Higuaín

Ser aficionado al fútbol tiene sus inconvenientes. Uno de ellos es el riesgo permanente de oír tonterías, un género en el que muchos incluyen al fútbol, sin más. Me parece que la tontería, así, en general, juega un cierto papel muy de fondo en este asunto, pero me quiero referir ahora a un concepto, digamos, más técnico de tontería, a aquello que dicen, en ocasiones, algunos periodistas del ramo, a pesar de saber perfectamente que están diciendo algo que no dirían de no mediar intereses ajenos a lo que dicen estar comentando.

Dicen tonterías y, además, mienten, pero prefiero no llamar mentira a algo que tiene muy pocas posibilidades de engañar. En manos de los profesionales de la comunicación, el fútbol adquiere un nuevo poder, funda un nuevo negocio que, lógicamente, se apoya en el principal. Deben de alimentar a la opinión y a la pasión para que se les siga atendiendo en aquellos largos momentos en el que el fútbol está ausente. Es lógico, pues, que digan tonterías, que inventen cosas, que pretendan descubrir el Mediterráneo y reescribir a cada minuto la historia. El fútbol es tan potente que los sostiene y los resiste, pero ellos inventan tonterías y las siguen alimentando como si fueran realidades, temas genuinos de conversación inteligente, más o menos.

Una de las más notables que se vienen promocionando, sobre todo entre profesionales de una determinada cadena de medios, más entusiasta que juiciosa, es la del supuesto error del entrenador del Real Madrid por no alinear lo que llaman el tridente florentiniano, es decir, por no hacer que juegue Benzemá en lugar de Gonzalo Higuaín. Es una tontería que tropieza con el hecho evidente de que Higuaín es un futbolista excepcional, un personaje que ha aguantado, a muy corta edad, la postergación frente a nombres más poderosos, y que ha dado tardes gloriosas a la afición, además de goles bellísimos y decisivos. Naturalmente que a veces falla, pero también fallaba don Alfredo o el propio Zidane.

No estoy seguro de cuál pueda ser la causa para tratar de postergar, de nuevo, a Higuaín, pero me resisto a creer que sea cosa distinta del interés. El interés puede tener varias fuentes, aunque hay una que me parece especialmente innoble, la del halago a Florentino, como si el presidente del Real Madrid solo pudiera engrandecerse por el rendimiento de sus fichajes y no por el de los jugadores heredados. De ser así, se trataría de una tontería especialmente malévola que no traerá otra cosa que disgustos, en el caso improbable de que alguien les hiciese caso. No creo que suceda. Cuando alguien se coloca, o deja que le coloquen, por encima de lo que representa, siempre aparecen diversas faunas aduladoras, pero lo que suele pasar está perfectamente descrito en la literatura clásica, y no digo más.

Me supongo, por tanto, que la razón resida en alguno de los otros dos posibles motivos: el primero de ellos, que hay que vender, que hay que hablar de algo, pero preferiría que encontrasen mejores cebos; el segundo, que tengan algo que ganar a través de intermediaciones o contratos, lo que, desgraciadamente, está muy cerca de uno de los males del periodismo que se lleva entre nosotros, no solo en lo deportivo.

Yo, ni quito ni pongo rey, pero creo que prescindir de Higuaín es, hoy por hoy, un verdadero desatino, haya costado lo que haya costado el bueno de Benzemá, que, sin duda, tiene sus forofos.

Elogio del periodismo

Hay veces que películas que, aunque no sean perfectas, nos hacen reflexionar seriamente. Eso me ha sucedido con State of Play (La sombra del poder), dirigida por Kevin Mc Donald. A un español le tiene que llamar poderosamente la atención que haya empresas, y personas que las sirven, cuyo interés primordial sea la buena información, averiguar lo que tantos quieren que no se sepa, tan acostumbrados como estamos a este nuestro mundo, estrecho y maniqueo, en el que todo es a favor, o en contra,  y, además, se sabe desde el principio a favor y en contra de quién, por lo que, en realidad, no hay nada que investigar, sólo lo suficiente para montar un caso aparente. Claro que eso no solo lo hacen aquí una buena mayoría de medios, sino esos jueces, cuya obligación suprema debiera ser la imparcialidad que requiere la Justicia, pero que le han tomado la medida al sistema y se han dado cuenta de que tienen la llave de la cárcel para ayudar a quienes les aúpan. 

El protagonista de la historia es un periodista, Cal McAffrey (Russel Crowe), que se ve metido en un complejo conflicto de intereses cuando se encuentra ante un caso complicado en el que se mezcla la gran política (lo que seguramente quiere reflejar el curioso título español), la crónica de sucesos (que es su oficio) y unas relaciones personales suficientemente complicadas. 

Cal McAffrey, un periodista bien interpretado por ese camaleón que es Russel Crowe, se encuentra ante un frente múltiple. En primer lugar, tiene que hacer su trabajo y atender a los intereses de su periódico que, lógicamente, está en crisis, y desea vender ejemplares a costa de un caso que, a primera vista, implica sentimentalmente a un miembro del Capitolio. McAffrey se encuentra con que el caso afecta a un viejo amigo de la Universidad y, además, sospecha que hay en él más de lo que aparece a primera vista. Se enfrenta con la editora porque no entra a refocilarse en la explotación sensacionalista del adulterio, y es capaz de aguantar la presión para buscar una verdad que, aunque parezca convenirle, le complicará la vida, porque habrá de poner en juego sus ideas políticas, sus relaciones personales y su seguridad, pero, al final, la opinión pública podrá conocer una verdad más completa, y recompensará con su apoyo al medio que ha invertido en encontrarla, por debajo de las apariencias, los tópicos y los comunicados. 

Aún en crisis, la ética del periodismo parece estar viva para los guionistas de Hollywood (aunque la película tiene su origen en una serie inglesa). Robert Dahl subrayó la importancia de la poliarquía  para sostener la democracia: debería ser preocupante para los españoles la escasez de periodistas independientes (lo que no debería ser un oxímoron)  y que los grandes medios que han aparecido en estos años (La Sexta, Público) no han venido a hacer más plural la oferta sino a auxiliar raudamente al vencedor: en eso ha venido a dar nuestro quijotismo.