Una canción que da que pensar

Gracias a esa cadena de amigos que manda cosas, unas interesantes, otras jocosas, he podido escuchar a un grupo canadiense que pone música a unas ideas que no se quieren oír, una letra que debiera hacer pensar a los más jóvenes, y a nosotros, a los que les hemos traído hasta aquí.
Afrontar directamente la evidencia de que podemos estar en una degeneración irreversible, tanto desde el punto de vista demográfico, que es el más obvio, como desde el punto de vista moral, que es seguramente el básico, no es agradable, pero pudiera llegar, y no muy tarde, el momento en el que no hablar de estos problemas fuere una deslealtad, una traición para quienes nos van a heredar.
Hay una letra brillante de John Lennon que dice algo así como que la vida es lo que pasa mientras estás haciendo otra cosa (Life is what happens to you when you’re busy making other plans, Beautiful Boy), y creo que puede decirse que la historia también pasa de ese modo. Nuestra generación se ha preocupado tanto del futuro, de su futuro, que se ha olvidado de advertir los fenómenos decisivos que seguían un ritmo aparentemente lento, pero inexorable. Ahora el mañana es oscuro, pasaron los tiempos de las vacas gordas y no está mal que, en medio del jolgorio de una noche, unos chicos canadienses digan algunas verdades tan dolorosas como inquietantes.

Vamos a contar mentiras, tralara

Una vieja canción infantil, ensartaba con humor unos embustes increíbles: “Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará”. Esa irónica letanía describe bien los desaforados esfuerzos que hubieron de hacer ZP y sus órganos afines, para emboscar una crisis morrocotuda: “A nosotros no nos toca, es exterior, a nosotros no nos toca, tralará”. Se ha repetido hasta la saciedad esa letra coral, pero no ha servido de nada. Al final, recortes, decretazo y pensiones. La astucia de ZP consiste ahora en presentarse como víctima de unas desgracias que trató de evitarnos, y cree que tiene dos años para tratar de convencernos de que, si no fue la causa, pudiere ser la solución. Mientras tanto, el país, anestesiado con tanta mentira persistente, no termina de darse cuenta de la gravedad del panorama.
No es difícil de entender, porque hay que remontarse muchas décadas atrás para encontrar una televisión tan adicta al mando como la que ahora nos aflige con consignas que parecen reinventar la “lucecita del Pardo”, el carisma del que manda, su inagotable sabiduría, su pulso valeroso y firme de centinela de Occidente. Todavía no hemos caído en la cuenta de que en Europa, y en España más, todo o casi todo está de capa caída, que hemos sido los amos del mundo, pero ahora no somos nada.
La verdadera cuestión es cuánto tiempo va aguantar la gente sin ponerse nerviosa, sin romper lo que tenga más a mano. A base de mentiras, muchos continúan creyendo que la solución es fácil, que solo hay que esperar, pero perderán su imperturbabilidad y su candidez cuando vean cómo las gasta la crisis en que nos han metido. No confío nada en el gobierno y muy poco en los políticos, pero hasta hace poco creía que en España había ya un comienzo de sociedad civil capaz de sacar esto adelante; ahora ya no lo sé. Reconozco que seguir el debate del día a día es desconsolador porque hay muchas cosas, como la Universidad por ejemplo, en que vamos directamente en la dirección contraria a lo razonable. Del error se puede salir con esfuerzo, pero de la creencia interesada es muy difícil huir. Nos va costar Dios y ayuda cambiar creencias absurdas pero muy comunes: va a ser digno de verse, pero muy duro de soportar.