proyecto político de la transición, sobre todo porque una parte, actualmente dominante, de la izquierda, y la práctica totalidad de los nacionalismos, han soportado muy mal la comprobación de que se pueda gobernar sin ellos. Tendrán que volver sobre sus pasos.

El régimen democrático, más de treinta años después de su consagración constitucional, sigue padeciendo atentados terroristas y deslealtades sin cuento; algunos no han aprendido la lección de que no es posible tenerlo todo y se empeñan puerilmente en imponernos sus caprichos y jeribeques. Son muchos los que no han aprendido a aceptar que sus derechos, y, más aún, sus deseos o sus caprichos, sí tienen límites. También pudimos pensar que ese nuevo programa traería bienestar y riqueza, por unos años lo creímos a fondo, y ahora nos encontramos con que no es oro todo lo que reluce, con que hemos de rehacer con esfuerzo, renuncias a privilegios, imaginación y generosidad una economía que no es que se haya desajustado sino que ya ha dado de sí todo cuanto podía dar.

Nuestro desengaño puede conducir a la madurez si no nos dejamos llevar por el derrotismo y la melancolía. La responsabilidad de cada cual es distinta en esta tesitura, pero es muy grande la de todos. Los españoles debemos aprender a defender lo que queremos, sin miedo alguno a oponernos, de acuerdo con las reglas pactadas, a quienes quieren lo contrario. Estos días se han oído cosas realmente tremendas a propósito de la sentencia del Tribunal Constitucional. Uno de los chistes del gran Ramón lo recordaba recientemente de modo magistral: parece como si el problema no fuese la constitucionalidad del Estatuto sino la estatuidad de la Constitución. Ahora, los que se ven en lo peor, hablan de renegociar un pacto de Cataluña con España, lo que, hoy por hoy, constituye un imposible lógico y constitucional. Es muy probable que la Constitución deba ser reformada, pero por todos, no solo por Carod y Zapatero. Ello exigirá un nuevo gobierno y hay formas de lograrlo.

[Publicado en Gaceta de los negocios]