El retorno de Zapatero

Algunos diarios hablan del retorno de ZP y de que molesta a Rubalcaba. Que yo sepa, Zapatero, como Aznar o como González, no se ha ido a ninguna parte, simplemente ya no ocupa los cargos que ocupó, eso es todo. El problema es que muchos de nuestros políticos conciben la política a su gusto y manera, de un modo funcionarial y rutinario, nada democrático,  y les molesta todo lo que no les ayuda, o eso creen; quieren una realidad más simple, una historia, por ejemplo, que ya no signifique nada, pero, por fortuna, no es ese el caso. Tanto Zapatero como Aznar o González han sido políticos importantes, independientemente de lo que de ellos se piense, han sido más que meros presidentes u ocupadores de un cargo, por importante que el cargo sea. No es lógico que, si no lo desean, se conviertan en monumentos inertes, no lo son. Su trabajo, y no su mero legado, significa algo, y es lógico que se muevan cuando todo está tan mal como parece, aunque moleste a la pareja de hecho que hoy trata de mangonear el cotarro, con tan poco éxito.


¿Derecho a que me olviden?

El abuelo Cebolleta

Felipe González parece experimentar, de cuando en cuando, dificultades para mantenerse en su sitio; no se le puede criticar por ello porque ha vivido una vida muy peculiar y propensa a diversas deformaciones, lo cual no quiere decir que haya que aplaudir cuanto haga o diga, ni tomarlo todo a beneficio de inventario.
Unas declaraciones recientes de González, no hace falta decir a quien, porque todos los satrapillas tienen su medio de cabecera, han levantado un intenso revuelo, y no sé si hay o no motivo para el caso. Lo que ha dicho solo podían ignorarlo los más necios y sectarios, pero no deja de ser curioso que ahora admita estar al cabo de la calle de cosas que antes decía solo llegaban a sus castos oídos a través del periódico.
Algunos han querido ver en esta entrevista intempestiva una intención política precisa, sea cual fuere; no estoy seguro de que ese sea el caso, aunque parezca razonable sospecharlo, y tampoco es fácil acertar qué consecuencias pueda acabar teniendo, si bien me inclino por el “fuese y no hubo nada” del soneto cervantino, ya que es lo que suele pasar aquí con casi todo.
A mi me parece interesante subrayar la suficiencia y el menosprecio que destila la conversación, pero como nunca vote a Felipe, puedo decir que no me sorprende. Sí me llama la atención el que el público no se preocupe de que, con tan ligero equipaje, se haya podido mandar en esta España, y de manera casi absoluta, durante más de una década. Cuando el abuelo Cebolleta cuenta sus historias se percibe mucho mejor que nunca el oropel, la mentira, la pequeñez, la necedad, pero no solo la del abuelo.

La solución surrealista

Un libro de Dominique Noguez ha puesto sobre el tapete las relaciones entre Lenin y el dadaísmo. La crítica virulenta contra la burguesía, el internacionalismo, la exaltación de la minoría de vanguardia, el colectivismo y la agresividad son algunos de los caracteres comunes a Lenin y a Tzara que, al parecer, no anduvieron lejos físicamente hacia 1916. Por encima de la broma que haya podido idear Noguez, las analogías son verosímiles y se me ocurre que, por tanto,  hay píe suficiente para subrayar la vocación surrealista del socialismo que tanto y tan amablemente nos divierte. 

El surrealismo sirve al PSOE de cobertura en una serie de frentes nada menores. ¿Cómo se ha podido aplaudir a  Fernández Bermejo desde las bancadas del Parlamento tras haber dicho, con auténtico garbo, “¡pues claro que no dimito!”, si no se es seguidor de André Bretón, y se toma a chacota la seriedad y seriamente cualquier gansada? Todo el ciclo de caza garzoniano-bermejiano, caza legal, real, ilegal y metafórica, ha parecido un disparate escénico de Jardiel Poncela, una comedia inacabable con su ambulancia y todo. Pero que nadie crea que se trata de un caso aislado. Pepiño Blanco, que, como Guerra, es hombre de tablas, ha echado nada menos que a Aznar la culpa de que Endesa haya hecho un recorrido genuinamente da-da yendo a parar finalmente a manos del Estado italiano. En una performance digna del surrealismo más exquisito, tan afinado como el que emplea en sus no escasas declaraciones, la Ministra de Fomento se ha ido a Siberia para ver si se pueden introducir aquí las medidas contra el frío extremo que son comunes en la estepa rusa. En Galicia, tierra de meigas y otras extravagancias sub-reales, el señor Touriño atiende a los periodistas sin contestar sus preguntas. 

Pero la cumbre del surrealismo, dejando al margen la declaración de Zapatero de que no puede dormir pensando en los parados, tal vez esté en el deseo del señor Solbes de imitar a Fernández Bermejo en su condición de ex-miembro del Gobierno. Resulta que los españoles estamos ante la  peor crisis de nuestra historia reciente y el Vicepresidente responsable de la política económica  se dedica a las sutilezas, a mostrar cómo los desastres predictivos, la absoluta convicción de que no se puede hacer nada y el lento desangrarse de nuestra economía no le han hecho perder el brillo de su ingenio. 

España, ese viejo país ineficiente según Gil de Biedma, está en manos que prolongan sus tradiciones más necias y nada parece conmovernos. Son muchos los que piensan que la izquierda ha traicionado a la Nación, a sus ideas y a su moral, pero ahora está traicionando su estética en la medida en que se cisca en la herencia ilustrada y renuncia a acabar con la España de charanga y pandereta que supuestamente iba a borrar de la faz de la tierra. Cuando se ve la televisión andaluza o las fotos de la cacería y de la adhesión incondicional al Ministro, se experimenta un retroceso intolerable en el túnel del tiempo. 

No me refiero solo a la gestión. Hay algo más preocupante aún, que es el clima moral de apartheid en el que se ha querido colocar a una oposición perfectamente legítima, aunque muy desconcertada. Un dramaturgo exiliado, José Ricardo Morales, le hace decir a su Don Juan en Amor con amor se paga, que España es una suma de intolerancias; pues bien, ese retrato sigue siendo el nuestro, un clima en el que cualquier democracia estará siempre en riesgo de demolición, y este gobierno no ha hecho nada por acabar con esa grave limitación de nuestra vida pública, seguramente porque cree que se le saca mayor renta al espectáculo cómico-taurino que al rigor y a la paciencia. 

Felipe González se ganó una inmensa confianza el día que dijo en la televisión aquello de que el cambio consistiría  en que España funcione. No creo que ZP se atreviese a repetir nada ligeramente similar al frente de un Gobierno tan fuera de lugar. Ante la estupefacción general el gobierno se comporta como el maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela, y pone cara de que se dispone a arreglar cualquier cosa que parezca un poco desquiciada, lo mismo sea la Justicia que los crímenes junto al Guadalquivir. De manera renqueante se confirma en un populismo estéril porque seguramente confía, como lo hacía el propio Lenín, en que  cuanto peor, mejor. 

La oposición no sale mucho mejor parada en este cuadro, entre otras cosas porque a sus electores, y a muchos ciudadanos con la cabeza en su sitio, les resulta insoportable que se cometan tantos errores como para no aventajar a cómicos tan chapuceros.  El PP ha sabido defenderse con rabia cuando se ha encontrado al borde del abismo, pero tiene que demostrar que sabe y pude emplear esa misma energía para defender no su buena fama sino el bien de todos, y eso está por ver. Tras una especie de impasse a la espera de unos resultados que no satisfarán a nadie vendrán las europeas. Entonces será el momento de cambiar el rumbo y, seguramente, de tripulación. 

[Publicado en El Confidencial]

¿Qué está pasando?

Me parece que esta es la pregunta que se hacen muchos ciudadanos ante la plaga de escándalos que ensucian la imagen del PP, con mayor o menor motivo. Seguramente serán ciertos los toros, al menos algunos toros, pero no menos ciertas ni instructivas son las circunstancias de esta espectacular corrida fuera de temporada.

Como estamos en una democracia consolidada y en la que todo el mundo se atiene escrupulosamente al principio de separación de poderes, no cabe pensar sino en la casualidad para explicar el celo conjunto de Rubalcaba, de la fiscalía y del juez Garzón en depurar esa clase de supuestos y viejos delitos. Pero, en fin, como nuestro país ha hecho suyo el dicho de “piensa mal y acertarás”, dejaremos a nuestros lectores que ensayen en conciencia explicaciones alternativas a la mera fortuna.

Porque es coincidencia muy notable que cuando el país esté hecho un desastre, ZP no convence ya ni a los que le prepara TVE para su lucimiento, y el porvenir es acusadamente oscuro, debido a la inacción y al disparate que cada día nos procura el gobierno, justamente en ese día, se ponga misteriosamente en marcha el perezoso ventilador de la justicia y toda la mierda provisional que avente contribuya a intensificar el tufo de corrupción en las inmediaciones del PP y solo del PP.

Primero parecía que la cosa iba contra la presidenta de Madrid, una persona que ha tenido el atrevimiento de ganar por goleada al partido del gobierno. Cierta prensa, independiente, por supuesto, ha ayudado lo que ha podido mostrando los frutos sazonados de un riguroso trabajo de investigación periodística en que se ve cómo parece que este hizo algo que al otro le parecía que podía ser perjudicial para alguien y que todo eso fue vigilado por no se sabe quién aunque nos dicen que es evidente que no podía sino seguir órdenes directas de la Presidenta quien, en su increíble torpeza, estaba procurando espiarse al tiempo que espiaba a los que espiaron a quienes ella pretendía espiar, o algo así.

En estas estábamos cuando, de repente, la cosa tomó un cariz distinto, lo que da que pensar sobre las prisas del estado mayor que dirige el asunto.  De manera inesperada, los espías se vieron alejados del primer plano por una auténtica falange de corruptos que, ¡oh casualidad! parecían haberse sentado todos juntos en la mesa de una boda ya lejana pero, al parecer, decisiva en la historia política del PP.

¿No será que está fallando la coordinación de funciones, siempre tan necesaria, entre los servicios de policía y la judicatura con cuya garantía de independencia nos sentimos cada día más libres y más seguros? Por algo puso Felipe González, en su momento, a Belloch como ministro de ambos asuntos, para que no pasaran estas cosas tan inoportunas, pero no ha habido valor para mantener con el debido vigor esa innovación en defensa de la democracia y así nos va.

En la boda del Escorial estaban todos juntos. ¡Tate, tate! El español, siempre capaz de atar a las moscas por el rabo, saca las consecuencias del caso inmediatamente, y comprende que el tiro va por elevación, que ya se pasa de Esperanza, que se supone es caso cerrado, y se apunta más arriba. Con esto va a pasar como con la transición: que nos hicieron creer que fue una cosa maravillosa y ahora se ha descubierto que fue una época de vileza, silencio cómplice y traición. Ahora, tras la paciente investigación de Rubalcabas y Garzones se va a descubrir que el progreso aznarí no fue sino un improvisado manto con el que cubrir las miserias de una corrupción generalizada, y muchos parecen pensar que ya va siendo hora de que se diga la verdad. Esta preocupación por el pasado siempre acucia cuando el futuro se adivina de color hormiga.

Tratan de implicar a  Aznar porque le temen y aunque se profesan pacifistas, han aprendido la utilidad que pueda tener la guerra preventiva, siempre que se haga con los apoyos necesarios de la opinión, que no les han de faltar. Se malician que Aznar pueda decidirse a intervenir, a poner su autoridad al servicio de los votantes y los militantes del PP para que el partido se enderece como conviene, y saben que con un PP medianamente en forma el batacazo podría ser de espanto.

Yo no sé lo que Aznar pueda estar pensando, pero creo que cada vez son más los españoles que aplaudirían alguna forma de intervención para evitar que colapse un partido que es bastante importante para que en España siga habiendo algo mínimamente parecido a una democracia. Aznar ha dicho ya en público que la situación política actual está más allá de una mera crisis de alternancia, y es seguro que será consecuente, más allá de consideraciones  acerca del grado de responsabilidad que le pueda caber, dado el hecho indiscutible de que conserva una autoridad moral y una capacidad de liderazgo que ahora no abundan. El futuro del PSOE es efectivamente oscuro, aunque haya que reconocer que, sin duda, tienen un buen departamento de efectos especiales.

[Publicado en El Confidencial]

El país de charanga y pandereta

Tras unos años en que los españoles parecíamos poder contar con una imagen renovada de nosotros mismos, con haber alcanzado, por fin, el sueño de una normalidad pacífica y dinámica, se vuelven a multiplicar los síntomas de que en estas últimas décadas hemos cometido algún error de fondo. 

Con la democracia los españoles aprendimos idiomas, empezamos a estudiar fuera y a trabajar en multinacionales; empezamos a tener motivos de orgullo distintos a las victorias del Madrid, del Barça o de los sucesivos éxitos de Santana, Ballesteros u Alonso. Teníamos alguna multinacional importante, nuestra Banca parecía hacerlo muy bien y nuestras escuelas de negocios competían con las mejores. Habíamos entrado en la Unión Europea y Felipe González parecía haber hecho un gran trabajo modernizando la izquierda española. Aznar, con sus luces y sus sombras, trató de escenificar ese estado de ánimo colectivo tratando de tú a tú al presidente americano, pero su intento se saldó con un doloroso fracaso.  En pleno debate sobre si abrirse al mundo o recogerse en torno al campanario,  recibimos un golpe brutal: los atentados de Madrid, el suceso más trágico que nunca haya vivido la capital española, fue leído subliminalmente como el Stop definitivo a cualquier intento de asomarse al exterior.

Como el nivel de vida alcanzado parecía suficiente, España se retiró psicológicamente de cualquier escenario y nos dedicamos, con Zapatero a la cabeza, a dispensar buena conciencia, que es barato y no implica ningún riesgo porque nadie te toma en serio. Es decir, tratamos de asumir el papel de Quijote con la valentía y la oratoria de Sancho, una trayectoria que nos ha llevado a varios ridículos espantosos que se pueden simbolizar bien en el esperpento de la cúpula de Barceló, con sus grietas y todo. Y entonces apareció la crisis, esa debacle tan anunciada como postergada, pero que empezó sirviendo como telón de fondo para mostrar la insaciable maldad de la derecha que pretendía hablar de ella en la campaña electoral pretendiendo mancillar los cuatro años triunfales del talante.

¿Qué nos dice nuestro Gobierno? Que la crisis pasará, que no nos preocupemos y que sigamos gastando sin miedo, que pongamos las bombillas de Sebastián y que compremos productos nacionales, tan españoles como Pepiño, por ejemplo.

La receta política de esta izquierda es para llorar y debería avergonzar especialmente a los que se identificaron con Felipe González, que supo fajarse con circunstancias bien adversas. Como no saben si apuntarse del todo al fin del capitalismo, que al fin y al cabo no les trata demasiado mal, se refugian en el íntimo jardín de su moralidad y se dedican a tronar contra la avaricia y el despilfarro de los demás, mientras, como buenas hormigas, siguen trabajando por su futuro y consiguen que el número de los funcionarios supere los tres millones, y eso sin contar a los que viven del maná de diversas empresas públicas, tan abundantes como ineficientes o a los que van a lucrarse con los 8.000 millones que han espolvoreado por los municipios  a ver qué pasa.

Nadie parece darse cuenta de que no podemos seguir viviendo exclusivamente de la abundancia ajena, de que algo tendremos que ofrecer a los demás en el mercado del mundo porque nuestros productos tradicionales dan muestra de agotamiento. La solución tampoco puede ser hacernos a todos funcionarios, aunque en Extremadura ya han superado con largueza la cuota del treinta por ciento. 

El personal, mientras tanto, se refugia en los placeres domésticos  porque aún queda algo de gasolina, y prosigue incansable  su proceso de formación continua a través de los magníficos espacios educativos que todas las teles dedican a alimentar su espíritu crítico de la manera más adecuada y generosa, bien sea discutiendo moderadamente de fútbol o asistiendo en directo a sesiones de antropología sexo-cultural, versión jóvenes de buen ver. Los jueces se dedican a juzgar la maldad de Israel mientras las industrias de armamento les venden armas que no perjudican a los palestinos; los del Supremo anuncian chapuceramente sentencias que todavía no han escrito, aunque tienen la delicadeza de adelantárselo a la ministra del ramo para que no se inquiete, y algunos periódicos se dedican a pasar publicidad pagada sobre diversos escándalos como si fueran noticias.

El sistema nos invita a vivir en una orgía de moralidad y desapego de lo material, aunque siempre encontramos que la culpa de todo está en otra parte. La terapia nos recomienda el quietismo, el convencimiento de que nada de lo que se haga será útil porque la solución, como dicen que ha pasado con el problema, nos tendrá que venir de fuera.

Esta es la España de charanga y pandereta de 2009, con un bajísimo nivel de autocrítica, con un déficit cultural y educativo cada vez más alarmante, con una gran cantidad de gente  que actúa sin criterio, sin iniciativa y sin interés, con un número exageradamente alto de personas dispuestas a que se les resuelva su problema sin hacer nada por su parte, con un distanciamiento cada vez mayor entre la realidad,  la política y un elemental buen sentido. Tal vez sea necesario que volvamos a pasar hambre e inseguridad en grandes dosis para que nos demos cuenta de que se puede soportar alguna mentira, pero que es imposible vivir en un país en que casi todo está montado sobre la ficción, en que nada es lo que debiera ser. 

Todavía estamos a tiempo de tirar la pandereta por la ventana y de ponernos a trabajar: a muchos nos gusta.  Aún estamos a tiempo de jubilar a los políticos que nos engañan de manera miserable, y están por todas partes. No es imposible desmontar muchas de las mafias y mentiras que se han adueñado de instituciones que merecerían respeto. Decía el poeta que hoy es siempre todavía. Basta ya de querer parecerse a Obama, pongámonos simplemente a ser mejores, a ser más valientes, a decir con tranquilidad lo que pensamos. 

[publicado en El estado del derecho]

¿Un nuevo Aznar?

En plena cumbre de la Obamanía, ha podido pasar inadvertido el discurso de Aznar como doctor honoris causa en la Universidad Cardenal Herrera. Es un texto lleno de interés por la circunstancia y por el personaje.  Aznar nos invita a asumir el pasado y a afrontar la gravedad del presente huyendo de la resignación y apostando por la esperanza. Aznar recuerda que vivimos en una triple crisis, económica, política y moral, y nos exhorta a volver al camino del éxito seguido durante cerca de treinta años, incluyendo el largo período de González a quien Aznar cita en un contexto muy positivo. 

Bien, todo esto podría pasar, sin más, por retórica de ocasión, pero parece algo más. Aznar constata que la situación actual va más allá de una simple crisis de alternancia y que es necesario reemprender una ambiciosa agenda reformista que abandone la dinámica en la que España acabaría siendo únicamente una rara especie de Estado residual. 

¿Quiere esto presagiar una cierta vuelta a la política? Yo no lo veo así, pero creo que Aznar está advirtiendo a todos, pero en especial a los suyos, que deben abandonar la miopía y tomar medidas extraordinarias para  hacer que España pueda reemprender el camino del éxito. Como dice Aznar, la historia de las naciones libres la hacen los ciudadanos, con sus decisiones y asumiendo sus responsabilidades: es el único camino para hacer de  España una de las mejores democracias del mundo. 

Creo que Aznar es muy consciente de que los años transcurridos desde que dejó el poder no han sido lo que él pensó  que podrían haber sido. Las responsabilidades de cada cual son ya objeto de la historia, pero la política nunca se detiene y Aznar hace muy bien en recordar en clave mayor cuáles son los fundamentos morales de la tarea política. El éxito de Obama se ha basado, precisamente, en esa clase de recursos, en la convicción de que hay ocasiones en que es necesaria una ruptura con la inercia del pasado, en las que es gravemente necia la pretensión de seguir, sin más,  en el día a día, cuando el escenario ha cambiado de manera tan dramática.

 ¿Qué significa todo esto? En mi opinión, una clara advertencia al PP, no solo a sus dirigentes, a todos los militantes, de que se precisa una catarsis, de que es necesario tomarse la democracia en serio y que no se puede seguir tratando de administrar una supuesta herencia que ha sido desbaratada por muy diversos desastres.

No creo que el mensaje de Aznar sea únicamente para el PP porque su fondo es, inequívocamente, el patriotismo, una invocación que de ninguna manera debería dejar indiferente a la izquierda española, pero los primariamente concernidos son los militantes del PP a los que se recuerda que su deber es estar a la altura de unas circunstancias, que ahora no son cualquier cosa. 

[publicado en Gaceta de los negocios]

Nuevos Ministerios

El Presidente del Gobierno ha utilizado su capacidad de crear Ministerios de un modo esencialmente mágico. Me refiero a que, cuando decide aumentar a su antojo el número de asientos del Consejo de Ministros, da a entender que con ello se logra la solución de un problema largamente soportado por los ciudadanos, como él dice con singular  donosura. Su generosidad es tanta que incluso crea Ministerios para resolver problemas que no sabíamos que existiesen.

Más de uno habrá sentido, por cierto, un respingo al anunciarse la creación de un Ministerio del Deporte y habrá pensado, malignamente, que la racha de buenas noticias (Alonso, el mundial de baloncesto y la plata de Pekin, el Barça campeón de Europa, Nadal, Contador, Sastre, la Eurocopa de fútbol, la Copa Davis y un buen número más de alegrías españolas) corre serio peligro. Zapatero ha debido de pensar, por el contrario, si todo esto se ha conseguido sin Ministerio… imaginen lo que lograremos cuando lo haya.

Con este punto de vista, la verdad es que Zapatero está siendo bastante cicatero. Por ejemplo, es verdad que ha creado un Ministerio de la Igualdad, pero no ha creado el Ministerio de la Solidaridad ni, menos aún, el de la Diferencia, aunque me temo que esto podría sonarles algo liberal y no es cosa de hacer que la gente se confunda. En cualquier caso, Zapatero podría crear una plétora de nuevos Ministerios hasta ahora vilmente desatendidos. No tenemos, por ejemplo, un Ministerio de la Ciudadanía, y mira que la cosa es importante, ni tenemos un Ministerio del Talante, un tema que empieza a estar peligrosamente desatendido en las preocupaciones oficiales, aunque tal vez se deba a que los de la oposición se han aprendido el catecismo correspondiente. Carecemos de un Ministerio de la Moda, de Ministerio de la Alimentación y la Dietética, de Ministerio del Diálogo (con al menos una secretaría de Estado para lo de las civilizaciones), de Ministerio de la Circulación (capaz de conseguir que, finalmente, el Gobierno pueda conducir por nosotros con el consiguiente ahorro de vidas y primas de seguro) y ni se oye hablar, por ejemplo, de un necesarísimo Ministerio de la Laicidad. Seguimos sin tener un Ministerio de Inversiones en el que habría que incluir la correspondiente Secretaría de Estado de Tergiversaciones (que, obviamente, se llamaría de otra manera) en la que habría de recaer la inmensa tarea desarrollada por la oficina económica de Presidencia, apenas sin medios. De este modo se podrían llevar a cabo con más facilidades las delicadas tareas de dirección del gran capitalismo a través de acciones hábilmente concertadas con amigos de ocasión; de cualquier manera en este terreno se han conseguido éxitos muy notables, por ejemplo, que estemos hablando del caso Repsol sin darnos cuenta de que el verdadero caso es el de Sacyr, pero por algo se empieza.

No veo, sin embargo, a Zapatero muy lanzado en esta dirección, para mí que se está aburguesando y se le pone cara de Felipe, un producto muy duradero, como se ha podido comprobar. Aviso a mis lectores de la peligrosa conversión al atlantismo que se ha operado en nuestro líder con solo sentarse en una silla prestada en una cumbre estrafalaria presidida por un cesante de muy bajo coeficiente intelectual, como aquí todos sabemos. Zapatero se ha hecho peligrosamente liberal de puertas afuera, aunque conserva su lado cálido y socialdemócrata cuando habla a sus fieles a los que hay que ir atlantizando poco a poco (pueden bastar 14 años, como paso con Felipe). Lo importante no es el número de Ministerios sino que el gato cace infelices.

[Publicado en elestadodelderecho.com]

Las tribulaciones de un Obama español

Sea cual fuere la idea que tengamos de Obama, y sin ninguna intención de incurrir en hagiografías, es interesante preguntarse si sería posible que en España se diese un caso similar. Para los que quieran ahorrarse los argumentos, la respuesta es muy simple: no. ¿Cuáles son las razones que lo hacen impensable?

En primer lugar, Obama ha vencido al aparato de su partido comenzando desde abajo. Aquí, no se olvide que somos una monarquía, todo está atado y bien atado; Felipe apoyaba a Zapatero y Aznar impuso a Rajoy con los felices resultados que están a la vista de todos. Lo último que quiere perder un monarca es la capacidad de designar heredero, de manera que los out-siders ya pueden ir pensando en cultivar sus vocaciones alternativas porque aquí no pasarán. No es una maldición eterna, pero es un vicio difícil de erradicar y que sería muy conveniente superar, pero no interesa a los happy few que dirigen el cotarro que, a este respecto, son franquistas sin excepción: dejarlo todo bien atado es una de sus dedicaciones favoritas.

Obama es un personaje enormemente brillante, tiene un excelente curriculum académico (fue director de la Harvard Law Review, un puesto que no se regala), es un gran orador y, en principio, no esconde sus valores. Sería muy raro que un personaje con esas características pasase aquí de concejal, en el extraño caso de que hubiese decidido dedicarse a la política y no estuviese ocupado en menesteres privados de más interés, fiabilidad y prestigio. La política lleva unos años haciendo una selección endogámica y cutre de sus protagonistas, premiando al mediocre que siempre aplaude, y eso, al final, lo acabamos pagando todos. Tampoco es un mal sin remedio, pero con nuestra estructura de partidos tiene poco arreglo.

Obama cree en las posibilidades de los Estados Unidos. Aquí a los políticos se les enseña a abstenerse de esa clase de creencias patrióticas, tan mal vistas por nacionalistas e intelectuales exquisitos, para limitarse a su círculo inmediato de intereses. La carrera política se hace a empujones y sin reglamento y lo único seguro es colocarse cerca del jefe a ver lo que cae. O sea, que ni Obama ni Mc Cain.

Son muchos los españoles que desearían tener una democracia como la americana. Es un deseo piadoso pero estéril si no viene acompañado de acciones que le pongan patas. Son muchas las cosas que nos separan de ellos, pero hay una sin la cual es imposible siquiera aproximarse a sus virtudes cívicas, a la excelencia de su modelo: la política no puede ser pasiva, reducirse a ver la televisión o a oír la radio que prefiramos: la política es acción. Obama lo sabía y el uso inteligente de  Internet ha sido una de las claves de su éxito.

[Publicado en Gaceta de los negocios]