Woody Allen se recupera

La vuelta a Londres le ha devuelto a Woody Allen algo de su antigua inspiración, lejos de Match Point y de sus mejores películas, pero lejos también de su espantoso bodrio catalano-ovetense. La presencia española en la película hacía temer lo peor, pero el neoyorquino, que hace una aparición inicial a lo Hitchcock, ha rodado una historia de interés, Conocerás al hombre de tus sueños, muy bien apoyada en los grandes actores, en Naomi Watts, en Anthony Hopkins, Gemma Jones o Freida Pinto, sobre todo, pero también bien servida por un guión ágil y bien construído que entrega alguna escena hilarante, y algunas situaciones ingeniosas.
Los personajes son un punto exagerados, pero se les perdona por la buena historia, por los giros del destino y la fortuna que han de afrontar, generalmente a su pesar. Allen vuelve a sus temas morales, a su burla de lo que simplifica excesivamente las cosas, pero también a su indulgencia con los que se equivocan porque, normalmente, no son capaces de prever el curso de los acontecimientos y tratan, atropellada e ilusamente, de conseguir una felicidad que suele estar en otra parte, si es que está en parte alguna. El éxito es un objetivo equívoco, y la verdadera bondad escasea, así que sus personajes siguen estando de los nervios desde las primeras horas, con cierta ventaja para los que no se hacen grandes ilusiones. La mirada de Allen es ya, si no lo ha sido simpre, la de un viejo.

El valor del último

Hoy he visto en Telemadrid una entrevista al último español en la clasificación de la Vuelta Ciclista a España. A parte de la extraordinaria simpatía de ese ciclista escoba, un granadino de Churriana, la entrevista me ha hecho caer en una obviedad, en lo importante que son los últimos para todos los que no lo son. Si el último no existiera, lo sería el penúltimo, y así sucesivamente. El caso es que la excelencia se apoya en la vulgaridad y el ser excepcional necesita de un buen número de gentes sin brillo para resaltar. Todos somos necesarios para que pueda existir algo admirable. Pero el último es, entre todos los que no son el primero, el que resulta más consolador para todos los demás. Si cualquier postrero sabe llevar su condición con el garbo y la esperanza que emplea el ciclista granadino se puede comprender muy bien aquello de que los últimos serán los primeros, la enorme arbitrariedad del éxito, la exageración con que cultivamos las pequeñas diferencias. Ese ciclista modesto esta infinitamente cerca del líder y todos ellos están muy lejos de los que no somos capaces de subir puertos ni de estar horas sobre la bicicleta un día y otro. Son muy iguales, casi indistinguibles. A veces, incluso, los propios medios que viven de exagerar esas diferencias nos los muestran tal como son y entonces comprendemos que lo importante es ser y no ser contado.