Una de las sensaciones más penosas que nos transmite el Gobierno es la de que no acaba de entender qué podría hacer él para sacarnos de esta crisis. Sus intentos de echar las culpas a cualquiera son patéticos, además de desvergonzados. Yo no creo, desde luego, que ningún gobierno pueda arreglar un estropicio como el presente, pero estoy seguro de que pueden agravarlo si insisten en aplicar soluciones falsas.
Hace unas semanas, llevado por mi afición a los ferrocarriles, di en recorrer parte de la vieja línea de Guadix a Águilas. La línea se construyo pensando en el mineral de hierro y en el mármol, y algunas de sus estaciones eran pueblos puramente mineros, enteramente artificiales que debieran haber desaparecido al suspenderse la explotación minera, pero no ha sido así. Por allí no queda ni rastro de la minería, pero han encontrado un nuevo filón en la agricultura de primor y sus terrenos se han unido a esa inmensa mancha de techos plásticos que cubren gran parte del sudeste más próspero. Son pueblos que supieron reinventarse antes de morir.
Crisis financieras aparte, a nuestra economía le hace falta una auténtica reinvención porque los sectores que la impulsaban han entrado en una crisis que tal vez no sea terminal pero que es grave y duradera. Es tiempo de inventar, de que cada cual se pregunte qué puede hacer, qué puede ofrecer a los demás que tenga un valor, que sea interesante, atractivo y barato. Para eso nos sobran los funcionarios y nos faltan emprendedores, pero nuestros diversos gobiernos, se empeñan en aumentar los funcionarios (ya tenemos más de tres millones) y en sospechar de los innovadores y someterlos a un régimen de trabas, inspección, burocracia y sospecha.
Ya sé que no es fácil innovar, que no es fácil inventar, pero por difícil que resulte ese camino es más prometedor que la desesperante espera a que el gobierno y los funcionarios inventen algo positivo, algo que no signifique tirar el dinero. Ahora nos preocupamos del paro porque crece de manera inmisericorde, pero nos olvidamos de que nos estamos quedando casi sin nada que vender en el mercado global y que dos de los sectores en que algo vendíamos, el automóvil y el turismo, están muy de capa caída por la crisis general y por la competencia de productores competitivos y baratos.
Mientras la esperanza de muchos de sea evitar los riesgos al arrimo de un puesto público, nos irá cada vez peor. Es evidente que hacen falta funcionarios, pero pocos y competentes, lo que ahora no es el caso por la continua relajación de los sistemas de acceso. En cambio el camino de los emprendedores es cada vez más duro, y no es sensato seguir poniendo pegas a la única política que podrá recuperar nuestra economía en el medio y el largo plazo.
[publicado en Gaceta de los negocios]