Los amantes del circo se quejan de la decadencia del espectáculo, pero es que ven poco la televisión, y no me refiero a los programas más obvios de lucha de fieras por una gilipollez cualquiera, que son muy abundantes, lo que, desde luego, dice poco y mal de los espectadores, sino a los informativos políticos. Ayer, por ejemplo, vi a Llamazares en 24 horas y hacía tiempo que no me reía tanto. Su número tratando de contraponer los derechos de los acreedores (en este caso, germánicos y calvinistas según el astro) y los derechos sociales de la clase obrera (en este caso, griega) fue digno de cualquiera de los grandes payasos de la historia, a lo que ayudaba no poco su cuidada barba blanca que el daba un cierto aire de clown enharinado y listo, y, por supuesto, serio.
Es muy sabido que el número de los tontos tiende a infinito, lo que no se sabe tanto es que hay determinadas tonterías que son resistentes a cualquier tratamiento. Es posible que aumenten los votantes asturianos de Llamazares tras verle en el cenit de su gloria, admirados, seguramente, de que su inmensa cultura, no sea incompatible con su enorme gracia: un tipo que sabe decir calvinista, no puede ser ningún necio.