He estado cuatro días en Alemania, en Heidelberg, en concreto. Hacía mejor tiempo que en España, y, en esas circunstancias, es muy duro no querer ser alemán, al menos en muchísimas cosas. Gente activa, amable, exigente, organizada, limpia. El contraste con nosotros, en mil aspectos y, desde luego, si se ha de visitar un urinario, no puede ser sino desolador. No me extraña que los alemanes se estén convirtiendo en los malos de la película para las nuevas generaciones de envidiosos españoles. Y además se puede correr en las autopistas en que se puede, que son bastantes, y muy buenas, seguras, y sin el peaje que aquí se llevan unos señores muy listos que siempre están en todo y, si hace falta, son secesionistas, partidarios del derecho a decidir qué peaje nos pueden cobrar con razón o sin ella.