En una extraordinaria película de Robert Rossen, Paul Newman encarnaba a la perfección el arquetipo de un perdedor arriesgado al que, pese a su extraordinaria habilidad como jugador y a su escasez de escrúpulos, las cosas le acababan yendo muy mal.
Aunque puede que sorprenda a mis selectos y amables lectores, esa es la imagen que se me ha venido a la cabeza al pensar esta mañana en alguna de las últimas fechorías de nuestro presidente. Dos magníficos comentaristas, Jesús Cacho en El Confidencial, y Enric Juliana en La Vanguardia, me han sugerido la comparación con el antihéroe de Rossen/Newman para comprender a Zapatero.
La clave de una metáfora tan inhabitual estaría en la incapacidad de ZP para aprovechar sus momentos de suerte, en su fascinación por el desastre y el abismo, su empeño en negar lo evidente. Juliana ve un estado descompuesto y sin liderazgo, Cacho se pregunta hasta dónde podrá llegar nuestro buscavidas para seguir en el poder. En ambos casos hay un factor común, falta gobierno de las cosas, aquí no manda nadie, pero el buscavidas seguramente esté encantado de que todo gire en torno a sus bravatas, aunque las instituciones se estén devorando unas a otras a causa de sus ocurrencias.