La renuncia, aparentemente voluntaria, del presidente del gobierno a encabezar las listas del PSOE en el año 2012 marca el comienzo de un año especialmente difícil que no habrá otro remedio que acortar. Esta renuncia de Zapatero nada tiene que ver con la de Aznar, aunque contribuya también a que se adopte una costumbre que, de generalizarse, tendría efectos muy positivos para la madurez de la democracia española. Zapatero ha dicho que se no va a presentarse apenas un minuto antes de que la situación se volviese insostenible para él, y ha intentado aprovechar el momento para anunciar una finta política bastante inverosímil.
La situación en que ha quedado colocado el PSOE no admite más que dos posibilidades, difícilmente compatibles. O Zapatero se decide a gobernar, y el PSOE se entrega al disimulo, o Zapatero se dedica a hacer que gobierna, y el PSOE a la pura propaganda. ¿Qué les parece lo más probable? No cabe pensar, por desgracia, que un presidente que no se ha atrevido a hacer reformas de mayor porte vaya a hacerlas ahora, cuando se cuartean los muros que soportaban su autoridad, y cuando los mercados parecen menos agresivos, una vez que Zapatero es ya figura del pasado: se trata de una posibilidad que no se le ocurriría ni a Botín. Tendríamos que atravesar una situación extrema, que ahora no se adivina, para que se repitiesen las llamadas de los poderosos y hubiese nuevas rectificaciones espectaculares, y, como eso es poco probable que suceda, tendremos a un Zapatero fustigador del PP y sin hacer nada, cosa en la que ya posee un crédito indudable, hasta el momento mismo en que la continuación sea completamente insostenible, lo que no ocurrirá más allá del momento en que se vea que aprobar unos presupuestos para 2012 es absolutamente imposible, y que ya no merece la pena seguir haciendo esfuerzos por ocultarlo.
En este panorama van a influir una serie de circunstancias más determinantes que la maltrecha voluntad de Zapatero. No me refiero sólo a la evolución de la economía, que puede ir realmente a peor aunque el marco general parezca no deteriorarse más, ni a la de las encuestas, que dependerá, en gran medida, del calibre del éxito del PP el 22 de mayo, sino a que las estrategias de los aspirantes al control del PSOE, y la forma en que el PP reformule su discurso, van a ser los factores más determinantes. Si, como imagino, los socialistas dan por perdida las elecciones de 2012, quien quiera hacerse con el control del partido querrá acelerar el momento de su designación, y que Zapatero convoque en el instante mismo en que haya el más leve respiro, y, como queda dicho, siempre antes del cuarto trimestre de este año, porque los posibles aliados no querrán indisponerse innecesariamente con el presumible vencedor y no tendrán nada que obtener a cambio de una apoyo negociado, de manera que será inviable el mantener por más tiempo la ficción de un presidente que gobierna bien, aunque pueda perjudicar gravemente los intereses de su partido. Todo indica, pues, que estamos ante un aplazamiento táctico de la convocatoria de generales para que su desastroso pronóstico contamine al mínimo las posibilidades de los candidatos locales.
La variante decisiva capaz de determinar el futuro político de España, y el momento en que haya que llamar a las urnas, estará, a mi entender, en la forma en la que el PP, es decir, Mariano Rajoy, afronte este último tramo de su travesía del desierto, ya casi con la certeza del éxito en la mano. Lo decisivo estará no tanto en seguir trabajando por la victoria sino en asegurar al viabilidad del gobierno futuro. Dicho de otro modo, el PP ya no necesita vencer, sino convencer, que es algo más difícil que ejercer de catalizador de un deterioro notoriamente impulsado por las carencias de Zapatero y por la gravedad realmente asombrosa de algunos de sus errores. Zapatero ya ha perdido las elecciones, es casi completamente seguro que el PSOE las pierda, pero falta por ver que el PP pueda ganarlas con el capital político suficiente.
De ser esto así, parece obvio no solo que el PP debiera cambiar ligeramente su retórica, sino que, de no hacerlo, se enfrenta a los riesgos que siempre acompañan al que alancea a moros muertos, por decirlo con la clásica expresión castellana. El PP tiene unos meses en que, razonablemente seguro de su victoria, puede permitirse el lujo de explicar lo que hará al ganar las elecciones, y deberá intentar convencer a los españoles de que la prosperidad económica nunca se ha conseguido garantizando duros a cuatro pesetas, sino trabajando, tomando medidas que podrán parecer impopulares pero son sabias y razonables: cualquiera puede hacerlas suyas si se explican bien. Tener miedo a decir ciertas verdades servirá, únicamente, para que la acción de gobierno sea más ineficaz y sus efectos tarden más en llegar. Hay que recordar como pudo ganar Aznar y, sobre todo, como supo gobernar con éxito, y decir que se va a hacer lo propio.