El fútbol y el efecto Mateo

Robert K. Merton ha sido uno de esos grandes académicos que solo parecen existir hoy en día las grandes universidades americanas. Su obra está llena de interés, se mire por donde se mire, aunque yo prefiera, por encima de todo, uno de los libros que más me han hecho admirar y reverenciar el oficio académico, A hombros de gigantes, un trabajo magistral, lleno de buen humor, de sabiduría y de conocimientos de lo más variado. Cualquier buen lector pasará con él uno de los períodos más agradables de su vida intelectual.

El caso es que me acordé de Merton al ver ayer, el partido del Barça y el Real Madrid. La razón es muy simple; Merton bautizó como efecto Mateo al hecho de que, conforme al dicho evangélico (capítulo XXV del Evangelio de San Mateo, versículo 29), de que “a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene”, se produce una muy frecuente acumulación de fama y premios en quien previamente los tiene, fenómeno muy conocido, por ejemplo, en la sociología de la ciencia, y que hace que los laureados tiendan a multiplicar sus laureles, muchas veces sin otro mérito que el haberlos recibido previamente. Pues bien, a mi me pareció que el efecto Mateo explicaba muy bien cómo los forofos del Madrid han disculpado un clamoroso fallo de Cristiano Ronaldo, mientras que crucificaron el año pasado a Drenthe por un fallo muy similar, pero en el fondo mucho más disculpable. La lógica es muy simple: si Cristiano Ronaldo es un crack no puede cometer un fallo tan clamoroso, luego el fallo no es lo que parece; en cambio, como Drenthe no es ningún crack, se vio castigado con un descenso a los infiernos del aprecio madridista, pese a que su fallo fue mucho menos grave y más disculpable que el del astro portugués. Moraleja, no falles ante la portería del Barça, salvo que seas Cristiano Ronaldo.

El Nobel de Obama

Hay ocasiones en que la realidad imita a la imaginación. El primer Premio Nobel que fue presidente de los EEUU no ha sido Barack Obama, sino una especie de Obama blanco y de ficción, el protagonista de la magnífica serie El lado Oeste de la Casa Blanca, que, antes de llegar a la presidencia, había obtenido el Premio Nobel de Economía. Me llama la atención la coincidencia porque, entre otras cosas, ambos Nobel son, en cierto modo, espurios, no son otorgados por la misma Academia Sueca y no remontan su existencia hasta la fundación de los premios por el físico nordico.

Son, junto al de literatura, los Nobel más políticos y más discutibles y, por ello, se pueden dejar llevar por una tendencia malsana que ataca a muchas instituciones premiadoras, a saber, dar los premios de tal modo que el premio recae en la institución antes que en el premiado. Me parece que eso es lo que pasa en este caso, y en muchos otros bastante cercanos para nosotros. Piénsese, por ejemplo, en lo que hubiera pasado si el Premio Nobel de la Paz hubiera ido a parar, por ejemplo, a un médico nigeriano que se hubiese distinguido por sus trabajos en comunidades racialmente enfrentadas; seguramente habría sido un premio infinitamente más merecido, pero la noticia no habría ocupado ni la centésima parte de lo que lo ha hecho la del Nobel Obama. Es decir, el Parlamento noruego, ha decidido hacerse un homenaje y ha contratado a Obama como figurante.

Forma parte de la naturaleza de las cosas el que ocurran desviaciones de este tipo. Al fin y al cabo es, por otra parte, un ejemplo perfecto de un fenómeno muy bien conocido al que Robert K. Merton bautizó como efecto Mateo, recordando aquello de que “al que tiene se le dará, y al que no tiene no”, es decir la tendencia a acumular honores en los que ya han obtenido los primeros. Se trata, en el fondo, de un caso de pereza, es mucho más fácil descubrir lo que todos creen saber, lo que les confirma como muy listos, que sacar a la luz algo que nadie sabe. Obama es irresistible para los comodones.