En su artículo del domingo en El Confidencial, Jesús Cacho, ha hecho un retrato demoledor de Alberto Ruiz Gallardón, alcalde de Madrid, de momento; tras el retrato de Cacho, se adivinan algunos rasgos, digamos, berlusconianos, en la conducta del atildado personaje, pero puede que haya quien considere que se trata de un mérito. De cualquier modo, que con un balance como este, su partido le pueda seguir considerando un gran líder, es realmente llamativo, un testimonio más de la astucia y acuidad visual de la cúpula genovesa.
Nadie puede negar que ARG ha elevado el nivel político de la alcaldía de Madrid, pero cabe dudar que haya sido para bien, porque el precio ha sido realmente insoportable, desde muchos puntos de vista. ARG se comporta como un señor absoluto en lo que a Madrid se refiere, y se muestra visiblemente molesto cuando se le hace ver que la política que practica no es muy distinta a la que pudiera preconizar cualquier socialista: gasto innecesario, burocracia creciente, esquilme del contribuyente, boato, despotismo, impuestos desbocados y amiguismo, tanto hacia dentro, gobierna rodeado de una espesa e impenetrable capa de adictos, como hacia afuera.
Dígase lo que se diga de la democracia, el hecho es que los españoles estamos, como quien dice, descubriéndola y, por tanto, expuestos con gran frecuencia a que nos vendan como democracia algo que no pasa de su caricatura. Este es, el caso, por ejemplo, del sistema que padecemos a la hora de elegir líderes políticos. Los que el pueblo elige con su voto a unas siglas, llegan a lo que llegan a través de una serie de procesos perfectamente opacos; los electores pueden elegir entre partidos, pero no pueden decir nada respecto a las personas. Se trata de una trampa, porque, como en este caso, sucede muchas veces que por no querer tomar el caldo ideológico, te acaban endilgando las dos tazas del electo sin principios y con pocos escrúpulos.
En una democracia de verdad, ARG no duraría ni un minuto, es más, no sería posible un caso similar. Un tipo tan distante respecto a los que no son sus aduladores, difícilmente ganaría una elección auténtica, como se vio con entera claridad en el intento de colocar a un empleado suyo al frente del PP madrileño, lo que da una idea bastante aproximada de lo que le importa a este socialista reprimido la democracia liberal.
El nivel de endeudamiento al que ha llevado a Madrid, alrededor de 8.000 millones de euros, es una barbaridad insostenible. Ha gastado como los dictadores, ha dilapidado un dinero que no le hubiésemos dado por las buenas en muchísimas obras inútiles y perjudiciales para los madrileños. Ha remodelado miles de calles y de aceras que podrían haber seguido como estaban sin problema alguno; ha llenado las calles de Madrid de unos horribles y carísimos aparatos azules destinados a un propósito absurdo; se ha gastado la intemerata (más de 400 millones de euros) en colocar sus oficinas en la Cibeles, y casi 600 millones en la aventura de la Olimpiada, un proyecto personal y claramente quimérico, en el que, además, se han hecho mal las tareas, y que dejará gravemente mermadas las posibilidades olímpicas de la ciudad.
ARG es de los que parecen creer que la democracia se haya inventado para que él pueda hacer lo que se le antoje, y tiene la suerte de contar con unos electores que votan a ciegas a su partido, porque la alternativa es, en teoría, mucho peor. Me parece, sin embargo, que esta vez el alcalde se ha quedado con las vergüenzas un poco más al aire de lo que es corriente, y pudiera ser que estemos asistiendo a los inicios de un declive definitivo.
Si la política consistiese en gastar sin tino, en invertir en la propia imagen, o en hacerse pasar por un tipo original y progre, perseguido por políticos conservadores y malvados, ARG sería un buen político. Como me parece que se trata de otra cosa, creo que es un político ridículo, y no veo motivo alguno para darle mi voto, ni siquiera aunque se volviese a presentar Sebastián, o alguien aún peor, que será lo más probable. Así que le pediré a los Reyes Magos de los dos próximos años un nuevo candidato del PP para Madrid, y si alguien me dijese que eso pudiera hacer que el PP perdiese las elecciones, le contestaría lo siguiente: no lo creo, pero, en todo caso, ¿de qué sirve ganarlas para hacer una política despótica, antiliberal y populista? Para esta clase de disparates, prefiero al adversario.