El fútbol y la justicia

La justicia y el fútbol no son compañeros habituales, porque el fútbol es inseguro y volátil como la vida misma. Pero hoy se ha hecho justicia con el fútbol español, con nuestro equipo nacional, siempre tan sufrido como inconstante y desventurado. Nuestra victoria frente a Alemania ha sido un acto de desagravio a una historia injustamente desigual, desafortunada y derrotista. Verdad es que la generación de futbolistas que nutren la selección es casi inmejorable: tenemos de todo y muy, muy bueno. Casillas es un gran portero; nos defiende gente supersolvente como Piqué, Puyol (¡¡¡tres hurras por él y por su gol rotundamente bello, pura fuerza y pundonor!!!), Capdevila, o Ramos. Eso que algunos pedantes llaman el doble pivote es fantástico, con un Busquets memorable y exacto y un Xabi Alonso ambicioso y pugnaz. La media es de ensueño, porque es difícil imaginar jugadores de más calidad que Iniesta o Xavi Hernández. Y en la delantera tenemos también ejemplares admirables, únicos, como el niño Torres, o el increible guaje Villa. No quiero dejar de mencionar a Silva, a Cesc o a Pedrito, ni tampoco a Fernando Llorente, a Arbeloa a Javi Gutierrez, y a todos los que faltan, en especial a ese Reina que no ha jugado todavía ni un minuto, y es el que más parece alegrarse del éxito de sus compañeros: se ve que vive en Liverpool y ha aprendido a amar más y mejor lo que, viviendo en la piel de toro, raramente valoramos como merece. La sombra benéfica de Vicente del Bosque ha cubierto a este grupo con un manto de buen hacer, de amabilidad, de cariño y de entrega, una conducta que es ejemplar y reconfortante para todos los que seguimos con ilusión la andadura de un equipo que tan bien nos está representando. Bueno, esta es, nada más, una nota de alegría y de esperanza cierta en que el domingo que viene las cosas sean aún más felices para todos, y bien que lo siento por los holandeses.

Del azar y la pasión

Tal es el hermoso marbete tras el que la portada del número de julio y agosto de Revista de Occidente ofrece una suculenta mercancía literaria que se dedica a analizar el fútbol, tan de actualidad no solo estos días sino ya siempre. He leído todos los artículos con placer y de un tirón en esta calurosa mañana de julio. Hay textos de Vicente Verdú, que le dedicó al tema un conocido libro ya hace treinta años, de Juan José de Armas Marcelo, de Enrique Murillo, de Manuel Arias Maldonado, y de un servidor de ustedes. Se trata de discursos muy diversos como corresponde a algo tan ubicuo y duradero, pero todos ellos comparten el asombro frente a un deporte tan complejo, y frente a un fenómeno social tan abigarrado. Los novelistas, Armas y Murillo, se dejan mecer por el recuerdo y la autobiografía y los más ensayistas, Verdú, González Quirós y Arias Maldonado, se las ven con aspectos más conceptuales, tratan de explicar lo que hay tras el entusiasmo y el desbordamiento mundial de la afición al fútbol, conscientes de la derrota que esta deporte tan popular ha infligido a sus críticos más severos.
Mi artículo («De la vida un traslado: el fútbol en la cultura global») ha sido, en parte, anticipado en este blog, y fue discutido con pasión y ampliamente en una larga sobremesa con colegas de la Escuela Contemporánea de Humanidades, con Alejandro Gándara, Jorge Lago, Antonio Nieto, José Antonio Millán, Pilar Martín Gila, Juan Manuel Rodríguez Parrondo, Emmanuel Lizcano y Ramón Rodríguez, creo recordar a todos. También podrán encontrar en él ecos de sus ideas, e incluso expresiones literales, mis corresponsales en este blog, Karim Gherab Martín, David Pardo, y mis hijos Manuel y Juan. Los cito a todos porque todos me ayudaron a afilar un trabajo del que estoy particularmente contento, ya dirán los lectores si con motivo. De cualquier manera, me doy cuenta de que he tratado de devolverle al fútbol una parte siquiera sea pequeña de los abundantísimos ratos de gozo y de dolor que me ha dado y que, espero, me siga dando. Por supuesto, tiraría todo el texto y sus recuerdos por la borda si ello supusiera que España fuere a ganar el Mundial, faltaría más. Mi esperanza es que lo gane en cualquier caso, sin necesidad de que yo haga sacrificio, ni de mi memoria, ni de mi entusiasmo.

El fútbol deporte y espectáculo

Cuando escribo estas observaciones ya conozco el magro resultado obtenido por España frente a la selección hondureña, pero no quiero hablar de fútbol como aficionado, sino de la forma tan peculiar en que este deporte, en particular, se va adueñando de las pasiones de buena parte del público.

Creo que es extraordinariamente razonable que quienes no hayan sufrido la pasión y la frustración de jugar a la pelota, sientan una enorme indiferencia ante el fútbol espectáculo, ante un juego que puede parecer brutal, ordinario y monótono, lo que de ninguna manera quiere decir que no existan forofos que jamás han jugado a la pelota; existen y son abundantes porque el fútbol tiene una gran capacidad de exportar los atractivos y el peculiar agonismo de este deporte grupal. Hay una manera clara de distinguir ambos tipos de aficionado: el que ve fútbol porque ya no puede jugarlo, es capaz de ver cualquier partido con interés, y experimentar una pasión pura y no maniquea ante cualquier buena jugada que anuncie su culminación en un gol, o que proporcione un lance de belleza perfecta, a su entender; los espectadores del segundo tipo necesitan del catalizador externo para gozar del fútbol: van al fútbol en sustitución, o en continuación, de otras guerras, lo que no es necesariamente malo.

No es fácil la distinción entre el deporte y el espectáculo, pero éste no habría podido darse sin las extraordinarias propiedades del primero. El primero es, digamos, un drama grupal, el segundo es un espectáculo público, pero ambos coinciden en su naturaleza visual, y en que dan mucho que hablar. porque el fútbol reside, sobre todo, en la imaginación, tanto en la de quienes lo juegan, así sea bien o mal, como en la de quienes lo contemplan con interés y entendimiento. Lo más notable del fútbol, y creo que es clave en su éxito como espectáculo, es que cada jugada es una de las centenares de jugadas posibles en cada momento, de modo que, si se me permite la pedantería, cada acción representa el colapso de una posibilidad en mero pasado indeformable. En eso es como la vida, y por eso la gente le echa tanta pasión, porque, además, la vida no se repite y nos agota, mientras que en fútbol siempre hay una nueva oportunidad, nunca se repite nada.

Más dura será la caída

Algunas de las reacciones de los jugadores y el entrenador del Barça después de la derrota frente al Inter, han puesto de manifiesto algo evidente, el temor a que, casi en el último minuto, se les estropee una temporada magnífica. Aunque soy descaradamente madridista, confieso que este Barça es un equipo descomunal, seguramente el mejor, no sólo de ahora mismo, sino de muchos años. Pero el fútbol es como es, y se ha hecho muy difícil mantener la hegemonía. Los del Barça deberían hacernos el favor de no excederse en la pataleta ante el caso, que tengo por poco probable, de que caigan, finalmente, ante el Inter, y/o no ganen la Liga. El fútbol es tan maravilloso como imprevisible, y bien puede pasar que un equipo mediocre, como lo es el Inter comparado con el Barça, deje fuera de juego a los que pensaban ganarlo todo. ¿Acaso no se acuerdan de lo que le pasó a su rival de siempre con un equipo de la periferia madrileña? Puede pasarles, y mejor será que se acostumbren a la idea de que alguna vez les pasará, porque esto de ser los mejores, no sirve para ganar todas las competiciones, puede llegar a no servir, incluso, para ganar ninguna.

Un adiós a Cappa

Me acabo de enterar de que Ángel Cappa se hará cargo del River Plate, un equipo muy importante pero que se encuentra en un estado lamentable, tras una racha realmente mala. Siento que Cappa deje de andar por Madrid, porque verle algunas noches hablando de fútbol era todo un placer, pero me alegro de que pueda cumplir un trabajo que seguro le entusiasma. Cappa sabe de fútbol, pero sobre todo, es un hombre caballeroso y razonable al que da gusto oír, especialmente cuando dice cosas que no te gusten. Con tipos como él es más fácil ser objetivo, aprender que lo que menos importa es nuestra opinión, llena de prejuicios y de ideas equivocadas, y abrirse a comprender algo tan grande y tan apasionante como lo es el fútbol, con cabeza y corazón. ¡Ojalá que triunfe! Pero, tanto si triunfa, como si no acierta, me encantará verle de nuevo por aquí haciendo del fútbol algo de verdad interesante.

El fútbol como sorpresa

Suponer que hay algo sorprendente en el fútbol debe sonar a chunga a cuantos están más que hartos de no oír hablar de otra cosa. Esto es así entre nosotros y no dejan de subrayarlo los que nos ven desde fuera: recuerdo una especie de road-movie, creo que de Tanner, en que su protagonista, al pasar por España camino de Lisboa, trataba de oír la radio desde el coche y no conseguía oír otra cosa que “¡goool!… ¡goool!” Hace unos días vi un excelente documental sobre España en un YouTube de un periódico y, en efecto, la primera imagen era también un balón rodando (¿por cierto lo recuerda algún amable lector?, me gustaría volver a verlo y no he sabido localizarlo). No me refiero, pues, a ninguna sorpresa de un fútbol raramente ausente, sino a la sorpresa que deparará, para cuantos gustemos del fútbol, y no necesariamente de sus abusos mediáticos, el resultado del próximo Real Madrid-Barça el sábado que viene.
Habrá sorpresa porque se dirán tantas cosas, que apenas podrá uno imaginar algo indecible. Pero habrá sorpresa también porque, una vez más, hay que esperar que el resultado de un lance derribe la mayoría de las teorías previas, que esta es una de las grandezas de este juego tan insoportable para quienes no lo aman.
Se pueden derribar, como mínimo, un par de mitos antagónicos, la perfección del Barça, el adefesio del Madrid; pero también pueden fortalecerse. Se puede terminar con ditirambos y con alegatos críticos, pero también pueden reforzarse. Nadie puede saber qué va a pasar, aunque todos lo sospechen y muchos lo teman. Resplandecerá así, aunque por poco, alguna de las enseñanzas más hondas de este deporte, que nada es previsible, que hay cosas que no pueden ser, que el tiempo se agota, que, al final, la verdad se nos impone, y que mañana ya no será nunca como ayer. Para quienes crean que el pasado es inmodificable recomiendo como ejercicio meditar sobre el fútbol y, para quienes no acierten a hacerlo, les puede ayudar la lectura de Jorge Manrique:
¿Qué se hizo el Rey don Joan?
Los Infantes d’Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
¿qué de tanta invención
que truxeron?
¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
e çimeras?
Por si el ejercicio les resultase extremadamente doloroso, prueben con esta descripción, y consejo, de Louis Aragon: La vie est un voyageur qui laisse traîner son manteau derrière lui, pour effacer ses traces. No olviden que, mientras vivamos, mañana será siempre otro día.

Su majestad el gol: a propósito de Higuaín

Llevo unos meses leyendo cosas sobre fútbol; me refiero a libros, a ensayos, a novelas, porque estoy tratando de cuadrar una cierta explicación de las razones de su éxito; de momento, sigo donde estaba, pero no renuncio a encontrar alguna cosa interesante, aunque solo sea para compensar el haberme tropezado con muchas de las abundantes tonterías que se han escrito sobre el fenómeno.

Vayamos al gol. Algunos lo han comparado con el orgasmo, lo que seguramente dice más sobre los comparadores que sobre lo comparado; hay quienes han llegado a especular sobre la analogía entre al portería y el himen, a otorgarle un papel femenino y matriarcal al portero. En fin, no cabe duda de que en nombre de Freud, y de Marx, se han escrito unas cuantas memeces, casi siempre pretenciosas, por otra parte.

Voy a bajar unos cuantos escalones especulativos y a preguntar simplemente si todos los goles tienen idéntico valor. La respuesta es, por supuesto, que no. Es evidente que los goles se distinguen mucho por su belleza, o por su perfección técnica, pero además se distinguen por su valor, por su oportunidad. No es lo mismo el gol que consigue la victoria, que el gol que se suma a una victoria ya cómoda, por ejemplo.

A lo que iba, en caso de victoria clara, los goles más meritorios son siempre los primeros, no los últimos. El jugador que inaugura el marcador hace lo más difícil, y por eso su acción debiera considerarse más valiosa; por ejemplo, los dos goles de Higuaín ayer al Tenerife, goles extraordinarios y de una simplicidad engañosa, son muy importantes porque encarrilaron una victoria del Real Madrid que, a la postre, pareció fácil. Ardo en deseos de escuchar cómo sus enemigos, que los tiene, por increíble que sea, se las arreglan para tratar de quitar mérito al asunto. Esta es otra de las cosas que enseña el fútbol, cómo la vileza y la mentira se hermanan para oscurecer la evidencia, para justificar el despropósito.

Fútbol y política

Pese a que me temo lejano a la mayoría de sus opiniones políticas, las que conozco y las que imagino, siempre he disfrutado del cine de Ken Loach, bueno, siempre que no haya tocado sufrir, que también sabe hacerlo estupendamente.

Acudí a ver Buscando a Eric, Cantona, por supuesto, porque mi admiración por los cracks del fútbol es indiscernible de la envidia más sana, si es que puede haber algo como eso. Así que cuando vi el comienzo de la película pensé que me había equivocado, pero no, se trata de Cantona y de buen fútbol en vena.

Entre Loach, su guionista, Paul Laverty, y Eric Cantona, han hecho una de las mejores apologías del fútbol que haya visto. El fútbol, como la vida, es lucha, una lucha contra un enemigo artero, todopoderoso y muy hábil, pero una lucha que, aunque en ocasiones parezca imposible, siempre tiene salida y, a veces, lleva al triunfo, e incluso a la gloria.

Un Cantona angelical se convierte en una especie de entrenador personal de un perdedor de libro, un hombre con una vida desecha pero con el fondo de decencia que Loach siempre ve, acertadamente, en las personas humildes, en los derrotados. Eric Bishop, el protagonista, se identifica con el Cantona que siempre quiso y no acertó a ser, y la recuperación de su vida culmina en una magnífica escena coral en que, con Cantona al frente, consigue ganar por goleada a sus fantasmas.

La historia nos muestra que Cantona no solo fue un triunfador, sino un hombre con cabeza, que tiene razón, porque siempre hay salida, aunque, en ocasiones, haya que arriesgar un poco. La vida no siempre es tan bella como en el cuento de Cantona, pero el fútbol, que, según dice Loach, es esperanza, alegría, pena, dolor, decepción, suspense, suplicio y maravilla, nos ofrece un ejemplo cotidiano de que siempre merece la pena luchar por ella, por hacerla realmente hermosa. Ken Loach rinde homenaje a la amistad, a la solidaridad, al valor de los débiles, y golpea con humor y saña el individualismo de los abusones, de los que viven de la trampa y del miedo, porque cree que, con valor, astucia y la ayuda de los amigos, siempre se puede ganar a cualquiera, como en el fútbol.

Más sobre el fútbol

Este post es una respuesta ampliada al comentario de Juan en mi post anterior sobre el fútbol. Juan dice que el fútbol es “una pasión que ha venido a sustituir el instinto guerrero, conquistador y dominador de nuestra especie”, lo que “podría explicar también otra peculiaridad de la pasión mundial por el fútbol, y es que sea Estados Unidos, la superpotencia bélica, el último resquicio del planeta que parece no haber sucumbido del todo al encanto del fútbol”. Bien visto por Juan; se trata, sin duda, de una de las razones. Yo creo, sin embargo, que hay mucho más. En particular, me parece que el fútbol tiene muchas de las propiedades que se supone debiera tener el teatro, “de la vida un traslado” que decía Tirso, porque es un remedo de la vida, y un espectáculo que no se entiende del todo sin pasión, sin formar parte del asunto, que es lo que nos pasa cuando vivimos. Se parece a la vida en que es largo y breve a la vez, en que pasa por etapas completamente distintas, en que no hay nada seguro. A pesar del Barça, ahora tan crecido, no puede haber en el fútbol alguien que siempre gane a enemigos de cierto nivel, como sí ocurre en otros deportes: Federer o Woods, por poner ejemplos obvios, siempre ganarán a un principiante, cosa que en el fútbol puede fallar. El fútbol, también se asemeja a la vida, en que vive en un continuo mercadeo, en que el azar juega un papel determinante, en que hay que cooperar, es un deporte de equipo, por más que nos fijemos en los galácticos, en que, pese a las apariencias y a a los periódicos, en realidad, nadie es más que nadie.

El fútbol, como la vida, da mucho que hablar, porque cada segundo está preñado de posibilidades, aunque casi siempre queden en nada. A diferencia de otros espectáculos, como el toreo, en el que el coeficiente de subjetividad es alarmantemente alto, con perdón de mis amigos entendidos, que algunos tengo, en el fútbol hay un nivel muy alto de técnica y de objetividad. También pasa con la vida, que se parece más a un partido que a cualquier corrida. No es lo mismo darle al balón así que de otro modo, de la misma manera que no es lo mismo hacer algo hoy que hacerlo mañana: los resultados cambian.

A mí me parece que eso es lo que ha hecho que el fútbol haya podido llegar a ser tan importante, tan popular: es filosofía para princesas, sabiduría sin llanto, metafísica en vena. Todo lo cual quiere decir que también es, a veces, un insoportable pasatiempo.

Lo decisivo no es que ahora sea lo que evidentemente es, una especie de religión universal, sino que haya podido llegar a serlo, a ocupar un lugar que el resto de deportes no acaba de ocupar. De ninguna manera me parece que la clave de su éxito pueda estar en su supuesta vulgaridad. Conforme al dicho popular, algo tiene el agua, cuando la bendicen.