Doña Perfecta

La selección del personal político responde a unos principios un tanto peculiares que hace que puedan ascender, primero en los partidos, y luego en la esfera pública, personajes, cuando menos, de dudoso mérito. Tal es el caso de quien ocupa la Vicepresidencia primera del gobierno, persona que ejemplifica como nadie aquello que se decía de cierta estirpe de fanfarrones, que el mejor negocio sería comprarlos por lo que valen, y venderlos por lo que creen valer.
Esta Vicepresidenta se tiene por todo un lujo político. Afirma ser hija de un supuesto represaliado del franquismo, tal vez para emular a Zapatero, cuyo abuelo hacía, al parecer, de agente doble; sin embargo, don Wenceslao, el padre de esta figura, era uno de los grandes jerarcas del ministerio creado por Girón, y no constan sus servicios a un PSOE que también estaba ligeramente inactivo por esa época, mientras el diligente padre de la vice se ocupaba de enchufarla en el aparato judicial y adiestrarla en los principios intemporales de la cucaña política.
Nuestra heroína entiende que ha tenido que sacrificarse para vencer todos los obstáculos que se oponían al pleno desenvolvimiento de sus excepcionales dotes, lo que explica que, debido al machismo y a la horterada de la pana imperante en el felipismo, no consiguiese pasar de mera secretaria de estado. Esta injusta preterición se terminó en 2004 con su nombramiento como Vicepresienta primera que, sin hacer entera justicia a los méritos que ella estima, la colocó en lugar muy visible, que es lo que importa.
Como es lógico, esta señora trata de ser enormemente responsable, y, pese a las tendencias de su bondadoso corazón, no deja que la desidia y el desánimo que, un tanto absurdamente se están apoderando de la Moncloa, vayan más allá de lo razonable. Consecuentemente, no tolera la menor discrepancia en su entorno, y, al parecer, también pretende que el universo mundo le rinda pleitesía, amén de que la Justicia se ponga a su servicio. Los ceses de sus colaboradores se cuentan por decenas, y siguen siempre el mismo patrón de firmeza y coherencia que ha determinado la destitución fulminante de la directora del CIS, incapaz de detectar en las encuestas el auge electoral del PSOE que la Vicepresidenta pretende ha sabido ver en la realidad de la calle, probablemente cuando sale a ver, o a pagar, si es que lo hace, a sus modistas. Esta clarividencia, unida a su simpatía natural, ha debido servirle, sin duda, para granjearle el afecto de quienes la rodean y su admiración más incondicional.
Algunos acusan a la vice de exhibicionismo modisteril, pero ella piensa estar promocionando la cultura y la modernidad, vieja palabra que no se le cae de la boca. Cree haber comprendido la responsabilidad que le corresponde en la promoción de la industria cultural de la moda, dadas las singulares cualidades personales que la adornan para exhibirla personalmente. Se trata de una responsabilidad que ha podido resultarle muy gravosa, al haber debido consagrarle gran parte de sus menguados ingresos, lo que explicará, seguramente, el abandono en el que se encuentra su domicilio personal en Beneixida, localidad en la que se encuentra empadronada por decreto y no por mera residencia, como el común de los mortales. Claro es que también pudiera influir en ese patético abandono de su lar el hecho de que use para su solaz una señorial residencia, perfectamente protegida de miradas indiscretas, en un paradisíaco lugar, La Huerta del Venado, en las inmediaciones del Real Sitio de la Granja.
Una persona que se tiene por tan superior no gusta, lógicamente, de las injustas críticas con que se ve atacada, aunque ha tenido la suerte de que cierta Justicia excitada por abogados a sueldo del gobierno, haya querido acudir en su auxilio, favorecerla en sus afeites y disimulos. Mañana lunes, dos periodistas de La Gaceta habrán de acudir al juzgado para defenderse de las imputaciones de la doña por haber descubierto las arbitrariedades que necesitó para hacerse pasar por valenciana, para poder vestirse de fallera. Es la veracidad y exactitud de esas informaciones lo que, presumiblemente duele más a esta maestra del fingimiento. Esta persona tan singularmente inadecuada para exhibir la moda femenina como para gobernar en democracia, olvida la vieja sabiduría del refranero según la cual, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Si pretende acallar a los periodistas con una exhibición de la docilidad con la que sus fiscales le bailan las gracias, no lo va a conseguir, como tampoco conseguiría que, si un jurado ad hoc así lo proclamase, los españoles acabasen por admirar su extravagante elegancia o su estupefaciente belleza. Además, para su desgracia, los Jueces de este país todavía no le están completamente sometidos, por mucho que esa insumisión le desagrade. Los españoles debiéramos acostumbrarnos a no temer a la Justicia, y a que no nos amedrenten los aspavientos histéricos de quienes confunden la democracia con el ordeno y mando, con el sumiso acatamiento de su real gana.
Esta pretensión de la Vicepresidenta primera de ser modelo en todo, de ser tenida por Doña Perfecta, no sería otra cosa que una extraña manía si la ejerciese por su medios y a sus expensas, pero utilizar los aparatos del Estado para que tapen sus vergüenzas, es completamente intolerable. Los fiscales tienen, desgraciadamente, mucho trabajo por delante como para que se puedan prestar a judicializar los disgustos de una mandamás cuando se descubren sus tretas censales y la falsedad del domicilio alegado para ser más valenciana que la paella.
Sus artimañas y aparatosas indignaciones son tiquismiquis de quien ha logrado hace muchísimo el ascenso a su nivel de incompetencia, pero ya se sabe que en los partidos españoles es común menospreciar el principio de Peter, más que nada para evitar que se cuele cualquier criterio razonable de idoneidad.