El genio y la mala uva

A propósito de la muerte de Salinger, pero también con motivo de la película de Clint Eastwood sobre Mandela, se ha podido leer estos días comentarios que dan por hecho, entre otras necedades, que el genio es incompatible con la bondad, más o menos. Así a Clint se le reprocha que el retrato mandeliano sea demasiado edulcorado, como si la biografía del líder africano no diese para elogios, o la película se viniese abajo por no ver a Mandela en cualquier postura indigna. En el caso del escritor se repite que su creatividad solo puede entenderse a partir de una infancia atormentada. En fin, supongo que todos los que escribimos más de una carta al trimestre producimos bobadas de tamaño similar, pero siempre me recuerdan al conferenciante que al decir a su público aquello de que “los hombre geniales crean las frases brillantes y los mediocres las repiten”, vio como un asistente decía en voz alta: “La Rochefoucauld”.

La película de Clint Eastwood, Invictus, es tan perfecta como pueda serlo cualquiera que lo sea. Claro que para verlo claro, conviene tener algunas nociones sobre qué es el cine, y bien pudiera ocurrir que gente estragada de ver arte y ensayo, como se decía antes, no sea capaz de distinguir una buena película de, por ejemplo, una esquela, y tome el santo por la peana. Además hay mucha gente que se cree que lo de emocionar es fácil, y así nos va.

Sobre Salinger se insiste en que El guardián en el centeno es algo así como literatura juvenil, lo que es un error equivalente a tomar a Velázquez por enano. La novela de Salinger es un portento de humor y de misericordia hacia el tipo de bobadas que casi todo el mundo ha hecho en la adolescencia, pero no tiene nada de juvenil. Yo la leí ya lejos de los años mozos, y quizá eso me permita distinguir el retrato de la intención. Salinger era un tipo raro, pero ¡anda que no hay tipos raros que no han escrito una línea que merezca la pena!

Fútbol

El sábado asistí al comienzo de la Liga en el Bernabeu. El espectáculo me pareció, una vez más, extraordinario. No me refiero ahora al juego, sino al público, al fenómeno humano. ¿Qué es exactamente el fútbol? ¿Qué significan esas, aglomeraciones, esa pasión? Me gusta el fútbol como deporte, pero me intriga mucho más el espectáculo, el significado que pueda tener esa conversión del fútbol en algo que interesa a tantísima gente, en cualquier lugar, un fenómeno mundial en sentido estricto. La mayoría de las opiniones que ruedan en relación con esta clase de preguntas, se fijan en una serie de caracteres más bien negativos. No diré que no tengan fundamento esas críticas, pero es posible que quienes las repiten, normalmente con aire de superioridad, se pierdan algún aspecto interesante de este fenómeno tan singular.

No pretendo, en esta breve nota, descubrir nada, sino llamar la atención sobre algo que cuando lo contemplas con frialdad resulta casi incomprensible. ¿Qué hace que cientos de miles de personas se emocionen al tiempo por algo que, en realidad, podríamos decir, les debiera ser indiferente? Si en el estadio consigues distanciarte de la pasión común, el espectáculo es increíble. Ves cómo se suman los sentimientos, las pasiones. Gente que no se conoce, se abraza, y personas de exquisita educación pueden prorrumpir en improperios completamente extraños al resto de su vida para con el contrario, o con el arbitro.

Es un hecho que se pueden sumar las pasiones para crear y/o fortalecer un alma colectiva. También es obvio que el fútbol tiene esa capacidad, o, mejor dicho, que se la ha ido ganando poco a poco, con esfuerzo; tal vez pueda perderla en algún momento. ¿Dónde estaba todo ese torrente emocional antes del fútbol? ¿Qué pasaría en un mundo post-futbolístico? Hay unas cuantas preguntas de este tipo que no me parece que tengan una respuesta suficiente e inmediata en la tópica al uso. Sería interesante pensar en ello, supongo, aunque con ello no habríamos hecho sino empezar. Tal vez ocurra que el fútbol tenga propiedades que no sabemos ver, al menos a primera vista, que se ocultan tras la maraña de ideas que habitualmente esgrimen los que detestan el fútbol y/o sus exageraciones. En contraste con las emociones, no está claro que las inteligencias se puedan sumar, al menos no lo hacen tan fácilmente.