Confundir la velocidad con el tocino

En diversos foros se ha hecho referencia a un informe sobre los riesgos de la perdurabilidad de los archivos digitales. Se trata de un problema serio, sin duda, pero varias de las cosas que he leído se remiten a confusiones interesadas, incurren una vez más en la necia glorificación del papel y de la imprenta.

Me parece que es muy importante diferenciar claramente tres cuestiones. En primer lugar, se afirma que los documentos digitales son mucho más vulnerables al paso del tiempo que los documentos impresos, porque los medios de comunicación en la que se encuentran almacenadas son fácilmente afectados por fenómenos físicos, como campos magnéticos, la oxidación, el deterioro material, y por diversos factores ambientales que pueden borrar la información. Si los soportes en papel fuesen eternos e imborrables, entendería la crítica, pero, puesto que no lo son, lo único que parece claro es que hay que ser cuidadosos con los archivos digitales, pero nada más. Sabemos lo que dura el papel, pero todavía no sabemos lo que duran los soportes magnéticos, aunque, a cambio, tienen la increíble ventaja de que nos permiten copias continuas y extraordinariamente baratas que renuevan la duración de los soportes. Realmente hay que ser un poco raro para ver desventajas del archivo digital por este lado.

En segundo lugar, se comete una falacia realmente curiosa cuando se argumenta que la información digital puede no ser entendida por las generaciones futuras. Naturalmente, pero la información en papel también tiene el mismo problema. Bastará con recordar que, como escribió McIntyre a propósito de la objetividad en la lectura de los textos antiguos, “la noción de una traducción intemporal perfecta carece de sentido”. Lo que hará difícil la lectura de nuestros textos digitales a unos supuestos humanos de dentro de 3000 años es lo mismo que nos hace difícil hoy la lectura de textos griegos: nada que ver con el soporte, sí con la historia de la lengua.

Por último, es evidente que puede resultar conveniente no abandonar el archivo de soportes analógicos para garantizar mejor que la información seleccionada sobreviva, pero es una idiotez decir que eso supone hacerlo independientemente de la tecnología, como si la imprenta no fuera una de ellas. Está claro que algunos creen que la imprenta y el papel son dones de los dioses y la era digital un invento de los demonios americanos.

El problema del archivo futuro es muy complejo, entre otras cosas porque cada vez hay más cosas que guardar y cada vez será más difícil hacerlo, pero con solo papel sería ya imposible.

El libro como ideología

Es frecuente que los prejuicios se originen en una experiencia negativa, en cualquier incomprensión, o en algún trauma. A veces, si no siempre, tienen también una explícita función ideológica, esto es, de ocultación de la realidad para beneficio de ciertos intereses. Pienso esto cada vez que leo o escucho, lo que desgraciadamente tiene casi carácter de plaga, las jeremiadas de los que temen la desaparición de la lectura, y los pronósticos de catástrofe cultural en el caso de que desapareciesen los libros, ese artefacto que, según algunos, nos ha enseñado a pensar, es decir que ni Homero, ni Sócrates, ni San Pablo pudieron pensar nada.

Esta confusión de las ideas con su soporte es una de las tonterías más fértiles que hayan existido nunca. Creo que las razones de esa fecundidad derivan, precisamente, de que la primera vez que se escucha una cosa con tan escaso fundamento, algo que pensó Mc Luhan, según se dice, aunque tampoco sea así, acaso se tenga la sensación de que se asiste a la revelación (¡eureka!) de un secreto, a algo tan decisivo, por ejemplo, como la comprensión del principio de inercia, que, dicho sea de paso, ignoran profusamente muchos de estos eruditos violetiles, o la naturaleza profunda de la plusvalía.

No todo el mundo es capaz de sustraerse a la emoción que proporciona la comprensión de una idea tan revolucionaria, tan contraria al burdo sentido común de, por ejemplo, comerciantes, ingenieros y otras gentes inútiles e incapaces de comprender los principios de la fenomenología y, no digamos, de la post-metafísica.

Una vez en posesión del secreto ya todo consiste en adoptar un tono apocalíptico que le coloque a uno en un nivel adecuadamente exquisito. Y una vez allí, los más tontos, se lanzan a la apología del libro de papel como si nos fuera en ello la vida y, como de costumbre, porque para eso son ellos sabios, sin molestarse en analizar las alternativas, en revisar los tópicos.

Los más despabilados saben mejor lo que están haciendo y barren para sus casas, mientras buscan una oportunidad para alcanzar lo imposible: que los dueños de un imperio que se derrumba sean también los líderes de la nueva era; no ha pasado nunca, pero son muchos los que, copiosos pensadores de frases hechas, se dicen aquello de ¡qué me quiten lo bailado!

Nuestro libro


Acaba de aparecer la versión inglesa de nuestro libro. Me refiero a The New Temple of Knowledge: Towards A Universal Digital Library,  que ha sido publicado por Common Ground y ya está a la venta (en papel o para e-book, bajo petición) enAmazon.  Como es lógico, tanto Karim Gherab como yo mismo, que somos los autores, estamos muy satisfechos. El libro apareció hace ya un par de años en español, y obtuvo el premio de ensayo sobre temas de tecnología de la Fundación Everis.  Aunque el tema que trata es importante, y, según nos parece, la forma en que lo trata es original, la verdad es que el libro no ha tenido la difusión que pensamos se merece, pese a que a todas horas se está hablando de los temas que tocamos en el libro. Esperamos que esta segunda vida en lengua inglesa otorgue a las ideas que en él se discuten una mayor difusión e influencia.

No está bien que los autores nos quejemos de falta de audiencia, entre otras cosas, porque hay que saber que, al menos en España, sigue siendo cierto que la mejor manera de mantener un secreto es escribirlo en un libro, según dijo el malpensado de Azaña. Es una vieja tradición en la lengua de Cervantes de la que ya se dio cuenta nuestro hidalgo, de manera que pelillos a la mar. 

Cualquiera que se interese por cómo puede acabar siendo el  mundo del saber, de la ciencia, de la lectura, de la escritura, en la era de las tecnologías digitales puede adentrarse sin miedo en las páginas del libro (que sigue a la venta en la edición española, por ejemplo aquí) y podrá hacerse una composición de lugar bastante coherente y que resiste muy bien los largos meses trascurridos desde su escritura.  De manera que anímense, que leer es fácil e instructivo. 

Sobre la lectura horizontal, que no en la cama

En su blog sobre los futuros del libro,  Joaquín Rodríguez hace una afirmación realmente extraordinaria que reproduzco textualmente. «los bibliotecarios deberán ser temerosos y cautos conservadores de la cultura escrita impresa en papel, no por mero afán arqueológico, sino porque la lectura en ese soporte genera un tipo de significado enteramente distinto al que se engendra en un soporte digital que favorece una lectura horizontal y fragmentaria muy distinta. Es decir: deberán conservar todos los testimonios de la cultura escrita, allí donde se encuentren, sea cual sea la forma que hayan adoptado, sea cual fuere el soporte en el que se hayan encarnado, porque cada uno de ellos generará un tipo distinto de racionalidad». No creo que sea fácil sostener un número mucho más alto de afirmaciones sin fundamento en un número tan corto de líneas. He preguntado al autor sobre quiénes y cuándo han hecho semejante descubrimiento sobre la «lectura horizontal» o,  si se trata de un descubrimiento propio, en qué se funda. Si el autor me contesta, prometo contarlo. No es normal que descubrimientos de tan alto bordo, que diría Ortega (en escrito impreso en papel) permanezcan ignotos para el público, siempre tan ávido de novedades.