Negro sobre blanco en el caso Faisán

El informe pericial solicitado a los servicios de la Guardia Civil por el juez Ruz incluido en el sumario del caso Faisán, que para desgracia de Rubalcaba continúa en manos de un juez de verdad y no ha podido ser desviado hacia aguas turbulentas como inauditamente pretendía el Fiscal, es concluyente respecto al carácter de los cortes que se observan en las cintas, porque afirma taxativamente que su estudio obliga a concluir que los fundidos a negro, es decir la manipulación de la cinta para ocultar lo que en otro caso sería una prueba de cargo, se produjeron “a conciencia” y “en tiempo real”, es decir, en el momento mismo de la grabación. El informe descarta explícitamente cualquier posibilidad de que ese borrado intencional fuese causado por alguna forma de deterioro casual, tras comprobar concienzudamente el buen estado de todo el material, tanto en ese día fatídico del chivatazo, un día en el que destino de Rubalcaba  quedó marcado para siempre, como en los días anteriores y posteriores. El dictamen de la Benemérita institución, deja completamente al descubierto tanto las manipulaciones hechas por el equipo investigador de la Policía, a las órdenes directas de Interior, como las excusas con las que pretenden construir una coartada inverosímil para tratar de ocultar una conducta  delictiva y escandalosa. Una acción delictiva y particularmente indigna que en ningún caso dejaría de serlo por el hecho de que se hubiese llevado a cabo obedeciendo ordenes políticas directas, como pretendía cínicamente el voto de un magistrado complaciente, tratando de salir al paso de la debacle que adivina con una doctrina tan cínica y totalitaria que hubiera sido capaz de conseguir, por ejemplo, la absolución de los nazis en el juicio de Nüremberg.  
La obvia suposición de que los policías encausados actuaron a las ordenes de Rubalcaba, convierte a este desdichado caso en la demostración más evidente y clara de la falta de escrúpulos del Gobierno de Zapatero, de la suciedad e inmoralidad de los procedimientos de Rubalcaba para lograr unos objetivos que podrían y deberían alcanzarse perfectamente por otros medios.
Es claro, a la vista de todo ello, que el Gobierno no pretendía tanto acabar con ETA como negociar con ella alguna clase de acuerdo vendible ante la opinión, algo que los convirtiera en usufructuarios únicos de un éxito político que, cuando se produzca, y lo haga sin engaños ni concesiones indignas a la banda, será, exclusivamente,  el éxito de todos los españoles, el triunfo de la democracia, de la libertad  y de la ley, y el premio legítimamente merecido a las miles de víctimas que lo han hecho posible con su generosidad y su sacrificio.  
El Gobierno, cabe suponer con buena lógica,  ha delinquido y ha ordenado delinquir con tal de conseguir una quimérica ventaja política en la negociación, con tal de sentirse comprendido por los criminales, con tal de sentir su gratitud y, probablemente, con la intención de poder librarse para siempre de su miedo.
Por fortuna, aún quedan jueces en España y, aunque haya que esperar a que concluya este proceso, que el señor Garzón, con ese atrevimiento inaudito para torcer la ley en su beneficio, paralizó durante años en el cajón de las cosas que pueden esperar, ya tenemos suficientes elementos de juicio como para afirmar sin ninguna clase de dudas que la responsabilidad contraída por Rubalcaba, le inhabilitaría completamente para seguir ejerciendo la política en cualquier país decente, y nosotros aspiramos a que España lo sea, sin duda alguna.

El Príncipe de la Paz ataca de nuevo

La legendaria capacidad de Zapatero para no dejar que la realidad le arruine una de sus ocurrencias es, como se sabe, perfectamente compatible con su impavidez para decir digo donde había dicho Diego. Hay asuntos en que, sin embargo, Zapatero nunca dará marcha atrás, porque forman parte de su más íntima vocación, de sus deseos más hondos. Uno de ellos es el anhelo de pacificar, a su manera, las relaciones con ETA. No se trata de una rareza, porque se encuentra en perfecta sintonía con la idea de que la España constitucional está mal hecha, y que esa mala hechura debe ser modificada y rota para que españoles, catalanes y vascos, como él lo diría, puedan vivir en paz. La fórmula política que ha de garantizarlo será la nueva izquierda que él está creando: una coalición que impida definitivamente el triunfo de la derecha, de quienes son los responsables de las tensiones que rompen este país, según la sectaria e interesada historia con que se nutre.
En su virtud, Zapatero tendrá que pasar por encima de la sentencia del Constitucional y, sobre todo, tendrá que lograr la paz con ETA. En una entrevista reciente se ha apresurado a declarar que el fracaso del proceso de paz sembró la “solución definitiva”, o sea, que él sigue en ello. A un tiempo, y de manera harto sospechosa, el órgano oficial de la banda se las promete muy felices: algo sabrán. Este Gobierno es un desbarajuste, salvo en la coordinación de sus feos negocios con ETA, como lo demuestra la férrea armonía con que se coordinan sus acciones y sus despistes: ¿Cuánto tiempo se va a tomar el señor Fiscal, por ejemplo, para actuar contra los tres encapuchados que leyeron el mensaje de ETA durante el homenaje a Jon Anza? Es imposible atribuir a la casualidad las delicadezas del señor Rubalcaba con los inquilinos de Nanclares, los acercamientos de presos, la desaparición de De Juana Chaos, o la liberación de Usandizaga, para que se ocupe de su mami.
Los gestos del Gobierno hacia los asesinos, que se nos presentan como dóciles corderos deseosos de ser concejales de la unión de izquierdas, se multiplican y se aceleran, es decir, que el Gobierno tiene un plan porque Zapatero tiene una obsesión, y necesita exhibir algún triunfo, por más que sea aparente y vaya manchado de sangre, ante el período electoral en el que estamos entrando.
Todo indica que estamos ante una repetición del escenario de 2005. Lo que entonces podía ser visto como síntoma de la fortaleza política del Gobierno que se atrevía, insensatamente, con todo, es hoy consecuencia de su debilidad, de la necesidad de ofrecer algo que justifique de algún modo una política cobarde, miope, indistinguible de la alta traición.
España no es tan débil como Zapatero y no tiene que pagar con gestos y con prebendas el uso de las bombas y el asesinato indiscriminado de inocentes. La banda está débil, pero nuestro Gobierno lo está todavía más, y pretende sacar pecho a costa de un nuevo paso en falso que dará nueva vida a ETA para que nos amargue un poco más la nuestra. Hasta el más lerdo de los analistas reconocerá que cuando una banda de asesinos obtenga premio por sus crímenes, lo que se garantiza es que cometa tropelías mayores, porque cualquiera de sus asesinos entenderá que las mercedes han sido logradas a golpe de pistola, y que sería una necedad dejar las armas, aunque, como es obvio, haya que disimular que así se ha hecho. Hoy mismo publica este periódico que la banda ha robado materiales necesarios para montar coches-bomba. Como se ve, todos a lo suyo, la banda a matar, y Zapatero a engañarnos de nuevo, a ver si su sueño le convierte en Príncipe de la Paz, a ser posible, a título vitalicio.

[Editorial de La Gaceta ]